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Hace unos días terminó oficialmente la época estival. El ansiado verano ha llegado a su fin. Ya necesitan el cuerpo y el intelecto disfrutar de otros ritmos algo más ordenados, pero no por ello menos agradables.
La rutina de toalla y sombrilla se torna ahora en maletín y chaqueta, volvemos a ponernos el reloj en la muñeca y a escuchar su cadencia, que hasta ahora habíamos olvidado. Sin embargo, no todo está perdido. Es cierto que ya no serán soleados todos los días, que el termómetro no marcará treinta grados y que el hecho de tenernos que poner una rebeca mientras nos hacemos los valientes tomando una cerveza en una terraza nocturna dan bastantes pistas para pensar que el otoño ya llegó. Sin embargo, recordamos ese dicho de "nadie escribió nada de los cobardes" y planeamos cómo plantarle resistencia a la estación de los tonos ocres.
Hay lugares en los que los carotenoides, esos pigmentos orgánicos que toman protagonismo en las hojas de los árboles en otoño, tardan más en hacer acto de presencia. Y es que contamos en nuestro país con enclaves donde el verano tiene prórroga.
En esta ocasión, el destino elegido es Almería. Cabo de Gata es uno de los parajes mágicos que nos permiten disfrutar del baño o del paseo por sus playas hasta la llegada del invierno y aún durante él. Hemos paseado por cuatro playas del Parque Natural para comprobar las bondades de esta tierra.
En la entrada al pueblo de San José encontramos un desvío a la derecha que nos indica las playas que se hallan fuera del casco urbano. No tardaremos mucho en llegar a la zona en la que el asfalto pasa a ser camino y donde un puesto de vigilancia –que restringe la entrada de vehículos privados en los meses de más afluencia turística– nos da paso a lo que puede convertirse en una mañana diferente en plena naturaleza.
El camino del que hablamos, adornado con pitas y un molino abandonado que hace las veces de decorado para más de un reportaje fotográfico, tiene dos enclaves principales: las playas de Mónsul y Genoveses. Y entre ellas, varias calas escondidas donde el acceso se realiza a pie.
Es un día de principios de otoño, así lo queríamos para este viaje, con alguna que otra nube en el cielo –difíciles de encontrar a lo largo de todo el año en tierras almerienses– y un poco de viento. De no ser así, sería complicado creer que realmente nos encontramos en esta época del año. Y es que la provincia de Almería es, por si este dato resulta desconocido, el lugar con más luz de toda Europa, más de tres mil horas de sol que suavizan la realidad y la palabra del invierno.
Es temprano y los bañistas empiezan a llegar y a instalarse en estas dos playas que cuentan con una extensión considerable, eso sí, sin servicios de tipo alguno; de otro modo, no se trataría de playas vírgenes ni quedaríamos extasiados ante la belleza de sus paisajes y el azul transparente de sus aguas.
Como el aire ha querido hacer acto de presencia a esta hora de la mañana –dicen los lugareños que por la tarde las aguas se calman cuando el dios Eolo no viene con mucha fuerza– también encontramos a algún que otro aficionado al surf que mira al horizonte en busca de la ola que le haga cabalgar sobre el Mediterráneo.
Otros, simplemente, han decidido cambiar un paseo matutino por acera o asfalto y enseñar a sus hijos a descalzarse y a disfrutar de un entorno natural de semejantes características.
Sentarse en la orilla de la playa, recibir la caricia de este sol amable y escuchar los secretos que el viento trae consigo en este diálogo moderado con nosotros en las primeras horas del día, bien puede considerarse un regalo que hacernos, un sonido que mostrar incluso a quien aún está por nacer...
Considerada la población más grande del Parque Natural Cabo de Gata, San José, que en sus inicios fue un pequeño pueblo pesquero, hoy se ha convertido en la ubicación más concurrida en los meses de verano de esta zona del litoral almeriense, a pesar de que solo tiene censados 800 habitantes que viven allí a lo largo de todo el año.
Visitar San José en otoño, invierno y primavera es un lujo al alcance de todos. Los fines de semana los restaurantes presentan un ambiente acogedor y es habitual ver en cualquier mes del año las terrazas repletas, aprovechando ese sol que no en todos sitios luce como aquí. El paseo marítimo y sus aledaños cuentan con varios comercios que ofrecen objetos de decoración y prendas de vestir que casan a la perfección con el entorno.
Paseamos por la playa de San José. La arena fina bajo nuestros pies, caliente aún, nos hace recordar los días de verano. Son aguas tranquilas, de esas en las que adentrarse y disfrutar de una piscina natural bañada por el sol cualesquiera que sea la temporada.
El pueblo de Cabo de Gata cuenta con las playas de mayor extensión de la comarca de Níjar. Entre ellas, hemos decidido dar un paseo por Las Salinas, cinco kilómetros de arena y mar desde el Torreón de San Miguel hasta el faro, salpicados de barcas que parecen puestas allí por el más certero de los diseñadores.
A mitad de camino, la iglesia con el mismo nombre que la playa, cuyo origen data de principios del siglo XX, y que aparece en multitud de vídeos musicales o promocionales por su peculiar aspecto y su situación privilegiada.
Jugamos a mirar a través de algunas curiosas oquedades que nos ofrece el paisaje. No hay lugar para ocupar la mente en otra cosa que no sea este entorno. Así, nuestro periplo continúa hasta el faro y bajamos a deleitarnos de cerca con las rocas que emergen del mar en el Arrecife de las Sirenas. Allí, un grupo de jóvenes de Sevilla y Almería aprovechan el baile del mar para hacerse algunas fotografías y comentarnos que es un enclave que merece la pena visitar.
Cuando se marchan, nos quedamos a solas con la sal, el sol, el carácter de las rocas emergentes y ese viento que nos hipnotiza. Nos sentamos sobre las guías para embarcaciones ya en desuso que se internan en el mar y dejamos que pasen las horas así, sin pensar en nada.