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La naturaleza de la isla estuvo siempre muy vinculada al pueblo herreño que no podía dar la espalda a su generosidad pero tampoco a su brutalidad. Sus bosques, su escasez de agua, sus fuertes vientos o sus costas negras y salvajes, entre otras características que tan bien definen su personalidad, son un recordatorio constante de lo que es la isla pequeña de las Canarias.
Antes de adentrarnos iniciar la travesía conviene saber algunas detalles. La ruta, que es circular, ofrece diferentes niveles: la verde, con poco más de 4,2 kilómetros y dos horas de duración; la naranja, con 5,6 kilómetros y de unas 3 horas de duración; y las azul, con 7,4 kilómetros y 4 horas de duración aproximadamente.
En la Llanía, se aprecia esa simbiosis de los habitantes de antaño y los bosques de la isla. Nos permitimos algún spoiler: en el camino se encuentra un árbol que recuerda cómo los isleños extraían y aprovechaban el goteo que deja la bruma en los árboles, que escurría a través de las hojas y se recogía en un aljibe. Una forma ingeniosa de aprovechar la humedad que alcanza su máxima expresión en el místico Árbol de Garoe.
El sendero conduce por un bosque de fayal-brezal digno de mil y una fotos. La zona del brezal, ubicado en la zona más lluviosa de El Hierro, da paso a un claro que transporta en pocos metros a una laurisilva increíble, en la que los musgos y los líquenes parecen atesorar toda la magia natural que solo se puede encontrar en estos bosques canarios.
No todo es humedad, y tras atravesar un apabullante tramo cubierto de helechos, los brezos toman la iniciativa para explicar con su presencia al caminante que aquí la humedad importa un poquito menos. De vez en cuando aparece un calvero para devolvernos al uso de la naturaleza en El Hierro, tan asociada a la ganadería.
Hay que pasar por la Fuente del Lomo para llegar a uno de los lugares más increíbles de la ruta: Hoya de Fireba. Cuenta con su propio mirador a la caldera mejor conservada de la isla. Una imagen que recuerda con un paisaje fascinante el reciente pasado volcánico de este pedacito de tierra en el Atlántico. Se trata, según cuenta Turismo, de un “cráter de 259 metros de diámetro interior y una profundidad de 110 metros”. Casi nada para hacer una parada y quedarte boquiabierto.
Existe otro mirador en la ruta que aparece de repente, y como si lo suyo fuera pasar desapercibido, pero aquí la orografía de la isla impacta dejándole a uno clavado en el sitio. Se trata del Mirador de la Llanía con unas vistas al Valle del Golfo, que muestra sus acantilados verticales que tanto recuerdan a Hawái, aquí mismo, en la islita de El Hierro. Un paisaje descomunal de una fuerza increíble que termina en los Roques de Salmor dejando al espectador sin aliento.
Siempre hay espacio en las islas para la mitología popular, especialmente, cuando se trata de estos bosques de misteriosas brumas, que esconden a ratos el paisaje, y unos verdes capaces de poner los pelos de punta. En el sendero de la Llanía, este papel lo cumple un soberbio claro conocido como el Bailadero de las Brujas. En el archipiélago hay varios, y están muy relacionados con la creencia de que eran los lugares en los que quedaban para bailar las brujas, personajes asociados a la creencias del pueblo canario. Pero estos claros, también eran el sitio en el que los antiguos (aborígenes) llevaban a sus animales para invocar la lluvia.
Fuera para lo que fuese, los claros del camino solo añaden más fascinación a un bosque que se sale de los cuentos de la literatura clásica de los hermanos Grimm para arrastrarte a un posible reino del Señor de los Anillos o, por qué no, a un lugar único en el mundo: justo ahí, en el municipio de Valverde, en la pequeña isla de El Hierro.