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"El paraíso no era un lugar soportable", escribió Emil Cioran. Lo mismo opinaron todas las gentes que dieron con sus huesos en Cabrera a lo largo de la historia. A apenas 17 kilómetros de Colònia de Sant Jordi se encuentra la que es a día de hoy una de las islas más inhóspitas del Mediterráneo. De hecho esta población del sur de Mallorca, popular por sus playas de estilo caribeño y por restaurantes marineros como 'Antonio', es el mejor punto de partida para organizar una excursión a Cabrera.
De la Colonia de Sant Jordi salen los barcos y allí está el Centro de Visitantes del Parque Nacional de Cabrera, que también sirve de alojamiento. Cuenta con un acuario que reúne unos 5.000 ejemplares de más de 200 especies mediterráneas. El edificio tiene forma de talaiot, torre típica de las Baleares: en su parte superior hay un mirador desde el que se divisa el archipiélago de Cabrera a 11 millas náuticas. Puede subirse hasta él en un ascensor panorámico y bajar por una pasarela en espiral en torno a una pintura mural. Los más de 500 metros cuadrados que mide la obra llevaron cinco años a Miguel Mansanet y están inspirados en escenas históricas y mitológicas relacionadas con las islas y la navegación.
Empresas como Click Mallorca, Excursiones a Cabrera, Es Caragol Charter o Mar Cabrera organizan, por unos 40 euros, visitas de un día por la zona. Tras la travesía dejan unas horas libres para disfrutar de la isla y el viaje de vuelta suele incluir una parada en Sa Cova Blava. De un azul eléctrico solo comparable a la Grotta Azzurra de Capri, en Italia, esta cueva es accesible únicamente por mar. Con 20 metros de profundidad, a media tarde los rayos de sol iluminan su interior produciendo unos juegos de luces espectaculares. Lo ideal es zambullirse con gafas de bucear para admirar la fauna submarina, que ha llevado a las autoridades a ampliar el Parque Nacional marítimo-terrestre a unas 90.000 hectáreas, frente a las 10.021 actuales.
Además de la excursión clásica, también se organizan tours para contemplar la puesta de sol desde el barco, safaris fotográficos o de observación de aves marinas; hasta 150 especies tiene Cabrera en su ruta migratoria. De llegar con embarcación particular es necesario autorización de navegación y, en su caso, de fondeo. Remontar el tramo de aguas nítidas que separan la Colonia de Sant Jordi de Cabrera lleva entre 30 y 45 minutos y es uno de los momentos más memorables del viaje. Con suerte, algún delfín acompaña en un camino salpicado por los 18 islotes que componen el archipiélago, con nombres relativos a sus formas (Na Plana, Na Foradada…) o a sus pobladores (Conejera, Illa de ses Rates).
Para los interesados en la historia y arqueología de la isla, el Museo de Cabrera Es Celler es una visita ineludible. Llegar a él, a unos tres kilómetros del puerto, es una de las varias rutas a pie, la única manera de recorrer la isla, que puede realizarse. Otro itinerario interesante es la subida al castillo que, a 72 metros sobre el mar, ofrece una inmejorable panorámica. Este fue el motivo por el que lo construyeron en el siglo XIV para desde allí dar la voz de alarma de los ataques piratas. Se trata de un paseo de 1,5 kilómetros y una hora de duración. No obstante, la excursión más completa que puede hacerse es la subida al Faro de Ensiola, de unas cuatro horas, que permite recorrer la geografía del suroeste de Cabrera, un dramático paisaje de acantilados.
Cabrera bien vale una visita. Para pasar el día o una semana, que es lo máximo que en temporada baja se permite pernoctar en el Centro de Visitantes, su único albergue. Se trata de las antiguas instalaciones del campamento militar, con 12 habitaciones dobles reformadas. La 'Cantina Cabrera' completa la oferta hostelera de una isla donde lo mejor es llevar un tentempié para explorar su naturaleza agreste. Debido a su clima semidesértico, Cabrera cuenta con un sombrío pasado. En verano, el sol cae a plomo. En invierno, el frío y el viento la barren. Su suelo calizo combinado con una vegetación torturada sin casi árboles ha hecho de este entorno una prisión natural perfecta.
"Se viene del otro mundo cuando se vuelve de Cabrera", cantaban entre lágrimas los soldados franceses apresados durante la Guerra de la Independencia que, tras cinco años de cautiverio, consiguieron regresar a sus hogares. Procedentes de los pontones de Cádiz, muchos ya heridos o enfermos, fueron llevados en diferentes viajes de 1809 a 1814 al primer campo de concentración militar documentado de la historia. Entre 9.000 y 14.000 hombres, según las crónicas, que en apenas 15 kilómetros cuadrados desfallecieron de sed, llegaron a nadar hasta Conejera para llevarse algo a la boca o se mataron los unos a los otros. Para cuando se firmó el Tratado de Paz (1814) y Francia los reclamó, solo 3.600 habían sobrevivido. Hoy un monolito en la isla los recuerda.
Este y otros tétricos episodios están documentados en el libro Cabrera Mágica, de Carlos Garrido. Este escritor y periodista organiza excursiones dramatizadas a la isla durante todo el año (la próxima será el 8 de septiembre), donde recorre los escenarios de las principales leyendas. Como la de los monjes bizantinos que en el siglo VII se trastocaron de tal modo que obligaron al papa Gregorio Magno a intervenir, pasando por encima del obispo. "En medio del piélago se extiende la Isla de Cabrera, que hierve de estos sucios y tenebrosos sujetos. Ellos se llaman monjes, con un apelativo griego, para indicar que viven a solas, sin testigos", describía Claudio Rutilio Numatiano. Los calificaba de lucifugis, es decir, que huyen de la luz. Los restos del monasterio todavía son visibles.
Aunque entre los fantasmas de Cabrera, quizás el más famoso sea el aviador de la Segunda Guerra Mundial Joannes Böckler, abatido a los 21 años cuando participaba en una misión de ataque en la costa de Argelia. El piloto no pudo superar toda una noche lanzando bengalas a bordo de un pequeño bote inflable tras el impacto. Cuentan que la pequeña población de Cabrera tuvo que emborracharse para reunir el ánimo de enterrarlo en un pequeño recinto, al lado de los restos de un campesino local conocido como En Lluent.
Se cree que cuando, en 1982, exhumaron el cuerpo para depositarlo en el cementerio militar alemán de Cuacos de Yuste (Cáceres), se equivocaron de cuerpo. Así que el fantasma del aviador vaga en pena por la isla. Ya en nuestro tiempo, sus supuestos ruidos y lamentos eran la comidilla de los guardias civiles y soldados que pasaban cada noche frente al cementerio. En 1916, Cabrera pasó a ser propiedad del Estado por intereses de defensa y se estableció en ella una pequeña guarnición. Apodaron al espíritu del aviador 'El lapa', por pegarse como una sombra a la espalda de quienes se acercaban demasiado a sus dominios.
"A un guardia civil le gastaron una broma", recuerda Joan Mas, guía en Cabrera del 2000 al 2007: "Antes había postes de electricidad, una noche colgaron una polea y un monigote, creyó que el fantasma del aviador le perseguía y echó a correr". Él no vivió de primera mano ninguna experiencia paranormal aunque algunos le confiaron las suyas. "Un compañero de trabajo me explicó que entabló conversación en la cantina con un par de tipos que resultaron ser la reencarnación de dos soldados franceses". Aunque "en Cabrera entonces la gente bebía mucho, entre pescadores, guardia civiles y personal del parque", bromea.