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Situada entre protectoras montañas, Bilbao es vanguardia conjugada con tradición. Desde sus orígenes la ciudad ha estado vertebrada por la ría del Nervión, alrededor de la cual se despliega esa fórmula mágica de constante regeneración que ha transformado por completo su fisonomía respecto a tiempos más remotos. Tiempos en los que las embarcaciones tenían que lidiar con puntos como la peligrosa roca del Fraile, en la curva de Axpe, donde muchas encallaban cuando la marea bajaba.
Sobre el Nervión reposan 13 puentes. Pasarelas que dan paso a la historia de la capital vizcaína y de su inherente barrera natural: el puente de La Salve guía decidido hasta el Museo Guggenheim ante el asombro de aquellos que lo cruzan por primera vez; el de San Antón da acceso al casco viejo y sus vibrantes Siete Calles; el reciente puente Frank Gehry une la moderna isla de Zorrrotzaurre con tierra firme.
La empresa Bilboats realiza recorridos en barco bajo todos ellos acercando una perspectiva diferente de la ciudad, en la que el pasado industrial evoluciona hacia zonas residenciales, museos y edificios contemporáneos. Sobre la cubierta de uno de ellos, Stephane Iriarte, que ejerce como guía, resalta lo interesante que resulta realizar este paseo para conocer Bilbao. “Siempre que tengo un grupo privado intento incluirlo”, subraya antes de zarpar.
La ruta comienza dejando el centro histórico atrás, entre el puente del Ayuntamiento y el de Zubizuri, para sorprender con las líneas curvas en titanio del edificio más emblemático de Bilbao, el Museo Guggenheim, diseñado por el reconocido Frank Gehry. “El museo ha sido una de las mejores inversiones que se han hecho, el cambio de la industria del metal por la del turismo”, apunta Stephane.
A continuación, entre el Parque República de Abando y el de Doña Casilda, aparecen la Torre Iberdrola, la biblioteca CRAI de la Universidad de Deusto y el Museo de Bellas Artes, que acoge joyas del arte vasco y de pintores clásicos. El arte está presente también en el interesantísimo Museo Marítimo, dedicado a la cultura del mar, y en el Palacio Euskalduna, un centro cultural presidido por una gigantesca estructura de cubos oxidados.
La nueva zona de esparcimiento en la urbe se encuentra dominada por el campo de San Mamés, ubicado delante de la reciente estación de autobuses Bilbao Intermodal. Al lado de la ría, el muelle Olabeaga se presenta como un estupendo paseo en el que llama la atención La Carola, una grúa que devuelve el pasado industrial y portuario de la región. Al frente, la isla artificial de Zorrotzaurre, proyecto de la arquitecta angloiraquí Zaha Hadid, ha sido elevada tres metros sobre el nivel del mar para salvar la futura subida de éste y pretende convertirse en el Manhattan de Bilbao. Un ambicioso plan que abarca propuestas culturales, mercadillos y establecimientos con encanto. El río Cadagua desemboca en su extremo fusionándose con la ría después de marcar los límites entre Baracaldo y Bilbao y la puerta de entrada a los frondosos valles a la comarca de Las Encartaciones.
Entre las sorpresas que guarda el trayecto se encuentran algunas grúas de finales del siglo XIX, que cargaban y descargaban en los buques el mineral de hierro extraído de las minas. Es el caso del restaurado cargadero que perteneció a la Sociedad Franco-Belga de Minas de Somorrostro, siguiente imagen desde el barco. La zona de Sestao destaca por su poderoso pasado industrial. El horno alto número 1 es la herencia más emblemática que ha dejado la empresa Altos Hornos de Vizcaya, una impresionante catedral industrial de 80 metros de altura que es Bien de Interés Cultural desde 2005. La Naval de Sestao, por otro lado, es el mayor astillero del País Vasco, capaz de construir buques de hasta 300 metros de eslora.
Las siguientes vistas las brindan las coloridas casitas de Portugalete, la Torre de Salazar (del siglo XV), que alberga un museo y un restaurante de alta cocina local, y la antigua estación de ferrocarril La Canilla, transformada en una atractiva Oficina de Turismo de tonos amarillos y azulones.
Desde arriba nos observa el Puente Colgante, uno de los tesoros de la ría encargado de comunicar las localidades de Portugalete y Getxo. Declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 2006, este icono vizcaíno fue construido por Alberto de Palacio en 1893 y es el puente transbordador más antiguo del mundo. Su color original era el negro, pero en 2011 se pintó de rojo en honor al pasado minero. Atravesar sus 164 metros es posible en su barquilla -a pie o en coche- o caminando por su pasarela superior -a 63 metros de altura-, desde la que se obtienen fabulosas panorámicas que vaticinan las recónditas aguas que estamos a punto de surcar.
Tras recorrer una parte de los 23 kilómetros de la ría, ésta desemboca entre las poblaciones de Getxo, Ciérvana y Santurce para fundir sus aguas con las del Cantábrico. Mar imprevisible en el que avistar delfines, cachalotes, orcas y ballenas rorcuales, las segundas en tamaño del mundo. Para disfrutar de estos y otros presentes ocultos entre la abrupta costa vasca volvemos a embarcar. En esta ocasión, navegamos desde Santurce hasta Elantxobe con Hegaluze, una compañía que organiza paseos turísticos desde hace casi 20 años. “La idea surgió cuando, con la construcción del nuevo puerto deportivo de Bermeo, se nos ocurrió crear un servicio nuevo”, cuenta Juan Echevarría, patrón y propietario de Hegaluze.
Sobre el puerto de Santurce se divisa el 'Palacio de Oriol' (1906) convertido en hotel, Ciérvana a un lado y el Puente Colgante al otro. “Algunos clientes prefieren salir desde este punto”, comenta Juan. “Es un itinerario de unas tres horas que da la posibilidad de recorrer gran parte de la costa”. Una gran opción para conocer la Vizcaya más insólita.
Con rumbo a mar abierto pasamos por Getxo, que impresiona por el carácter burgués de Neguri en contraste con las poblaciones marineras de Santurce y Portugalete, que acabamos de dejar atrás. Los edificios señoriales de principios del siglo XX preceden a la zona de Algorta, con su puerto de casas marineras y típicas tabernas adornadas con rojos, azules y verdes. A continuación, las playas de Ereaga y Arrigunaga dan la bienvenida a los acantilados de Punta Galea, uno de esos lugares desde los que coleccionar atardeceres entre senderos custodiados por antiguas construcciones como el Molino de Aixerrota (1727), el Fuerte de la Galea –también del siglo XVIII-, el cementerio Nuestra Señora del Carmen o el faro de la Galea.
Las olas que rompen contra ellos son las mismas que sortean los surfistas en el Campeonato Mundial de Surf de olas gigantes. “A los participantes les avisan con uno o dos días de antelación, una vez que tienen la previsión de las condiciones del mar, para que vengan desde el otro extremo del mundo”, cuenta Gonzalo Azumendi, nuestro fotógrafo, natural de Getxo.
Una vez en el Cantábrico, el Flysch de Bizkaia deja la primera estampa inverosímil de la costa. El antiguo fondo marino se adueña ahora de la superficie con sus pliegues perfectos que se tornan verdes y se suavizan en las playas que le suceden: La Salvaje, Sopelana, Atxabiribil, Arrietara, Barrika y, mucho más adelante, la secreta Muriola.
En la bahía de Plentzia desemboca la ría del mismo nombre. Este recoveco de la costa hecho arenal es compartido por Gorliz y Plentzia. Atractivos multiplicados por ser enclave, además, de la primera bodega de arrecife artificial del mundo, la bodega submarina 'Crusoe Treasure'. “Está diseñada en arrecife artificial para ayudar a regenerar el fondo marino”, explica su propietario Borja Saratxo, que hace 10 años emprendió este exitoso proyecto a 20 metros de profundidad. A través de su web se puede reservar una cata arropado por el espectacular entorno de la ensenada.
Las sorpresas siguen revelándose: las Dunas de Astondo, el cabo Villano con su torre de luz, el peñón a la deriva que es Isla Villano y el puertito pesquero de Armintza. En la naturaleza abrupta fusionada con el mar, la central nuclear de Lemóniz irrumpe. Nunca llegó a funcionar y lleva 30 años abandonada, pero ya es parte del paisaje. Unas millas mar adentro ver delfines calderones resulta más fácil de lo esperado, una veintena nada menos. La emoción acompaña hasta Bakio en forma de saltos, los nuestros y los de los cetáceos.
Los solemnes acantilados siguen perfilando el litoral con algunas casas salpicadas sobre ellos. ¿Quién pudiera dominar el mar desde esas atalayas? Los edificios más altos los advertimos a continuación, en Bakio, donde se ubica la playa más larga de Vizcaya. Tal vez la que ha contribuido al desarrollo turístico de este municipio. Muy cerca aparece San Juan de Gaztelugatxe envuelto entre mitos y leyendas. La ermita reposando a lo alto del islote perfila uno de los parajes más sensacionales de la costa vasca, especialmente si se contempla desde el mar. Sumergida bajo sus aguas se encuentra, desde 1963, una talla de la virgen de Begoña. “Sin duda, Gaztelugatxe es el lugar de la costa en el que los visitantes se sienten más sorprendidos”, manifiesta Juan. “Aunque el acantilado de Ogoño también gusta muchísimo porque desde el barco nos acercamos tanto que casi es posible tocarlo”, añade.
En Bermeo el ambiente pesquero inunda cada rincón del puerto viejo, parada imprescindible para sumirse en la cocina del mar. A escasos minutos, Mundaka marca el inicio de la Reserva de la Biosfera de Urdaibai entre viviendas de colores que otean impasibles el mar. Nos encontramos en la meca mundial del surf, que presume de tener una de las olas de izquierda más largas de Europa, llegando a alcanzar hasta los 4 metros de altura y los 400 de largo.
En el estuario de Urdaibai, donde desemboca el río Oka, explosiona la belleza de la costa vizcaína. La reserva cuenta con gran riqueza ecológica debido a su diversidad compuesta por el mar, los arenales, las marismas y una montaña de escasa altura que se abre ante el Parque Natural Urquiola, allá en la lejanía. Frente al estuario, la Isla de Ízaro es imagen de una productora y distribuidora de películas. Muy próxima, la playa dunar de Laga, junto al sobrecogedor acantilado del cabo de Ogoño, es considerada una de las más hermosas de la provincia.
En el muelle de Elantxobe, varias personas sostienen pacientes sus cañas de pescar ante un alegre casco urbano que hace equilibrios sobre la ladera de una montaña. Hemos llegado al final de nuestra ruta, y ahora, esa vida, marina y fluvial, hecha agua es también un poco nuestra.