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Cuando se observa la bajamar desde su gran Duna, apenas se puede distinguir dónde termina la playa y dónde empieza el océano. Se trata de una lengua interminable de arena que parece un presagio bereber, un oasis afrodisiaco que sintetiza toda la potencia visual del Estrecho. La playa de Bolonia es famosa por sus inmejorables condiciones para practicar surf y otros deportes acuáticos, así como por su prodigiosa naturaleza, casi virgen.
El único rastro humano que se deja ver son las ruinas romanas de Baelo Claudia(siglo II a. C.). Indicios de una milenaria ciudad portuaria, de raíces fenicias y concurrencia multicultural, muy acusada a lo largo de la historia por sus ancestrales factorías atuneras y salazones.
Para pasar un rato de lujo con mesa o sobremesa en la playa, indiscutible la visita al chiringuito familiar 'La Cabaña', de ambiente jovial y con frecuentes conciertos hasta por la noche. Saliendo de la arena, otra muy buena opción es dar buena cuenta del arroz con carabineros que nos estará esperando en la terraza de 'Las Rejas' (1 Sol Guía Repsol).
Ora custodiada por el levante, ora por el poniente, y así siempre. Los dos vientos de la mar siempre andan rondando esta playa por ver cuál se queda con ella. Este duelo airado es el responsable de que la playa de Valdevaqueros, y también la playa de los Lances, presenten las condiciones ideales para hacer wind-surf, kit-surf y otros deportes similares.
Sin duda, Tarifa es la meca sureña del surf y casi todas sus playas cuentan con instalaciones convenientes para practicarlo. Pero además, impresiona cómo la abrupta vegetación del Parque Nacional del Estrecho detiene en seco su avance y da paso a estos infinitos médanos.
Los Caños de Meca es una pedanía de Barbate, pero cualquiera que descubriera por primera vez su aspecto diría que se trata de un asentamiento, porque aquí no hay edificios ni paseos marítimos. El único orden que se respeta es el de la naturaleza. Pareciera que se ha trasladado hasta aquí un extracto de los jardines colgantes de Babilonia. Los Caños se enmarca dentro del Parque Natural de la Breña, cuyo extenso y frondoso pinar provoca que las playas se conviertan en un edén de vergeles, aguas cristalinas y casitas en la playa.
Un auténtico palacio naturista donde hay espacio para todo tipo de bañistas. La playa del Pirata es más recomendable para las familias, aunque hay gente de todas las edades porque se encuentra en el centro del pueblo, es de fondo arenoso y se disfruta de la agradable brisa en sus chiringuitos.
Para el público más alternativo hay dos opciones: la playa nudista de Los Caños; o ir en busca de la pintoresca playa de los Chorros, comenzando un itinerario desde el este de la playa nudista. Hay que cruzar un tramo de acantilados de roca caliza un poco dificultoso, aunque la belleza del camino contrarresta el esfuerzo. Una cascada de agua dulce en medio de la vegetación nos sorprenderá cayendo directamente a la cala. Es un lugar mágico.
Tranquilidad es el término que define esta playa de ocho kilómetros de longitud. Un sosiego apenas interrumpido por el parsimonioso paseo de los bañistas, que en ningún caso se pueden contar por muchos. No hay indicios urbanos, es de una plenitud paisajística natural que se complementa de maravilla con la cercanía de Vejer y Conil de la Frontera. Dos pueblos, a cual más blanco y con más embrujo.
El Palmar es ideal para ir con niños, hay servicios mínimos como duchas y algún que otro chiringuito y supermercado. Es de absoluta obligación quedarse a ver la puesta de sol, cuya luz se pierde en el horizonte merced de la ingente planicie de su ribera.
Unas cuantas casitas y nada más entre tú y sus 14 kilómetros de playas. Zahara es una aldea de apenas 1.500 habitantes, antaño, cuna de almadrabas y arribaje bucanero; hoy, un secreto que la orografía del Parque Natural del Estrecho se empeña en esconder. La Playa del Cañuelo sigue siendo virgen, de hecho el Atlántico lindaría directamente con la vegetación de no ser por el soplo de arena fina que constituye el Cañuelo, un paraje habitual en los desconocidos umbrales del Estrecho. En Zahara de los Atunes pasaba sus veranos el irrepetible cantautor Javier Krahe como uno más del pueblecillo, y se refería a él como "Zahara de la Sierra" para evitar darlo a conocer y que la masificación turística alcanzara sus playas.
La del Cañuelo, junto con la de Bolonia (a su izquierda) y la de los Alemanes (a su derecha –también conocida como Atlanterra o Cabo de Plata–), conforman una ringlera de ensenadas caribeñas hilvanadas por unos andurriales que se abren camino entre la selvática flora. Hay que caminar alrededor de 900 metros desde el faro de Punta Camarinal para dar, repentinamente, con esta cala cristalina. Otra opción es tomar el sendero de Bolonia. La caminata merece la pena y llegar es un respiro de tranquilidad y asombro.
El problema de Conil es que todas sus playas –que son muchas– son tremendamente buenas y resulta casi imposible decidirse por una. Lo que nos ha llevado a optar por la Fuente del Gallo es su traicionera belleza. Cuando baja la marea, emerge de la nada una larga y estrecha cala a los pies de sus acantilados, confortable e íntima, donde podremos instalar nuestras toallas. Pero en cuanto apremia la pleamar, ya anocheciendo, desaparece la playa tan rápido como apareció, lo que la convierte en una mala elección para aquellos amartelados que alargan el idilio hasta el ocaso.
Veranear en Conil te da la oportunidad de descubrir muchísimas calitas entrañables y reservadas. Aunque sin dejar de lado su enorme playa principal de los Bateles, desde donde se observa todo el pueblo como si se tratase de un monte nevado. En cualquier caso –y en un intento de sorprender a propios y extraños con este litoral–, toma buena nota: cala del Aceite, calas del Quinto (Melchor, Pitones y Sudario), calas de Poniente (Encendida, Áspero, Pato, Frailecillo y Medina), playa del Roqueo, de Castinolvo, del Puerco y Fontanilla.
La desembocadura del caño Sancti Petri origina, y da nombre, a todo el tremedal que se extiende en las cercanías de Chiclana de la Frontera y San Fernando. Una zona donde la tierra y el agua se entremezclan en una lucha por conquistar el territorio marismeño. Y eso se traslada hasta la misma playa, en la que el caño forma una enorme punta (Punta del Boquerón) de arenal que atrapa el agua. Se puede cruzar –incluso a nado– de una orilla a la otra, aunque es más divertido alquilar un kayak en el club náutico y atravesar todo el caño para llegar al castillo flotante de Sancti Petri que nos encontramos al salir a mar abierto. No es peligroso porque no hay mucha profundidad, y resulta ser un ejercicio de adrenalina para disfrutar como un niño en un entorno plenamente natural.
Un paraje en el que las aguas mansas –aunque no de fiar–, el fondeo de barquillas y veleros y el ambiente caliginoso, junto con el poblado de Sancti Petri (San Pedro, patrón de los marineros) nos trasladan directamente a los humedales de la Argónida, ese hábitat misterioso que Caballero Bonald creó en Ágata ojo de gato y que deja adivinar un reflejo de la vida salvaje del coto de Doñana.
Hay playas naturistas, caribeñas, visualmente insuperables o de constitución impactante, pero ninguna como La Caleta. Todo piropo que se precie ya ha sido espetado a esta madre marinera. Quizá sean sus barquillas, su barrio de la Viña o su coqueto balneario, o quizá es que tiene algo intangible que la hace única.
Pero era imposible hacer un listado de playas gaditanas sin incluirla, por muy evidente que fuera. Cantaba el comparsista Juan Carlos Aragón que "para subir al cielo me quedo en Cádiz que es más bonito". Todos sabíamos ya que la Tacita de Plata es el paraíso, pero nunca está de más recordarlo contemplando un atardecer desde aquí.
No es fácil elegir una playa de Chipiona porque todas tienen algo que nos suele apetecer en vacaciones. La de Regla, su playa principal, nos ofrece ese ambiente tan de toda la vida con el jolgorio proveniente de los chiringuitos, las hamacas y las nevera bien pertrechadas de alimento, que el día es largo y el Lorenzo no da tregua. Y aún repleta de sombrillas sigue siendo bonita, pues no todos los días uno se baña en una playa flanqueada por el imponente santuario de la Virgen de Regla –que casi se mete en el mar– y el faro más grande de Europa.
Si demandamos intimidad, nuestra playa es la de la Micaela, en el extremo oeste y saliendo del núcleo urbano, una calita desde la que se aprecia, a un lado, el imponente faro, y al otro, las primeras estribaciones onubenses de Doñana. Colindante al este con la de Regla, la playa de Camarón nos ofrece una explanada inmensa de arena dorada para tumbarse a pierna suelta. Está totalmente equipada y presenta accesos con senderos, consiguiendo preservar el cordón dunar que la delimita y que posibilita el hábitat camaleónico que la caracteriza. De hecho, en esta playa se encuentra el Centro de Interpretación El Camaleón, donde se estudia esta especie autóctona de Chipiona. Por último, no hay que perderse los corrales de pesca de bajura, un sistema artesanal conformado por barreras de piedras ostioneras que se ensamblan con una especie de cemento marino formado por algas, ostras y escaramujos.
Un confín gaditano para concluir rompiendo con todo el remanso de agua anterior. En este bastión el oleaje es brusco y salvaje, pero no venimos aquí tanto por el baño como por la supremacía del Tómbolo de Trafalgar y su prominente faro, cuya antigua función de torre vigía nos infunde remembranzas de la desafortunada batalla de Trafalgar contra los ingleses. El Tómbolo es un monumento natural surgido de dos istmos de arenal que unen el cabo con la tierra, una formación geológica que nos deja algunas playas tan preciosas como peligrosas. El baño, en algunas, es factible, si bien hay que estar siempre alerta por las turbulencias provenientes de bajíos y arrecifes.
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