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Situadas a siete kilómetros de Fuentes de León, al sur de la provincia de Badajoz, y vecina de la de Huelva, el visitante llega a este conjunto, Declarado Monumento Natural en 2001, a través de una estrecha y sinuosa carretera flanqueada por encinas y olivares. Cuando uno cree haberse perdido, se da de bruces con el lugar donde comienza el verdadero viaje, ese que le llevará al interior de la Tierra.
Pero sin duda no hay mayor viaje que el que uno realiza a su propio pasado. Es el que nos invitan a iniciar Marisa Giles y Eulogio Oyola, los guías y guardianes de estos lares, que atesoran todo tipo de datos y curiosidades para hacer que el visitante se marche con la sensación de haber hecho no solo una visita a las cuevas, sino de haber vivido en ellas una experiencia.
Iniciamos el recorrido adentrándonos por un gran portón de metal que chirría al abrirse dando la bienvenida al ayer más remoto. A ese donde la mente a veces es difícil que alcance a imaginar qué o quiénes pisaban la faz de la Tierra. Estamos en la Cueva de los Postes. Un lugar que nos pone ante los ojos los yacimientos Neolíticos tardíos y Epipaleolíticos más importantes de Extremadura, con restos de oso pardo de hace 170.000 años y humanos de 10.000, "algunos de los cuales presentan indicios de canibalismo", nos cuentan.
No es arriesgado decir que en esta cavidad se han hallado los primeros restos de homínidos del sudoeste de la península ibérica, en un estrato datado en un margen temporal entre 180.000 y 240.000 años. Se trata de una falange humana "de una mujer de entre 20 y 24 años", a la muchos denominan 'la abuela de Extremadura'. Un descubrimiento crucial para rastrear la presencia de los neandertales en la zona, en un periodo del que no ha aparecido ningún otro resto humano en la Península Ibérica. Por este motivo, "podríamos estar ante uno de los últimos preneandertales documentados de Europa", aseguran los guías expertos.
De hecho, en nuestro recorrido, es fácil ver a simple vista restos de tibias, cráneos y algún que otro hueso perteneciente a antepasados. Pero no son los únicos, ya que parece que la Cueva de los Postes fue utilizada también en época romana, debido a los objetos de tradición indígena, útiles líricos, cerámicas y restos óseos encontrados.
Tras un paseo hasta tiempos insospechados, salimos de nuevo a la luz para dirigirnos a la segunda cavidad, tan sorprendente como distinta a la anterior. La Cueva Masero o también llamada Bonita nos pone sobre aviso de que lo que vamos a presenciar será un deleite para todos los sentidos.
A pesar de sus 1.000 metros cuadrados y hasta seis salas, solo son visitables algunas de ellas. Comenzamos un recorrido de 80 metros lineales en los que la linterna y el casco serán nuestros mejores aliados, dadas las estrecheces y la baja altura de algunos pasos. Aunque sus dimensiones no son su principal atractivo, sino la gran cantidad y vistosidad de las formaciones kársticas.
Nuestros ojos se reparten por doquier sin querer perderse ni una sola de las estalactitas suspendidas de forma azarosa, muchas de ellas excéntricas, curvas, con forma de punta de lanza y alas de mariposa. Pero también hay cristales de aragonito brillante, velos, columnas o sifones. Y todo ello con formas personalizadas, dejadas a la libre imaginación de quien las observa. Castillos, dragones, encinas o caballos son solo algunas de las figuras que el ojo cree ver tallado en la roca, como si el más refinado de los escultores se hubiese entretenido allí, bajo tierra, durante millones de años.
Y cuando uno cree haberlo visto todo en aquella cueva, aparecen ondeando vistosas banderolas de un color distinto al de la pared, a las que también denominan velos, cortinajes, alas de ángel o pañuelos, aunque lo que realmente nos viene a la mente es una tira de beicon.
Eulogio nos da la explicación muy didáctica a este fenómeno, y es que el veteado más claro y más oscuro de las banderolas nos da información sobre los periodos más lluviosos, "donde el agua se filtra clara, o más secos, arrastrando impurezas que llegan a oxidar el líquido". Y lo mismo ocurre con su filo en forma de sierra o peine, formado por la velocidad con la que el agua ha llegado hasta ellas, "saltando a mayor o menor velocidad, según el torrente de cada época".
Dentro de estas cuevas, uno tiene la sensación de encontrarse en un lugar donde el tiempo se ha detenido e incluso hemos perdido la noción del espacio a casi 50 metros bajo el suelo, con una temperatura uniforme de entre 16 y 18 grados. De ahí que Marisa y Eulogio aseguren que no hay mejor terapia de relajación que quedarse mirando fijamente una gota de agua suspendida en la punta de una estalactita, esperando verla caer. Algo que puede ocurrir en minutos, horas o días, ya que se estima que "esta formación crece de media un centímetro cada 100 años".
Tras una tregua al calor bajo tierra, la realidad nos devuelve a las calurosas temperaturas veraniegas extremeñas, mitigadas por las ráfagas de viento que acarician el rostro por momentos encaramados en lo alto del cerro El Rincón, donde se encuentran las cuevas.
Un paseo de 800 metros hasta nuestra siguiente inmersión arqueológica, mientras un gato nos ronronea en los pies, nos permite disfrutar del olor y el color de cientos de especies florales como matagallos, boca de dragón, rosa de Alejandría y varias especies de orquídeas, algunas tan poco frecuentes como la conocida como El hombre ahorcado.
Y si los hallazgos a los que acabamos de asistir no nos sacan del asombro, tampoco lo conseguirá la tercera de las cavidades. Un pequeño pero idílico patio nos da la bienvenida en medio del campo. Una higuera silvestre centenaria y paredes forradas de hiedra y helechos invitan al visitante a detenerse sin prisas en uno de los bancos de madera colocados en la entrada de la cueva. La temperatura ha descendido hasta 10 grados de golpe solo al cruzar el verde arco, creando un microclima que nos da las claves de lo que vamos a encontrar dentro: agua.
La Cueva del Agua se alza en torno a un lago interior de más de 250 metros cuadrados de superficie. Esta singularidad dota a la cueva de un atractivo especial, "siendo la laguna subterránea más importante de la región" presumen sus cuidadores. Asimismo, en este lugar se hallaron restos humanos de una mujer, conchas, pinturas rupestres y cerámica tosca decorada por incisión con un objeto punzante, que pueden situarse hace unos 5.500 años.
Pero esta cueva no está sola. Miles de habitantes la utilizan como refugio de día y la abandonan a la caída de la tarde, motivo por el cual está declarada Lugar de Interés Comunitario (LIC). Se trata de la colonia de más de 5.000 murciélagos de hasta ocho especies, que se refugian muy apretados, "pudiendo encontrarse hasta 3.000 ejemplares en un metro cuadrado" apuntan Marisa y Eulogio. Este hecho hace que sean muy sensibles a cualquier tipo de perturbación sonora y lumínica, que podría afectarles gravemente. Es por ello que el visitante debe adentrarse en la cueva con sumo cuidado y permanecer en ella casi sin ser percibido.
Y así, en medio del silencio solo roto por el llanto de la roca sobre el lago, es hora de marcharnos. Lo hacemos justo en el momento en el que los quirópteros inician su revoloteo envueltos en estridentes gritos, que nos sirven para devolvernos a la realidad, tras nuestro particular viaje en el tiempo y en el espacio por el sur de Extremadura.