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'Paddle Surf' en la Laguna de San Pedro, del parque natural de las Lagunas de Ruidera.

Visita al Parque Natural de las Lagunas de Ruidera (Ciudad Real ı Albacete)

El vergel inesperado

Actualizado: 22/07/2019

Fotografía: Sofía Moro

No es un espejismo. La belleza húmeda y agreste que embrujó al Quijote surge de improviso en el Campo de Montiel, con las lagunas de Ruidera, dispuestas a despojar del estereotipo de enjuta a La Mancha. En medio de la España vacía este oasis revela el abrazo refrescante de 15 lagunas que discurren escalonadas como vasos comunicantes, generando cascadas y saltos para zambullirse o simplemente contemplar mientras paseas.

Por mucho que te hayan contado, la impresión de encontrar este vergel de olmos, álamos blancos, encinas, carrascas, sabinas, chopos, nogueras y tupida retama que, como centinelas, escoltan las lagunas, es inevitable.

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El primer impacto surge en la carretera CM-3115 que enfila hacia Ruidera desde Argamasilla de Alba, cuando se comienza la ruta desde este pueblo mencionado por Cervantes, en donde las figuras de Quijote y Sancho saludan al conductor a su paso. A solo 12 km, el castillo de Peñarroya (siglo XII) se alza a los pies del embalse que se considera casi como una laguna adoptada al estar dentro del parque natural, aunque no lo sea. Alimentadas por el alto Guadiana –un río que aparece y desaparece a su antojo–, arrancamos el camino a la inversa, remontando las lagunas Bajas o cenagosas, hasta alcanzar la laguna Blanca. 30 kilómetros que acaban en el nacimiento del Guadiana en los Zampullones.

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Imposible despegar la vista de la ventanilla mientras el coche avanza por el serpenteante asfalto. En cuanto se atisba la laguna de la Cueva de la Morenilla –dejando atrás la laguna Cenagosa, oculta por la vegetación palustre, y la de la Coladilla–, surge de inmediato la inquietud por tirarse a esas aguas tranquilas, que del turquesa pasan al esmeralda. Y fluir como un barbo de una a otra o convertirse en pato colorado y deslizarse pegado a la espadaña, los carrizos y los juncos. Aunque lo mejor está por venir.

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Tras una curva, aparece la cascada del Hundimiento, de 15 metros de caída, entre la laguna de Cueva Morenilla y la del Rey. Hay que pararse y verla de cerca. El mayor y espectacular salto de agua del parque natural se produjo por una avalancha de agua en enero del año 1545. Una crecida tan grande que las inundaciones llegaron hasta Argamasilla de Alba y Tomelloso, tal y como recuerda cualquier habitante hoy en día.

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Cuando la carretera llega a Ruidera, vale la pena parar y probar un tinto de calidad de la zona y una ración de queso manchego. Y de paso, comprar un pan de Cruz de trigo candeal de miga consistente, de las que no empapan fácilmente. Para continuar con buen sabor de boca.

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Se toma ahora la CR-650. Y a partir de aquí, las lagunas se suceden encadenadas. La laguna del Rey, justo a la salida del pueblo, tiene una zona en la que está permitido el baño y un mirador en Pedazo de lo Alto que la convierte en una de las más fotografiadas. A partir de aquí, las lagunas dejan de pertenecer a Ciudad Real y pasan a Albacete. Ya en territorio albaceteño hay 10 lagunas. La mayoría de la cuenca media, vertientes del Alarconcillo, ante las que los "¡Ohhh!" se multiplican atrayendo como un imán al viajero. Quién diría que estamos en el corazón de Castilla-La Mancha.

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En primavera, verano e, incluso, en otoño, también apetece probar a hacer paddle surf o recorrer las lagunas en kayak. "La primavera y el otoño son la mejores épocas para conocer en profundidad las lagunas. Hacemos recorridos náuticos con monitores. Es una buena zona para bucear y descubrir las especies subacuáticas y peces como el lucio, el barbo comiza o el percasol. Una alternativa son las rutas en 4x4 o a pie, para tener diferentes perspectivas", dice Diego Díaz de 'Ruidera Aventura', una de las empresas que ofrecen actividades en la zona.

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También es perfectamente factible organizarse por cuenta propia y diseñarse un recorrido a la medida, estando dispuesto a saltárselo cuando el atractivo de una cascada o una placentera sombra requiera echar un rato. No hay prisa. La calma es contagiosa. Como Don Quijote en la cueva de Montesinos, el hechizo de las lagunas crea un clima de relax tan agudo que el tiempo se evapora sin sentirlo.

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Cada una tiene su peculiaridad. Por eso, cuando las has visitado más de una vez, ya tienes tu preferida. Unos son más de la Colgada, con el agua que rebosa de la Batana cayendo en pequeñas cascadas. Otros se declaran fans de la Lengua, con sus paredes tobáceas modeladas por la erosión de la roca caliza, donde los selfies reproducen ese paisaje tan diferenciador que las aguas subterráneas dibujan, o del perfil circular de Redondilla.

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El chorro de las minas, que une la laguna Tinaja con la de San Pedro, y que se excavó a principios del siglo XX para evitar que se inundara la sala de máquinas de la central eléctrica Rupérez, es otro de esos lugares a descubrir. Frente a la de San Pedro, el 'Hotel Albamanjón' empotrado en la roca y con una construcción con forma de molino que alberga la suite, es un lugar peculiar para pasar la noche.

El misterio de por qué unas lagunas están más llenas y otras más vacías se debe a que se alimentan del acuífero de Campo de Montiel –de 2.700 km2– y del agua de lluvia. Este acuífero está dividido en dos subestaciones, una más sensible a la sequía y otra con el agua necesaria para que las lagunas Batana, Colgada y del Rey muestren su abundancia.

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Poco importa a los bañistas de dónde proviene el agua, pues cuando el calor se vuelve insoportable buscan refrescarse y tomarse después unas berenjenas de Almagro con una cerveza en alguno de los merenderos del parque sin plantearse nada más.

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Laguna tras laguna, vamos ascendiendo de forma escalonada hasta la laguna Blanca, donde desemboca el río Pinilla. Esta es la primera de las lagunas altas, de las que también forman parte Concejo, Tomilla y Tinaja, que suelen presentar lechos muy encarrizados y encenegados, perfectos para las aves acuáticas.

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Una vez solazados cuerpo y mente en las lagunas, es la hora de visitar la Cueva de Montesinos y lo que queda del castillo de Rochafrida, donde la princesa Rosaflorinda y el conde de Montesinos vivieron un apasionado romance, que pudo inspirar a Cervantes en su relato del encantamiento de Durandarte y Belerma.

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Por la carretera que conduce a Ossa de Montiel, la C-30, un cartel de madera indica el punto en el que hay que dejar el coche para ir caminando entre carrascas hasta una oquedad que se abre en el suelo. La gruta sigue tan agreste como la encontró el Quijote en sus andanzas por la zona, aunque ahora hay unos escalones para descender los 80 metros de profundidad donde se desataron las experiencias psicotrópicas que narra Cervantes en el capítulo XII de la segunda parte de su famosa historia. Habitada por murciélagos, el hidalgo durmió tres días, aunque fuera solo pasaron dos horas. Allí contempló un castillo de paredes transparentes y el mismísimo Montesinos le contó el encantamiento del mago Merlín a la dama Ruidera, sus hijas y primas, a las que convirtió en lagunas; y al escudero Guadiana, en río.

No puede haber explicación más lógica para tanta belleza.

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