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Por este pueblo pasaba el Camino Real de las Postas, que iba hasta Francia, y fue al país galo precisamente a dónde emigró Eugenio Arias, un peluquero que llevaba trabajando desde los nueve años en su casa familiar y, cuyas ideas políticas no encajaban en el franquismo. Entre los galos, conoció a un genio que cuidaba en manos de quién ponía su cabeza, se trataba de Pablo Picasso, que puso su cabello a merced del joven Eugenio, a quien conoció en Villaurís, al sur de Francia. Les unía la nostalgia por España, sentimientos antifascistas y el sentido del humor, además de la pasión por las corridas de toros, a las que acudían en Arles y Nimes.
Tal era su amistad que el pintor dejó a su amigo, a quien consideraba un ahijado, algunas de sus pinturas y obras de arte. Ya en democracia, el barbero las donó a la Comunidad de Madrid con la única condición de que se hiciera un museo con ellas en Buitrago. La pequeña pinacoteca en honor a Picasso comparte edificio con el Ayuntamiento de la localidad.
El museo alberga varias obras relacionadas con la tauromaquia y las nostalgia de España, un busto de Picasso y algunos objetos que pertenecieron a él, que el peluquero guardó. Nada más entrar, se puede leer en la pared la siguiente declaración de Eugenio Arias: "Cada obra de arte con que Picasso me ha agraciado, representa un momento de vida, de emoción, de amistad". En un vídeo, el peluquero añade: "Siempre que terminaba de cortarle el pelo, le daba un beso en la calva".
Dejando a un lado al pintor, nos adentramos en el pueblo. A la parte vieja, los habitantes la llaman La Villa y está rodeada por una muralla de 800 metros de largo, la única íntegra conservada de la Comunidad de Madrid. Se puede acceder por la puerta bajo la Torre del Reloj, una torre albarrana de 16 metros de altura.
Nada más entrar en el casco antiguo, te encuentras con la Iglesia de Santa María del Castillo, la que queda en pie de las cuatro que tuvo el pueblo. Es gótica, del siglo XIV-XV y su construcción fue impulsada por el Marqués de Santillana, el de Las Serranillas y su Vaquera de la Finojosa, quien vivía en Buitrago. Uno de sus mejores amigos y también literato, Juan de Mena, era de Torrelaguna, un pueblo cercano. Solían pasear juntos.
Del templo, lo más valioso es un artesonado de madera con escudos pertenecientes a las familias más importantes de la zona. Para poder verlo bien hay que echar una moneda para encender la luz. Desde el campanario se ve el pueblo y la muralla, junto a los meandros del Lozoya, que sorprende con sus paisajes de otoño.
Una característica de esta iglesia es que se trata de un templo ecuménico, es decir, que admite culto de tres religiones: cristiana, hebrea y musulmana. Hay varios azulejos dentro de la capilla con dibujos de medias lunas islámicas. "Eso fue gracias al párroco anterior, don Francisco, que falleció hace tres años", cuenta Iván Barral, técnico de turismo del Ayuntamiento de Buitrago.
El Alcázar del Marqués de Santillana merece una visita. Es un castillo singular, construido sobre la muralla urbana del pueblo. Al lado del castillo se encuentra uno de los elementos más curiosos de la zona: una catapulta. Según David Barral, técnico de turismo, se trata de "la primera arma bacteriológica de la historia, puesto que utilizaban como munición a personas que tenían una enfermedad contagiosa". Los aficionados a las armas medievales tienen, en lo alto de la muralla, una exposición permanente, con catapultas, ballestas, trabuquetes y arietes. El paseo hasta el Puente del Arrabal, conocido entre los locales como "Puente Viejo", es agradable. Desde allí hay unas extraordinarias vistas del recinto amurallado.
Es un hecho que el turismo es un aliado del apetito y si uno está en la sierra y hace frío, no hay nada mejor que pedir un guiso de judiones típico de esta zona en el restaurante 'El Espolón', regentado por Luis Francisco Durán y su mujer, Milagros.
"Comenzamos hace 29 años con el bar y, con la llegada de la crisis, tuvimos que hacer algo para aguantar y conseguimos alquilar el local de al lado para montar el restaurante, porque lo nuestro es reinventarnos", cuenta Milagros, que atiende las mesas mientras su marido se ocupa de la cocina. Es un local modesto, decorado con cuadros con relieves de puertas de casas elaborados por un artista local, Eugenio Agujetas. "Tú le das la foto de tu fachada y él te la convierte en relieve". Lo más pedido en el bar son los judiones, el rabo de toro, el capón en pepitoria y el cocido madrileño de los domingos, aunque también tienen carnes de la sierra muy tiernas, tanto ternera, como cordero y cerdo. Las raciones, aparte de buenas, son abundantes.
Parte de su éxito quizás se deba a que sus judiones son sembrados por la hermana del dueño, en un Villavieja del Lozoya a tres kilómetros de Buitrago. "Son mucho más tiernos que los del Barco de Ávila porque se riegan como se ha hecho toda la vida" afirma la dueña. De Villavieja es Luis Francisco, que lleva 32 años en Buitrago y asegura: "Vendemos 500 kilos de judiones al año y 80 de rabo de toro al mes". Además, el restaurante no se queda solo en dar de comer, sino que hacen un evento cultural mensual, "generalmente música serrana".
Tienen un plato, las Alfilicias de temporada, dedicado a un matrimonio amigo, pues se llama como una mezcla de los dos nombres, Alfredo y Alicia. Lleva chipirones, setas, pimientos verdes, cebolletas, aceite Málaga virgen y sal. Además, por si queda hueco en el estómago, disponen de postres caseros como tarta de manzana caliente –exquisita–, arroz con leche, queso de oveja con nueces y chocolate, y 'Apispás', unos melocotones en almíbar caseros.
'El Espolon' es peculiar por más cosas. Tiene su propio vino, su propia cerveza artesanal –todo marca 'El Espolón'– hacen unos dulces llamados los espoloncillos, y el dueño ha escrito dos libros publicados por la editorial El Espolón; hace pirograbados y pinta cuadros, que acompañan a los relieves de Eugenio Agujetas en la decoración del restaurante y en la de su casa. Y, por si fuera poco, escribía también una columna en el periódico Senda Norte. En la puerta del restaurante, un rezo: "Vale más morir de harto… que sin catarlo".