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Cuando se contempla el playazo de Sotavento desde el Risco del Paso es imposible distinguir dónde acaba el inmenso arenal. Largo como la península de Jandía, más de 30 kilómetros desde La Pared hasta su extremo, a lo lejos el salitre que se evapora mezcla sus límites con el océano y el cielo. También con el viento que acarrea nubes y calimas sin descanso. La sensación es de que la playa no se acaba nunca.
Fuerteventura atesora varias de las mejores playas de Europa. La remota Cofete, elegida por las tortugas marinas en sus puestas, las calitas de la isla de los Lobos, las dunares de Corralejos, Gran Tarajal, Esquinzo, El Cotillo son algunas de ellas y las responsables de que también se la conozca como la isla playa.
Este playazo de Sotavento mide más de 10 kilómetros de largo y tiene una anchura que varía entre 100 y 500 metros al pie de una barrera de colinas arenosas. A pesar de su nombre, es el viento su visitante más fiel. Esto la ha convertido en uno de los paraísos para deportes como el windsurf y el kitesurf, ese deporte que combina el surf con la vela y en el que la española Gisela Pulido, otra asidua al lugar, tiene una docena de campeonatos mundiales a pesar de su juventud. En mitad de la arena, cuando la marea baja, quedan unos enormes lagos donde apenas cubre una cuarta que son el parvulario de quienes aprenden estos deportes de viento.
En la punta septentrional de Formentera, Ses Illetes pasa por ser una de las mejores playas del mundo. En las clasificaciones especializadas, ha sido declarada la mejor de España, la segunda de Europa y la quinta del mundo, galardones que certifican su belleza y calidad. Esta barra arenosa de un kilómetro y medio de largo no supera en muchos tramos los 50 metros de anchura. Apunta al Norte, metáfora del norte que guía el rumbo de la pequeña de las Pitiusas: arenas blancas lamidas por un mar transparente de aguas cálidas y tranquilas que son atractivo irresistible para los visitantes. Del mismo modo, representa como ninguna otra playa española el sueño de tantos viajeros que anhelan huir y perderse en el último rincón del mundo.
La playa es un doble arenal salvaje de blancas y finas arenas, con un mar transparente y de temperatura más que agradable. Aunque si hubiera que señalar que destaca en esta hermos playa es su luz. Desde que sales de la Savina, más aún, desde que llegas a Formentera, la luz del Mediterráneo más primigenia asalta al visitante. Una luz que todo lo aplasta; las escasas plantas que logran agarrarse al suelo, los carteles descoloridos, las carreteras incluso se muestran escamadas y trasmutadas al color pardo que domina la isla. En Ses Illetes la luz hace más blancas las arenas y viste al Mediterráneo de colores que van del índigo al verde más dulce según pasa el día.
La exigua anchura del puntal de Ses Illetes regala la posibilidad de bañarse si no en dos mares, sí en dos litorales diferentes: el de Oriente y el de Occidente. Aunque lo que pide el cuerpo cuando se llega aquí es alcanzar el extremo último de la barra arenosa. Hacia la mitad sorprende junto a la orilla un singular agrupamiento de montones de guijarros, palos, maderas y otros restos vomitados por el mar unidos con más o menos arte. Remedo de memorial con aires budistas y expresión de hippies irredentos que han tenido en el lugar su particular meca, el hallazgo distrae por un rato de la luz que todo lo puede.
Cuando por fin se alcanza la punta de la isla, surgen nuevos deseos: cruzar a la cercana S’ Espalmador (apenas 150 metros de caminata acuática) o huir más todavía; hasta el islote de Gastaví visto por primera vez desde la cubierta del barco que viene de Ibiza.
Cómo llegar. Ses Illetes está en el extremo norte de Formentera. Desde la Savina hay una línea regular de autobuses.
Tiene todo lo que debe tener una cala. Dimensiones íntimas, arenas blancas y finas, aguas transparentes y un paisaje delimitado por acantilados calizos y pinos que alcanzan la orilla del mar. Para llegar a Macarelleta es obligado pasar por Macarella, otra de las calas más reconocidas del sur de Menorca. Como el tránsito exige una pequeña travesía por un sendero abierto en la mitad del acantilado, muchos de los aspirantes a visitar Macarelleta se quedan en aquella, lo cual no está nada mal, pues también tiene un gran atractivo. De hecho, son tan parecidas que parecen hermanas.
Situadas en una misma bahía, ambas son pequeños arenales que se abren a un mar azul turquesa entre barras rocosas, rodeados por pinares. Macarelleta tiene el plus de sus menores dimensiones y de que la relativa dificultad de su acceso la hacen más íntima. La afluencia de público los meses de verano obliga a madrugar. No solo para alcanzar la cala cuando apenas ha llegado gente, también para poder aparcar el coche, la manera habitual de llegar hasta aquí desde Ciutadella o Maó, las dos ciudades más importantes de la isla de Menorca. Aunque hay dos aparcamientos, enseguida se llenan. El más cercano a las calas, a 5 minutos a pie de Macarella, es de pago, 5 € por día. El que está más alejado, 15 minutos de caminata, es gratuito.
Cómo llegar. Desde Ciutadella tomar el Camí de Sant Joan y seguir las indicaciones a Cala Macarella.
No confundir esta playa con la Area Longa lucense, aquella playa cercana a Foz que hace unos años empezó a devorar el océano. Esta se encuentra bastante más abajo, en la península de Muros, justo al sur de la Costa da Morte. Y algo de ese trágico sentimiento que acompaña al terrible litoral gallego ha traspasado este amplio arenal. Se extiende en el centro de una porción litoral bastante silvestre y no es el único. Muy cerca están los arenales de Lariño, Louro y Carnota, este último el más amplio. Todos gastan el mismo aspecto: playazos desérticos que se enfrentan al océano a arena abierta. De manera que cuando se pasea por estos playazos, invade la sensación de estar en el borde del continente, en el final de la tierra firme.
Tendida a los pies del Louro, monte que, como todos los gallegos, gasta reminiscencias mitológicas, cuenta esta playa con un sistema de dunas que le cubre las espaldas. Sobre ellas, una vegetación raquítica, agazapada por tanto viento, que se abre para dar paso a un tranquilo riachuelo que surge en la cercana laguna de Xalfas y cruza la arena donde las mareas abren corrientes que dibujan serpientes movedizas. Salvaje y tranquila esta playa está menos urbanizada que el cercano conjunto protegido de Corrubedo, que precisamente por ello está bastante más urbanizado y amable que el playazo de Louro, Finisterre de las playas gallegas.
Cómo llegar. Desde Muros seguir por la carretera litoral AC-550 dirección Carnota. La playa está después de pasar Louro.
A Gulpiyuri hay que llegar con una mezcla de pasión de geólogo y ansias de veraneante. El más sorprendente accidente natural de la costa asturiana es un mínimo arenal escondido en mitad de un prado. Vecina de la también hermosa playa de San Antolín, en el oriente astur, para alcanzar esta playita hay que caminar ante viejos muros cubiertos de yedra, atravesar herbazales y pasar junto a cultivos. Al final se alcanza el borde del socavón tapizado por el mínimo arenal acolchado al pie de una carcomida pared caliza.
Más que playa podría decirse que Gulpiyuri es una bañera, pues apenas mide 40 metros; su anchura depende de las mareas, pero siempre son mínimas. Frente a la arena, el muro de piedra muestra la fuerza del mar: agujeros, grietas y rocas de todos los tamaños esparcidas por el agua. En mitad de la roca se abre uno de los característicos bufones de esta parte de la costa. Agujeros cuyo nombre señala el ruido que hace el oleaje al meterse a presión por ellos.
Es por esta oquedad por donde el agua atraviesa la barrera caliza y alcanza el socavón en medio del prado, que excavó mucho antes. Con el paso de los años, la pared terminará derrumbándose. Será entonces cuando Gulpiyuri conozca al mar que la creó. Pero no teman, pueden visitar esta maravilla sin prisas, queda mucho tiempo para que esto ocurra.
Cómo llegar. Dejar el coche en el aparcamiento de la playa de San Antolín y seguir un corto trecho por la carretera hacia Naves, hasta encontrar un túnel que pasa bajo la vía del tren. Al otro lado, continuar por la pista a mano derecha un kilómetro hasta alcanzar la playa.
Pasear por el lomo de las dunas de Oyambre que están justo sobre la playa es sentir cómo era el litoral cantábrico no hace tanto. También conocer el escenario de la lucha entra la voracidad urbanística y el celo de la conservación. Hace tres décadas sobre este privilegiado lugar pendía la espada de una urbanización con los chalets a pie de playa. El que existiera un campo de golf impidió el atropello. En el temprano 1988 estos parajes se declararon parque natural. Junto con los de Liencres son los dos únicos ecosistemas dunares vírgenes del litoral Cantábrico.
Desde la línea del mar, se suceden de manera lógica los escenarios. La playa de hermosas dimensiones da paso a las dunas. Siguen rías y marismas, que dan paso a jugosos prados y bosques entre los que destacan los del Monte Corona. Al fondo, los Picos de Europa cierran el escenario. En una punta de la playa se abre la ría de Rabía que se une a la de Capitán. Es un entorno de marismas que asocia una importante comunidad animal donde destacan abundantes aves acuáticas y limícolas. En el otro lado, las arenas alcanzan el cabo de Oyambre, privilegiado accidente geográfico que separa dos de los mejores arenales cántabros: este de Oyambre y la interminable playa de Merón, que se prolonga hasta San Vicente de la Barquera, un arenal de obligada visita si se viene hasta Oyambre.
Cómo llegar. Desde San Vicente de la Barquera, por la carretera litoral CA-236, dirección Comillas, hasta Oyambre.
En esta parte del litoral vasco, el acceso es algo a tener en cuenta. Es lo que ocurre con el cercano santuario de San Juan de Gaztelugatxe, cuyas escaleras de 231 escalones espantan a muchos antes de alcanzarlo. Esta playa es un caso parecido, limitando los escalones que llevan a Barrika la cantidad de gente que alcanza sus arenas.
Se localiza en el tramo más salvaje del litoral vasco, el que se extiende entre Bakio y Bermeo. Una sucesión de acantilados que recortan la costa una y mil veces y que no paran ni tan siquiera en la playa, recorrida por finas líneas de rocas que descienden de los acantilados que la rodean y se sumergen en el Cantábrico cruzando la arena.
La fortaleza de las mareas de esta parte hacen que según sea la hora, la playa puede considerarse de tamaño mediano a bastante pequeño. A pesar de sus accesos, la cercanía de Bilbao y la constancia de sus olas, que la convierten en favorita para los surfistas locales, ha hecho que la playa cuente con servicio de socorristas y servicios elementales, como duchas, papeleras y pequeña zona de picnic.
Cómo llegar. Desde Bilbao, por BI-634 a Sopelana y BI-2122 Barrika.
Es una de las últimas vírgenes de la península Ibérica. Lo prueba la conservación de sus dunas en un entorno apenas alterado. Hay que unir la singularidad de unas espléndidas ruinas romanas junto a las arenas. Situada en pleno Campo de Gibraltar, proxima a Tarifa, este arenal que se prolonga frente a las aguas del Estrecho cerca de cuatro kilómetros fue una de las primeras playas en recibir visitantes a lo largo de la Historia.
Fueron los navegantes fenicios, quienes en el temprano siglo II a. C, los primeros que pisaron sus arenas. Tiempo después los romanos erigieron la ciudad de Baelo Claudia. En ambos periodos, tuvo mucha importancia por su situación en una resguardada ensenada y frente al estrecho de Gibraltar y, sobre todo, por ser la base de las primitivas almadrabas atuneras, manjar que tuvo especial predicamento en el Imperio Romano.
De finas arenas, es una playa de escasa profundidad con forma de concha, cuyas aguas son frías como en toda esta parte del litoral andaluz. Hay que extremar las precauciones para evitar las fuertes corrientes. La Junta de Andalucía ha marcado un par de itinerarios pedestres por el entorno de Bolonia. El sendero de la Duna de Bolonia permite conocer en apenas un kilómetro el sistema dunar, las ruinas de Baelo Claudia y el antiguo poblado de pescadores. Algo más prolongado, el del Faro Camarinal es uno de los senderos litorales más hermosos de Andalucía.
Como llegar. Seguir la carretera N-340 entre Conil y Tarifa hasta el cruce que lleva a Bolonia, situado en el kilómetro 70,2.
Cualquiera de las dos docenas de playas que se incluyen en el Parque Natural del Cabo de Gata-Níjar mereceren estar en cualquier selección. Todas presumen del mismo buen estado y son igualmente hermosas. La de Mónsul tiene el plus de su enorme popularidad, gracias a ser escenario de numerosas películas y anuncios.
Aunque antes que por su relacción con el Séptimo Arte, la playa de Mónsul debe destacarse por la personalidad que le otorgan las formaciones de lava solidificada que surgen en la orilla del amplio arenal como si fueran eso: olas convertidas en piedra. No hay otro lugar igual en el espacio natural que demuestre de forma tan gráfica su origen volcánico.
Es la esencia de este espacio natural, cuyo interés geológico, paisajístico y natural, hace que muchos lo consideren con valores suficientes para convertirse en Parque Nacional. Algo que evitaría amenazas como el urbanismo representado por el cercano y monstruoso hotel de 'El Algarrobic'o, conservando el amplio litoral inalterado para siempre. Como el resto de playas de Cabo de Gata, la de Mónsul se distingue por sus finas arenas tendidas frente a unos fondos marinos que son los más valiosos del mediterráneo andaluz.
Cómo llegar. A través de una pista de cuatro kilómetros que empieza en San José. Desde esta localidad hay en verano un servicio público de autobuses que lleva a las playas de Mónsul y los Genoveses.
Acostumbrados al Mar Menor y a La Manga, pocos imaginan que muy cerca existe una porción litoral que es su antítesis. El tramo litoral situado entre Puerto de Mazarrón y Águilas, al sur de la Comunidad de Murcia, es uno de los menos transformados de todas las costas españolas, con parajes tan increíbles como esta cala. Situada en el Parque Regional de Cabo Cope y Puntas de Calnegre, espacio natural que cuenta con 17 kilómetros de litoral completamente vírgenes. Quienes lo han disfrutado dicen que no tiene nada que envidiar al no muy lejano Cabo de Gata. La ventaja es que estos parajes son mucho más desconocidos y por ello reciben muchos menos visitantes.
Estamos en un espacio natural compuesto por una sucesión de rincones solitarios y calas íntimas, que frecuentan especies tan esquivas como el halcón peregrino y la tortuga mora. Aquí lo habitual es alcanzar cualquier playa a través de una pista que cruza un paisaje casi africano y encontrarla tal y cómo conocieron el litoral mediterráneo nuestros bisabuelos. Entre los abundantes rincones para darse un baño, Cala Blanca se distingue por sus proporciones, una diminuta ensenada semicircular rodeada por acantilados que muestran una fuerte erosión marina y en los que se abren algunas cuevas.
Cómo llegar. Desde Cartagena por la autopista AP-7 hasta salida 2. Tomar la D-21 hasta Punta de Calnegre.