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Elche es un oasis dentro de un palmeral. Uno acude al municipio llamado por ese tesoro natural que la Unesco declaró Patrimonio de la Humanidad en el año 2000 y no tarda demasiado en preguntarse dónde está la entrada. Primera sorpresa: no hay puerta. Elche es el Palmeral. En realidad, es un jardín de jardines, un conjunto de huertos de palmeras que conforman un curioso mapa parido por la naturaleza. Y, en medio, la ciudad que lo atraviesa.
El conjunto monumental, con más de 200.000 ejemplares, es el más grande de Europa. Al contrario de lo que señala el imaginario popular, no surgió como elemento decorativo, ni como reclamo turístico. La explicación es más sencilla, más lógica de lo que parece, y bastaría con remontarnos unos cuantos siglos atrás.
Los historiadores ubican en el periodo fenicio la introducción de las datileras a este lado del Mediterráneo y en el periodo romano la del sistema de regadío. Illice, llamada así por aquel entonces, debió actuar como núcleo en torno al cual se repartían las tierras a los militares veteranos (en paralelo a la fundación de Valencia, Valentia, la tierra que premiaba las hazañas de los valientes) como reconocimiento al servicio prestado.
Pero el reconocimiento de la Unesco se lo debe a una civilización posterior. El huerto, según los archivos de Patrimonio de la Generalitat, se fue estructurando en el siglo VIII bajo dominio musulmán sin más motivación que la de poder abastecerse de alimentos vegetales. El Vinalopó, río escaso en agua, también lo era en la calidad de la misma, siendo notablemente salada y convirtiendo en una gesta cualquier intento de cultivo. Bien sabían los fundadores de la ciudad que las palmeras soportan las aguas salobres, así que importaron este sistema –hoy lo llamaríamos ecológico– para hacer frente a la adversidad hídrica.
La plantación ordenada de las palmas permitió el cultivo de otras especies como el granado o la alfalfa, también de origen árabe, y la parcelación derivó en un sistema de distribución de las aguas, las conocidas acequias. En el municipio ilicitano, todavía se conserva la Acequia Mayor, matriz de los regantes, imprescindible para mantener el conjunto vegetal.
La singularidad del oasis permite decenas de planes rodeados de palmas y lagos, un deleite para los amantes de la naturaleza y los curiosos de la historia. En la ciudad lo saben y están bien equipados, habiendo varios lugares para el alquiler de bicicletas, una de las mejores opciones para no perderse nada en esta excursión.
No obstante, dada la variedad de huertos, conviene combinar el paseo con vueltas a pie, ya que algunas parcelas así lo requieren. Las rutas propuestas no tienen más dificultad que la que el propio deportista decida añadirles, por lo que son un buen reclamo para los días en familia. Así que, casco, piernas y a pedalear.
La mejor opción para una vuelta en bicicleta, según nos recomiendan desde la oficina de Turismo, es el sendero del Palmeral, un camino de unos 10 kilómetros que transcurre por zonas urbanas y de huerta, bordeando también el río, con un desnivel de unos 50 metros acumulado. Un sendero circular de pequeño recorrido en el que nos acompañarán las palmeras datileras y en el que podremos disfrutar de los principales parques del municipio, así como de la arquitectura urbana.
El camino puede comenzarse según las preferencias de cada uno, pero aconsejamos hacerlo desde el Palacio de Congresos y dirigirnos al Hort del Pontos para adentrarnos en la vegetación. Una vez inmersos en el verde, seguimos por los senderos dirección norte, cruzando las plantaciones del este de la ciudad. Por aquí pasaremos por los huertos del Sol, San Claudio y El Gat, y pedaleando llegaremos a la Creu del Terme, una construcción de piedra del siglo XV labrada con escenas bíblicas, un recuerdo de la villa medieval.
Pasando un pequeño tramo de urbe, nos dirigimos hacia el oeste para reengancharnos por el parque del Rey Jaume I a los huertos de la zona norte, con una subida moderada, que no requerirá demasiado sudor hasta llegar al parque municipal. Desde este punto, el más alto de nuestra ruta, podemos hacer una parada en el mirador de la Acequia Mayor, que comparte espacio con el Palacio de Altamira, una construcción medieval integrada en la ruta de los castillos del Vinalopó.
A partir de aquí, comenzaremos el descenso pasando por el parque municipal. Aunque se puede continuar por los jardines, vale la pena realizar un tramo junto al arroyo y pasear entre los murales que decoran el cauce. Pasaremos bajo los grandes puentes que unen ambas orillas, un pintoresco camino muy transitado por los vecinos y sus mascotas. Cuando lleguemos al último gran puente, saldremos por la ladera, cruzando los huertos de Capa y Veleta, y llegaremos al tramo final de nuestro camino, atravesando los huertos del Cebo, de la Tía Casimira y el del Monjo, que nos llevarán al punto inicial.
Una vez tanteado el terreno, podemos ir en busca de las palmeras singulares, una de las rutas más populares del Palmeral, que se realiza a pie. Un camino que se completa en poco más de una hora en el que descubrir los juegos arquitectónicos de la naturaleza. Desempolvad la cámara y levantad la cabeza; avisados estáis. En este sendero destacan las palmeras de varios brazos, como el candelabro o el tridente, cuyo nombre es prácticamente un spoiler sobre su forma y sus troncos, una imponente muestra de la belleza que cubre el suelo bendecido por la brisa del Mediterráneo.
En el anterior recorrido nos hemos dejado, no sin intención, dos de los huertos emblemáticos de la ciudad: El Huerto de San Plácido y el Huerto del Cura. El primero, un jardín público, alberga el museo del palmeral, simulando un taller de maestros de obra. Allí podemos viajar en el tiempo y aprender cómo se trenzan las palmeras para el Domingo de Ramos, una tradición ilicitana que se remonta al siglo XV.
Pero es en el Huerto del Cura donde nos quedaremos más tiempo. Un jardín privado, mimado, repleto de especímenes únicos –la palmera de la emperatriz Sisí es el mejor ejemplo– y otras a las que han ido apadrinando ilustres personajes como Benito Pérez Galdós o Rafael Alberti. La joya imperial rompe las leyes de la biología de su especie: los 'hijuelos' nacieron más tarde que la media y a nada menos que dos metros por encima de las raíces, donde, en teoría, no llegaría la savia necesaria para sobrevivir.
Elche es una ciudad generosa que comparte su patrimonio con el paseante y lo invita a pasearla (o pedalearla) con el orgullo que dan miles de años de historia y la acumulación de la sabiduría del que ha visto pasar a varias civilizaciones y las ha sobrevivido a todas.