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Rutas literarias: Orwell en la sierra de Alcubierre (Huesca)

El frente aragonés que moldeó ‘Rebelión en la granja’

Actualizado: 23/09/2021

Enfrentados a ambos lados de la carretera que cruza la sierra de Alcubierre se conservan dos grupos de trincheras y fortines de la Guerra Civil, uno del bando sublevado y otro del republicano. Sin las experiencias que el gran literato británico George Orwell vivió en estos cerros de la sierra de Alcubierre (Huesca), dos clásicos de la literatura universal como Rebelión en la granja y 1984 no habrían sido posibles.
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Cuesta creer que este exótico paisaje estepario, más propio del Asia profunda, fuera hasta no hace demasiado un denso bosque de encinas, enebros y sabinas. También que su posición remota y poco poblada mereciera tantos esfuerzos y la vida de tantos soldados. Y más aún que George Orwell, a pesar del frío, las penurias y los peligros que vivió en él, saliera de aquí enamorado de España y fascinado por la generosidad y la nobleza de sus gentes.

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Después del golpe militar de julio de 1936, Aragón quedó partido en dos por un larguísimo frente norte-sur que se mantuvo más o menos estable hasta marzo de 1938. Casi toda la comarca de Los Monegros permaneció en el lado republicano y su punto más elevado, la sierra de Alcubierre, fue el lugar donde distintos grupos de milicianos se parapetaron con la idea de atacar Zaragoza, que había apoyado el golpe militar, aunque el asalto nunca sucedería.

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En enero de 1937, Eric Arthur Blair, que ya había firmado un par novelas bajo el pseudónimo de George Orwell, llegó a Barcelona y se alistó en las milicias del POUM sin conocer demasiado bien el panorama político español, como él mismo reconocería más tarde. Tenía 33 años y, después de su experiencia traumática como policía imperial británico en Birmania, llegó a España cargado de ideales y con ansias de entrar en combate. Pronto se chocó con una realidad tediosa en el frente y disparatada en la retaguardia.

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La Sierra de Alcubierre y las trincheras

Rodeada por el semidesierto de Los Monegros, estos montes de cimas planas pero laderas verticales, constituyen la zona más elevada de la depresión del Ebro. Cuando nos acercamos a ella desde Zaragoza, a la altura de Villamayor de Gállego, un cartel nos indica la ubicación de una sabina con más de dos mil años de edad. Se trata de uno de los últimos vestigios del denso bosque mediterráneo que cubría esta estepa -y casi toda la península- y que, en parte, arrasó la tala de árboles destinados a la Gran Armada de Felipe II.

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Para colmo, los combatientes de la Guerra Civil, que temían “mucho más al frío que al enemigo”, acabaron con “cualquier ramita que midiera más de un dedo”, tal como explica Orwell en Homenaje a Cataluña, las memorias de sus seis meses como miliciano entre Barcelona y, fundamentalmente, el Frente de Aragón. Por suerte, en las últimas décadas se han hecho repoblaciones forestales de pino y ahora la sierra emerge abruptamente en medio del desierto como un oasis verde.

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Durante los cuatro meses que estuvo en la provincia de Huesca, al escritor le destinaron a tres ubicaciones distintas: a Monte Pocero y Monte Irazo en las proximidades de Alcubierre, y a las afueras de Huesca. En el lado sur de la carretera A-129, prácticamente a la altura del puerto de Alcubierre, una señal que indica Ruta Orwell nos conduce a Monte Irazo después de unos cientos de metros subiendo por una pista forestal. Arriba se ha excavado, limpiado, parcialmente reconstruido y musealizado esta posición que ocuparon las milicias del POUM, y en la que, mientras caminamos por los ramales de comunicación, podemos ver varios pozos de tirador, un observatorio o un polvorín.

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“Por la noche se veían las luces de nuestros camiones de suministros que subían desde Alcubierre y, al mismo tiempo, las de los fascistas que llegaban de Zaragoza”. Orwell se refiere a la posición Las Tres Huegas, que se encuentra un poco más arriba de la carretera, “con un nido de ametralladoras cuyas troneras eran una constante tentación para desperdiciar cartuchos”, en alusión a que sus armas no eran útiles para la distancia que las separaba. En esta posición también se han hecho trabajos de conservación e interpretación, y en ella destaca especialmente un abrigo de tropas subterráneo con estructura de madera, además de varias cuevas y observatorios.

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Un poco de luz sobre el conflicto

“En mitad del llano había unos cubos diminutos como una tirada de dados; era el pueblo de Robres, que estaba en manos de la República”. Así describe Orwell, visto desde las colinas, a una localidad por la que merece la pena pasar antes de visitar las trincheras de la sierra de Alcubierre. En él se encuentra el Centro de Interpretación de la Guerra Civil en Aragón, un espacio pionero en España y fundamental para aproximarse al conflicto desde un plano general, pero también para descubrir esos detalles que nos hacen conectar con su realidad más humana y cotidiana.

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Natalia Arazo, que ha estado involucrada en el proyecto desde que el museo no tenía ni puertas, hoy es la directora de turismo de la comarca de Los Monegros. “Al principio no sabía mucho del tema, pero me fui formando en congresos y con los comisarios de la exposición, y la verdad es que ahora el tema me apasiona”. Efectivamente desprende ese entusiasmo en las explicaciones minuciosas que puede ofrecer sobre cada pieza que se expone, con la experiencia de haber pasado años recibiendo visitantes en este centro que se inauguró con motivo del 70 aniversario del estallido del conflicto, pero que todavía sigue creciendo.

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No hace mucho han recibido una importante donación de material médico por parte de la Academia General Militar de Zaragoza. Una auténtica joya compuesta de baúles originales repletos de gasas o vendas, de formularios de diagnóstico en el frente o de ampollas de cafeina para mejorar el rendimiento. Se suma a una ya gran colección de fotografías, bandos, periódicos, cartelería de propaganda, dinero de la época o de los peculiares "detentes", unos parches que aparentemente tenían la prodigiosa capacidad de parar balas. Todo enmarcado en un gran trabajo de interpretación que hace que la visita sea muy digerible para los noveles y a la vez una experiencia religiosa para los apasionados como Natalia.

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Los más curiosos de la historia bélica quizá disfruten conduciendo hacia el sur hasta Monegrillos, a unos 55 kilómetros de Robres. El pueblo, ocupado por milicias republicanas desde principios de 1936, se situaba cerca del frente y de un aeródromo sublevado. Por eso sufrió varios ataques de la aviación y por eso se construyeron dos refugios antiaéreos de dimensiones considerables. En uno de ellos, el del Castillo, recientemente se ha inaugurado una recreación audiovisual de cómo se vivían los bombardeos en la que una narración de apenas diez minutos nos da algunos detalles de la historia.

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