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Si Mafalda lograse dar con este aislado arenal de 13 metros y entorno virgen al suroeste del municipio de Porto do Son, no tendría que volver a molestarse en gritar "¡Paren el mundo que me quiero bajar!". Aquí te sientes en un universo paralelo con solo pisarla.
No hay ruidos ni gente. Solo se escucha el mar poderoso que exhibe intimidante su fuerza. A tu espalda un monte bajo de pinos, en el que unas cuantas casas parecen querer ocultarse del mar poniéndose de lado, revela la magnificencia salvaje de esa Galicia que huye del turismo y no lo quiere ni ver porque ama vivir en solitaria libertad.
La naturaleza ha firmado un pacto con los lugareños para que nada perturbe la belleza del entorno. Las azucenas de mar o los cardos marinos crecen a sus anchas y junto con la vegetación nitrófila y los carrizos y juncales dan una lección de adaptación a un medio cambiante, que se caracteriza por ser arenoso, eólico y salino.
Es un sitio perfecto para practicar el nudismo sin miradas indiscretas. Si te cruzas con alguien, lo saludas con la complicidad del que ha sido capaz de encontrar también este tesoro. Al mar hay que acercarse con respeto en esta última playa de Porto do Son, de la que una parte pertenece a Ribeira. Un cartel avisa de que hay corrientes que obligan a ser precavido. El Atlántico es poco apto en esta zona para los niños.
Rocas en las que vivir tus propias aventuras. Y un oleaje que haría zozobrar barcos piratas –de los de antes y de los de ahora–. Por aquí cabalgan surferos y corretea algún crío de esos padres que tratan de apartarles de las pantallas en vacaciones.
Serans se encuentra justo a continuación de la playa de Espiñeirido y cuesta distinguirlas, son primas hermanas que se saludan con abrazos de sal. La densidad humana es anecdótica. Ni tan siquiera los veraneantes habituales logran dar con ellas. Solo los nacidos en la zona conocen un camino que prefieren no revelar.
Arena fina, oleaje moderado y la certeza, por un rato, de ser realmente afortunado. No todos los días te toca la lotería. Y es que llegar hasta este rincón es de premio gordo. El cartel que señala en la carretera el acceso a la playa, está convenientemente pintado con un espray negro. Lo cual indica que vas por el buen camino, de robles y eucaliptos.
El mundo rural provoca una sedación instantánea. Te invade el ritmo del campo que rodea al mar y mece tus pensamientos. Divagas sobre la posibilidad de cambiar radicalmente. Instalarte en una de las casas, que crecen anárquicamente, de los alrededores. Plantar patatas, berzas, lechugas y tomates.
Acabas de tumbarte en la arena y ya percibes como parte de ti ese pequeño paraíso. Qué poco se necesita para ser feliz. Basta con un baño despabilador en aguas del Atlántico para volver a la realidad. Aunque, como si fueses autóctono, te prometes a ti mismo guardarte esta playa para ti solo. Un desahogo espiritual.
Es el planazo del verano. Hacerse unos bocadillos, coger la toalla y a toda la troupe e irse a pasar el día a esta playa que lo tiene todo. Aquí se juntan más almas que en las anteriores pero sigue siendo un secreto que los veraneantes espabilados preservan. Nada hace presagiar la singularidad que esconde la inadvertida indicación que conduce hasta ella.
El viento impide que el sol canse y tanto niños como mayores tienen dos opciones para elegir. Si quieres marcha, te sumerges en el Atlántico, vigorizantemente helado por estos lares. Y si te va más el mundo spa o quieres seguir leyendo mientras los críos chapotean, el río es genial.
Para quien visita la playa por primera vez, es importante saber que puede que llegues con la marea baja y al cruzar el río, el agua solo te cubra hasta el tobillo. Pero si al final de la jornada ha subido, igual tienes que pasar las sillas, la sombrillas y demás bártulos con los brazos en alto o incluso a nado para poder regresar hasta el coche que has dejado arriba, en el chiringuito 'Boca do río', también conocido como 'El marciano', por la escultura de latón de la entrada firmada por Nando.
Resguardada por el trazado de la carretera de la costa y las rocas que levantan una pared granítica, esta playa desaparece por completo cuando sube la marea. Hace 50.000 años, los neanderthales ya se instalaron allí, como evidencia la cueva a la que se accede sin problema. Por aquel entonces estaría en mitad de la ladera, pero el hundimiento de la costa la ha puesto a disposición de los bañistas, que conocen el secreto.
Las puestas de sol son míticas en la zona. Ya sea desde el chiringuito del Fonforrón, el bar 'El Pino' o sobre una de las rocas. Es lo que tienen las vacaciones. Hay tiempo para poder detenerse en lo que resulta invisible el resto del año.