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¿Dónde está el camino de cristal? ¿Cuánta gente ha muerto aquí? ¿El Caminito lo construyeron los presos? Estas son las preguntas más habituales que recibe Lidia Cabello, arqueóloga y guía turística del Caminito del Rey. Ella tiene respuesta para todas, lleva más de un año recorriendo varias veces al día esta imponente ruta de casi tres kilómetros de pasarelas que cuelga de las paredes verticales de varios cañones, a más de 100 metros de altura. Y todo a tan solo una hora de Málaga.
La ruta, que con accesos y senderos cubre un total son 7,7 kilómetros, comienza en la entrada norte del Caminito, en el pueblo malagueño de Ardales, y va en sentido descendente hasta El Chorro. Una vez pasado Ardales, el paisaje de bienvenida que ofrece la carretera llena de curvas ya promete: a la izquierda, el embalse de agua turquesa del Conde de Guadalhorce; a la derecha, la imponente roca de la montaña. La referencia para comenzar la ruta es el restaurante 'El Kiosko'. Desde allí hay dos opciones: caminar por un sendero durante 2,7 kilómetros o atajar un kilómetro por un túnel que cruza bajo la montaña. Largo, oscuro y un poco claustrofóbico, pero muy práctico si queremos ahorrar tiempo.
Es hora de comenzar. Los visitantes hacen cola para recibir su casco. Verde si la visita es guiada (18 euros), blanco si es por cuenta propia (10 euros). Sea un color u otro, lo imprescindible es tener reserva para poder entrar. "El máximo de personas que pueden acceder al Caminito son 1.100 al día, eso lo tenemos muy controlado", cuenta Lidia.
El sonido del río Guadalhorce ameniza la visita. Algunos visitantes caminan emocionados mientras otros muestran una risa nerviosa. Las parejas se agarran fuerte la mano. Es momento de subirse a la nueva pasarela. Paso a paso, todos con cautela (¡no se vaya a soltar esto!). Las tablas bajo los pies tienen una cierta separación, se puede ver el fondo del precipicio entre ellas. Es mejor guardarse todo bien en los bolsillos, colgarse la cámara del cuello y agarrar bien el móvil. Si se cae, adiós para siempre. Una valla metálica con un grueso cable de acero nos separa de una caída al vacío sin vuelta.
"Antes todo era mucho más peligroso", asegura Lidia, quién nos recuerda que la actual pasarela inaugurada en marzo 2015 es ya la tercera. Para acceder al canal y a los Saltos del Gaitanejo y del Chorro, "se construyó un primer caminito hecho con una especie de palometa y dos tablas unidas. Una cuerda era la única sujeción. Fue en 1901 y se conocía como el paseo de los Balconcillos". Nueve años después llegaría el segundo caminito, algo más sólido, de yeso y ladrillo. El mismo que inauguró el Rey Alfonso XIII en 1921 y que le dio nombre (aunque no lo recorrió entero). "Ambos caminitos fueron construidos por marineros (no presos) debido a que fue una época de crisis naval, y muchos estaban parados. Lo que a la gente le asombra es que de las 600 personas que trabajaron aquí, solo murieron dos en accidentes mortales (sin contar las caídas de los alpinistas)", explica la antequerana.
Durante años, este caminito fue transitado por familias enteras como atajo para cruzar la montaña. Muchos niños caminaban junto a los desfiladeros para ir al colegio. También había quién se atrevía a ir en bici y ¡sin manos!. "Un día con un grupo me pasó algo muy curioso", recuerda Lidia. "Una de las anécdotas que solemos narrar en la visita es la de un hombre que, allá por los años 40, solía cruzar el caminito en bici, soltando las manos del manillar. Lo cierto es que no sabíamos si era verdad o no, lo contamos más como algo que decía la gente del lugar. Una de la veces, una mujer levantó la mano y me dijo 'sí, es cierto, ese hombre era mi padre; una vez se cayó y se rompió el tobillo'". Y tuvo suerte.
La gente va cogiendo confianza y hay quién se atreve a sacar la cabeza sobre la valla para ver el fondo. Las paredes de la roca cambian según avanzamos. Mires por donde mires, el paisaje es sobrecogedor. Te deja literalmente sin palabras. "El otoño es la estación más bonita para visitar el Caminito", aconseja la guía. "Cuando llueve, el paisaje gana un colorido increíble que va desde los naranjas a los grises y los rojos. Con cada estación se percibe un Caminito diferente".
Pasado el Desfiladero del Gaitanejo, donde sobrevuelan varios buitres leonados, llegamos al Caminito paralelo a las vías del antiguo tren de Málaga-Córdoba, y donde se encuentra un balcón con suelo transparente, al filo del desfiladero. "Es curioso, la gente me pregunta mucho por las pasarelas de cristal, cuando aquí realmente todo es de madera. Solo el balcón es de cristal", explica Lidia.
A nivel geológico, esta zona es una de las más espectaculares, la roca parece haber sido cortada con un cuchillo. "El Caminito asombra a muchos geólogos por su gran diversidad. Son impresionantes las fallas que se originaron aquí con los plegamientos alpinos que convirtieron lo que en origen fue el fondo marino en una roca totalmente vertical. En diferentes puntos del camino es posible ver fósiles incrustados como amonites. Incluso encontraron una vértebra de ballena", explica Lidia, que además de guía es arqueóloga.
Antes de llegar al plato fuerte del camino, una esquela negra sobre la roca recuerda la muerte de tres jóvenes en el año 2000. La tragedia ocurrió cuando Antonio, Andrés y Martín entraron en el Caminito (por esa época cerrado) y utilizaron la tirolina que antiguamente se utilizaba para llevar los materiales desde las vías del tren a la vieja pasarela. Tenía más de 100 años y no aguantó el peso de los tres.
Con este sabor amargo, llega la parte del Camino más alucinante (y angustiosa para muchos): el puente colgante del Desfiladero de los Gaitanes, una pasarela metálica de 30 metros con suelo de rejilla que permite ver el fondo bajos los pies y unas vistas de escándalo. Colgado a 105 metros de altura, es el reto para los más valientes. Sí, se mueve. Y no, no hay vuelta atrás.