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Ya no suben los campaneros los 60,60 metros de altura para tocar a rebato ante un incendio, doblar por la memoria de un difunto o repicar las campanas al inicio de las fiestas. Pero Silvestra sigue marcando, a sus 601 años, las horas con su tañido seco. Ahora son los visitantes de este campanario los que hacen el esfuerzo de ascender sus 238 escalones para contemplar una espectacular panorámica de la ciudad de Lleida.
"Esperamos superar en breve las 100.000 visitas anuales y que la Unesco nos reconozca como Patrimonio de la Humanidad", presume orgulloso Joan Baigol, director del Conjunto Monumental del Turó de la Seu Vella, mientras abre la puerta por la que se accede a La Canónica, el espacio de recepción que en su día acogía en beneficencia a pobres y peregrinos del Camino de Santiago.
En lo alto de una colina, la silueta ocre de la catedral vieja preside un conjunto amurallado junto a los restos de un castillo, La Suda, que fue residencia de reyes, centro de decisión política, coronaciones y escenario de bodas, como la que dio origen a la Corona de Aragón. Catedral y Castillo del Rey son hoy los únicos testigos en pie de lo que fue un majestuoso barrio gótico que, a partir del siglo XVII, se desmontó para erigir una fortaleza militar.
"A mí me gusta hablar de la Seu como un monumento de paz, porque ha sufrido y sobrevivido a muchas guerras", señala Baigol. Y eso que la catedral, en su época dorada, fue la envidia en la Europa medieval. "Es considerada por muchos como una de las mejores producciones artísticas de la arquitectura catalana del siglo XIII. Además, se logró construir en un tiempo casi récord, en apenas 75 años (1203-1278), en un periodo de transición entre los estilos románico y gótico. No se produce, como ocurre en otros edificios, una yuxtaposición de uno sobre el otro, sino que se combinaron ambos desde el momento de su concepción", apunta el director.
Asimismo, la arquitectura compartió protagonismo con una prolífera decoración escultórica de las escuelas lombarda, francesa e italiana, "lo que ponía de manifiesto la riqueza y poder de la diócesis encargada del proyecto. Hay que tener en cuenta que Lleida era una ciudad muy avanzada y con mucha actividad cultural, artística y económica; fue la primera que albergó una universidad en la Corona de Aragón, por ejemplo".
Pero la cosa comenzó a torcerse a mediados del siglo XVII. Cataluña tomó partido por Luis XIII de Francia en los litigios monárquicos y durante la Guerra dels Segadors, los ingenieros franceses empezaron a fortificar la ciudad con murallas ataludadas –con una ligera inclinación– y baluartes en los cuatro puntos cardinales, desmontando para ello gran parte de las casas, palacetes y edificios públicos del espectacular barrio gótico. Sin embargo, eso no evitó que Lleida fuera conquistada en 1707 por Felipe V en la Guerra de Sucesión, que llegó a perder más de la mitad de su población y sufrió el castigo real.
"Entre las primeras medidas de represión que adopta el monarca está la desacralización de la catedral. De hecho, la Seu Vella es la única catedral del mundo convertida en cuartel militar", destaca Baigol mientras su voz hace eco desde el altar de una desnuda iglesia. Sus ornamentos fueron mutilados, quemados o profanados; su claustro y capilla mayor, tapiados; las pinturas de sus capillas ilustres, encaladas... "Y podría haber sido peor, porque Felipe V murió habiendo firmado la demolición de la catedral, pero su sucesor se lo pensó mejor".
La relación con los militares fue problemática desde el principio de la ocupación. Era un cuartel dentro de una catedral pero sin capilla, hasta que se construyó, en el centro de la ciudad, la Seu Nova. "Temían los generales que la Iglesia reclamara su propiedad; de hecho, se ordenó abrir un acceso exterior al campanario, que nunca perdió sus funciones, para que los campaneros no tuvieran que entrar en el cuartel". Los uniformados fueron acondicionando con el paso de los siglos el edificio a las necesidades castrenses: dividieron en distintas alturas el altar o la sacristía, crearon despachos en capillas, ubicaron literas y letrinas a la misma altura de las esculturas de santos, que no se salvaron del vandalismo y fueron decapitadas por soldados poco temerosos del más alla... Así, hasta 1948.
A partir de ese año, se inició la restauración. En la década de los cincuenta del pasado siglo, picapedreros gallegos aterrizaron en la ciudad para darle una nueva vida a la Seu Vella. "Con la mala suerte histórica que tuvo siempre la catedral, en aquel momento nos llegó una bendición", reconoce el director del conjunto monumental. El claustro fue la parte más beneficiada de aquellos trabajos.
Joan Baigol presume, como si de un hijo se tratara, de este espacio: "Es de unas dimensiones espectaculares, quizá uno de los más grandes de Europa dentro del gótico. Dispone de cuatro galerías muy altas y 17 enormes arcadas muy decoradas –solo dos, situadas en la galería sureste, se repiten–. Pero lo más increíble de este claustro es que es un no-claustro. Lejos del recogimiento de la mayoría, el de la Seu Vella se construyó como un magnífico espacio abierto de bienvenida a toda la comunidad".
A él se accede por el ala oeste de la catedral, a través de la Puerta de los Apóstoles (desde ese baluarte de la Asunción se tiene una vista del skyline de la ciudad). La luz penetra por los ventanales reconstruidos y cuenta con una galería abierta en su ala sureste, a modo de mirador. En su época dorada, sirvió de Plaza Mayor para los vecinos del antiguo barrio gótico, que acudían a departir, cerrar negocios o jugar con los alquerques, una versión de las damas, grabados en las piedras. Hoy, casi 700 años después, el claustro ha recuperado parte de ese uso, y en él se celebran congresos, cenas, desfiles de moda, bodas y actividades culturales abiertas a todos los leridanos en las noches de luna llena.
Otro edificio simbólico de Lleida que también ha logrado una segunda oportunidad de esplendor es el 'Parador Nacional', que se inauguró en julio de 2017. Sus 53 habitaciones, entre ellas 7 superiores y una suite junior, se ubican en torno al claustro del que fue convento de Predicadores de la orden de los dominicos (1669). A principios del siglo XIX, como muchos edificios religiosos, fue desamortizado y desde entonces ha pasado por varios usos, como Facultad de Derecho y Letras de la Universidad de Lérida, museo o Escuela Municipal de Bellas Artes.
Los huéspedes pueden disfrutar de un descanso en los sofás de su claustro cubierto, formado por tres plantas arcadas que se mantienen originales. Desde este patio se accede a la antigua iglesia tardobarroca, con sillares y yeserías clásicas, que hoy sirve de restaurante donde se ofrece el bufé desayuno, con quesos de la región (aserrado, tupi o Alt Urgell) y embutidos de Vallfogona de Balaguer. En las comidas y cenas, el chef valenciano Vidal Fayos prepara clásicos leridanos como los caracoles a la llauna, la paletilla de cabrito asada con flor de patata o la crema catalana.