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Cada región de El Hierro es un pedacito de las otras Islas Canarias. Desde su región más volcánica abandonando la carretera del Golfo y bordeando la isla tras dejar atrás el pueblo de Sabinosa, en una ruta que lleva hasta la playa del Verodal, el paisaje cambia para convertirse en una zona de lava volcánica que es un constante recordatorio de Lanzarote; sus bosques de laurisilva que te transportan al Parque Nacional de Garajonay en La Gomera o El Bosque de los Tilos de La Palma. Los pinares o montes de Tenerife y Gran Canaria aparecen aquí y allá; y algún volcán perdido como el bien plantado delante del Faro de Orchilla, la última luz de las islas, que trae a la memoria Fuerteventura. Salvando las distancias en cada caso, porque cada una es única, y todas tienen, a la vez, características similares.
Precisamente por esos paisajes que agrupan al archipiélago entero, sus carreteras son bien distintas dependiendo de la zona. "Aquí hay que llevar siempre una chaquetita en el coche y el bañador y la toalla", asegura Andrea, asesora de Turismo en El Hierro. Las temperaturas y el paisaje cambian sin avisar en menos de 100 metros. Y si antes estabas bajo la neblina de la capital de Valverde, de repente, puedes estar en Tamaduste tostándote al sol. La variedad climática que provocan sus montañas, sus fuertes vientos y sus escasas llanuras, regalan al visitante una carta sin fin de carreteras para perderse. Alguna llega incluso al fin del mundo.
Dicen los herreños que aquí todo sube o baja. Las planicies no se estilan en esta isla y eso que hay una zona en San Andrés que tiene su meseta para el ganado, pero incluso en este terreno la inclinación es importante. De ahí, que la isla haya que recorrerla aprovechando esta verticalidad llena de acantilados absolutamente extraordinarios que dejan unos miradores de postal. Esto también la ha convertido en una buena opción para los aficionados al parapente: hay varias zonas desde donde emprender el vuelo. El caso es que tienes que saber que hay que estar preparado para subir y bajar sin parar, ya sea para recorrer sus senderos o bañarte en sus piscinas naturales o salir de paseo. Y si no, escuchen a los herreños. "¿Subes o bajas?", preguntan cuando te saludan y te cruzas con ellos.
Debido a su juventud, su vida volcánica es aún activa y potente. Hace relativamente pocos años, en 2011, se activó uno de sus volcanes submarinos. Todas las islas son fruto de erupciones volcánicas, pero no todas sucedieron al mismo tiempo. Por ejemplo, Fuerteventura se formó hace 20 millones de años; el Hierro, hace poco más de uno millón. Que es mucho, sí, pero poco para que la erosión la haya modificado en exceso. Las lavas cordadas aún cincelan un paisaje principalmente volcánico, que ha tenido un respiro en lo alto de algunas montañas, donde la vida se manifiesta a través de frondosos bosques.
Y esa juventud, la que impide conocer las arrugas del tiempo, es la que ha impedido la erosión de la lava negra que conforma palmo a palmo su impresionante litoral, de entrantes y salientes como un electroencefalograma alterado. Esto ha generado que los herreños hayan aprovechado las formaciones volcánicas con entrantes apacibles para el baño o con forma de pozas para construir sus piscinas naturales, que a veces son unas simples escaleras de metal para facilitar la bajada al mar y otras auténticas piscinas gigantes que se incrustan entre la acumulación de la lava consolidada como si hubieran nacido con ella. Hay un par de playas, eso sí, pero las calas herreñas son un viaje en sí mismo a una isla insólita.
Sus aguas claras y transparentes de colores imposibles se aprecian incluso en los días sin sol. Si sus pozas de las piscinas naturales invitan al baño con sus aguas verde mar o azul turquesa, dependiendo de donde te encuentres; las olas bravas que suelen rodearlas, de un azul claro y espumoso, hipnotizan pero tiran para atrás. Cuidado con ese mar de colores seductores pero con la fuerza de un Neptuno obsesionado con engancharse a los bordes volcánicos, negros y desafiantes, de la isla que se resiste altanera mirándolo de sus cimas acantiladas.
Tienen los herreños una fiesta muy particular que celebran cada cuatro años: la Bajada de la Virgen. Es una ceremonia que va más allá de lo religioso: une y hermana a los herreños que, estén donde estén o vivan donde vivan, intentan acudir a la cita. El primer sábado de julio del año que toca los herreños cargan a su patrona, la Virgen de los Reyes, para transportarla en peregrinación hasta Valverde y hasta el primer sábado de agosto no hará el camino de vuelta. Casi 30 kilómetros de recorrido por el corazón de la isla que se acompaña de danzas y músicas tradicionales. La bajada empezó tras una sequía en el siglo XVIII y tanto caló en el cuerpo y mente de los isleños que ahora su medida temporal remite a bajadas. Hay edades o tiempos que solo se miden así. Por ejemplo, un coche que se compró hace seis años tendrá bajada y media. Y si eres herreño, lo entiendes.
La magia de El Hierro se extiende a través de sus paisajes encandilando de tal manera que la fantasía se hace realidad con las formas más inverosímiles. Sus árboles, por ejemplo, cargan con el peso de una fama mucho más que justificada entre sabinas despeinadas o copas frondosas capaces de llorar agua. Sus árboles podrían encarnar, además, la imagen real de cualquier árbol protagonista de película.
Durante siglos, la Punta de la Orchilla fue considerada el Meridiano Cero hasta que llegaron los británicos en el S.XIX y se lo llevaron a Greenwich. Sin embargo, siempre quedará en esta islita la marca de lo que fue. Una escultura recuerda este hecho cerca del Faro de la Orchilla cuya carretera estrecha y serpenteante descubre un paisaje que, al verlo, poco le importa a uno que los ingleses se llevasen el meridiano a otro lugar. El Faro de Orchilla es el fin del mundo de las Islas Canarias. La última luz antes de ir hacia las Américas. Desde la carretera, que da paso a la desviación que desciende la montaña hasta él, se ve un pequeño volcán rojizo delante del faro, como si lo protegiera de la tierra, quitándole la visibilidad de ella, para que se centre únicamente en su prioridad: el mar. ¡Espectacular!