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No es fácil seguir un río cuyo cauce se convierte en embalses, en una sucesión de presas y de colas que se encadenan en esta esquina oriental de la provincia más grande de España, Badajoz, para convertir esta tierra en la mayor reserva de agua dulce de Europa.
Si el pantano de Cíjara es el que nos da la bienvenida a Extremadura, el de García Sola nos introduce en la Siberia, una comarca dura formada por 18 municipios, a la que podemos llegar por la carretera autonómica EX-103, una "tributaria" de la N-430, nuestra carretera principal de la que salimos y entramos.
Tierras peladas nos sorprenden de nuevo al llegar a Capilla y Peñalsordo (este último de unos 1.000 habitantes), pueblos costeros de la cola del pantano de la Serena, el mayor de España y el tercero en tamaño de Europa, que enlaza con uno más antiguo, el del Zújar, otro de los construidos dentro del ambicioso Plan Badajoz.
Se trataba de un conjunto de actuaciones que el estado español planteó a principios del siglo XX, diseñadas durante la II República, puestas en marcha durante el franquismo y finalizadas con los primeros gobiernos democráticos.
Casi un siglo de obras faraónicas transformaron estas comarcas en fértiles tierras de regadío teniendo como base el río Guadiana y sus tributarios.
Si buscamos las playas de agua salada más cercanas las encontraremos en La Rábida, en la provincia de Huelva, a unos 400 kilómetros de este entramado de aguas finas y dulces, y si queremos ver la única bandera azul en el interior peninsular la tenemos a nuestros pies.
Veleros, piragüistas y pescadores acuden cada año a Orellana la Vieja, el pueblo de la costa dulce del pantano de Orellana. Pero si alguien sabe de navegación en el Guadiana extremeño es Ramón Hoya, que con su Jeanneau de seis metros de eslora surca a toda vela las aguas de su pantano.
Si José de Espronceda, el poeta pacense que escribió uno de los mejores cantos a la libertad a bordo de su barco El Temido, hubiera conocido esta Extremadura del agua, quizá hubiera cambiado algunos versos de su universal poema. El bar 'Reyes', capitaneado por Reyes Sierra, un sabio orellanense conocedor de su comarca y defensor incansable de la naturaleza, es el centro de reunión de los que quieren conocer lo más desconocido de las sierras cercanas.
Acequias, viaductos, túneles, compuertas y canales se reparten como arterias fluviales para conducir el agua a las Vegas Altas del Guadiana desde el pantano de Orellana. Un mar de frutales, hortalizas y arrozales se suceden por campos que estuvieron secos durante siglos y que ahora son despensa de millones de consumidores europeos.
La moderna agricultura de esta zona va unida a los pueblos que nacieron de la nada hace poco más de medio siglo. Valdivia, Hernán Cortés o Balboa, extremeños ilustres que conocieron bien la bravura de otras aguas, dan sus nombres a algunos de los pueblos de colonización cercanos al río y a sus cultivos.
La riqueza que supuso la modernización y explotación de estas tierras ribereñas, siempre con el agua asegurada, se convirtió en arma letal para el primigenio río Guadiana, para su ecosistema fluvial, para la calidad de sus aguas y su frágil biodiversidad.
Si el Guadiana extremeño es el más grande cuando irrumpe en este territorio, también lo son los puentes que unen sus orillas. Medellín, la antigua población donde se establecieron civilizaciones desde el Paleolítico condicionadas por las aguas del gran río y su afluente Ortiga, cuenta con uno de esos puentes majestuosos que nos acompañarán hasta la frontera con Portugal.
Sufragado por los habitantes de la villa y levantado en el siglo XVII, este puente barroco alcanza los cuatrocientos metros de largo y su vista desde el castillo medieval, con las vegas altas que se extienden en la llanura, es de una belleza inusual en cualquier época del año.
Una zona de recreo con chiringuitos playeros, habilitada en la orilla del río, convierte en un pequeño oasis el paraje y alivia el calor que se impone durante el verano.
Las ciudades ya se acercan sin miedo al Guadiana. Si en el curso alto los pobladores se alejaron para no contraer enfermedades, en este tramo del curso medio las civilizaciones más importantes se desarrollaron gracias al aprovechamiento de todo lo que contenía esta fuente de riqueza.
Mérida se abrió al río y unió su cultura al agua con la construcción de los más impresionantes ingenios que el imperio romano supo levantar. Este puente era considerado el más largo de la Antigüedad, y forma parte del conjunto arqueológico de la ciudad, declarado Patrimonio Mundial de la Humanidad en 1993.
Pasear por él dejando abajo el Guadiana es algo habitual para los emeritenses que conocen bien su historia. Levantado en el 25 a. C., al mismo tiempo que la ciudad, este imponente puente, en la actualidad de sesenta arcos y de 792 metros de longitud, fue de suma importancia en la Vía de la Plata, la ruta que cruzaba la península de norte a sur en su lado oeste.
De nuevo embalses, acueductos y puentes. Proserpina, el pantano que aprovisionaba a los legionarios que premió Augusto por haber consolidado el poder romano en España, aún sigue embalsando agua como hace 2.000 años.Hoy día sus alrededores se han convertido en un lugar de ocio donde cientos de visitantes acuden a conocer la gastronomía de la zona en los restaurantes instalados en las orillas del histórico lago.
Acueductos como el de los Milagros o el de San Lázaro condujeron las aguas hasta la emérita cuidad, una de las más importantes del mayor imperio de la historia de la humanidad.
Poco falta para que el Guadiana abandone España para seguir hacia el sur haciendo frontera natural con Portugal en otro de sus tramos. El río cobra ahora un protagonismo absoluto en Badajoz, la única capital española fronteriza donde ya podemos encontrar la original gastronomía lusa en cualquier rincón del casco histórico.
Aunque Mérida presuma de ser una ciudad con un patrimonio incuestionable, Badajoz es la gran desconocida. La ciudad alberga grandes museos como el museo del carnaval, el primero de España dedicado a la fiesta del disfraz, o el Museo Extremeño e Iberoamericano de Arte Contemporáneo (MEIAC), con obras de artistas españoles, portugueses y latinoamericanos.
La ciudad está estrechamente unida al Guadiana y a sus cinco puentes que facilitan la comunicación entre sus barrios. El de Palmas, el más antiguo, era paso obligado para los que querían acceder a la ciudad amurallada desde la otra orilla del río. El puente de la Universidad, el de la Autonomía y el puente Real completan estos pasillos que unen la capital ribereña.
España es el país con mayor número de presas del planeta y el tercero en porcentaje de agua almacenada. La suma de los cuatro embalses citados al principio supera los 6.000 hectómetros cúbicos y hacen que Extremadura posea 1.500 kilómetros de costa dulce de los 7.000 km. de costa marítima que tiene nuestro país.
Pero si queremos conocer la cola del pantano más ambicioso de las últimas décadas viajemos desde Badajoz por la carretera EX-107 hasta la aldea de Villarreal, pedanía de Olivenza, donde las barcas cruzan un río que se ha partido en dos por una línea imaginaria que hace que en cada orilla se hable un idioma diferente. Nuestro río a partir de ahora será frontera, medio portugués y medio andaluz hasta que desemboque en el Atlántico.