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Aún estamos a tiempo, ya que todo 2017 es el año de Guernica. Cuando se cumplen ocho décadas de los cruentos bombardeos que inspiraron la obra maestra de Pablo Picasso, cuando el mundo del arte celebra el aniversario de este desgarrador retrato de la realidad bélica que es la más pura encarnación del horror, es buen momento para visitar esta villa vizcaína que logró superar las cicatrices para erigirse en símbolo de la concordia.
Aunque charlas, talleres, exposiciones, proyección de documentales… forman parte de la jugosa agenda de eventos con la que, hasta el próximo octubre, se conmemora tal fecha, la memoria está siempre presente en el Museo de la Paz , donde no solo se recuerda la barbarie sino que también se invita a reflexionar sobre los conflictos armados. Más allá de esta efeméride, Guernica goza de bonitos enclaves naturales en sus alrededores, como la Reserva de la Biosfera de Urdaibai y las cercanas playas de Laga y Laida. En esta última los surfistas vienen a cabalgar la famosa ola de Mundaka.
Porque en breve la sombra del invierno llegará para cubrirlo todo, apuremos los días de sol en la tierra de la eterna primavera. La Gomera es la quintaesencia del archipiélago canario: cálida, volcánica, seca en sus contornos pero con explosiones de verdor que propician maravillosas rutas de senderismo. Una isla pequeñita y variada, alejada de las hordas turísticas, definitivamente óptima para una escapada completa. Su arrugada orografía de crestas y barrancos, sus milenarios bosques de laurisilva y sus bellas playas de arena negra conforman una especie de continente en miniatura.
En La Gomera, donde las tradiciones ancestrales llegan hasta nuestros días –la prueba está en el famoso silbo que nace del arte de la necesidad–, la naturaleza es el más portentoso monumento, presidido por el Garajonay que ocupa el corazón del territorio. Una impresionante reserva tapizada de musgos, líquenes, helechos, brezos, aceviños, viñáticos… a la que el fenómeno de la lluvia horizontal confiere el aspecto de bosque encantado. Los menos activos también tienen donde elegir en esta isla: estupendos arenales como los de Valle Gran Rey, San Sebastián o Playa del Inglés, en los que entregarse a la práctica del tumbing refrescada con algún chapuzón.
Que así es como se conoce al santuario de Nuestra Señora del Ara, una ermita mudéjar del siglo XV cuyos frescos lucen la grandeza –descafeinada, eso sí– del mismísimo Vaticano. Se encuentra en los confines de la provincia de Badajoz, allá donde asoma Sevilla, en medio de las dehesas. Y aunque puede que su sobrenombre tenga demasiada emoción, lo cierto es que las pinturas de sus bóvedas y sus muros interiores resultan espectaculares: escenas basadas en los episodios del Génesis, como la creación del paraíso con Adán y Eva, la historia de Caín y Abel, la Torre de Babel…todas compartimentadas en pequeños rectángulos y con una viveza semejante a la Capilla Sixtina. En este caso se desconoce su autoría, aunque parece ser que fueron artistas locales de la vecina escuela de Llerena, uno de los pueblos de la comarca con mayor personalidad artística.
Esta excursión puede completarse con la visita a las Minas de Jayona, una explotación de hierro abandonada, que está cargada de historia y de misterio. Colarse por sus entrañas y explorar sus pasadizos entre juegos de luces, sonidos y contrastes térmicos es lo más parecido a un viaje al centro de la tierra.
Patrimonio histórico y riqueza natural. Cultura y playas apenas urbanizadas. Esto es lo que aguarda en una visita por la siempre interesante localidad alicantina. Una ciudad famosa por su emblemática Dama que, si bien descansa en Madrid, exhibe la copia más perfecta –con técnica láser de reconocimiento tridimensional–en el Museo Arqueológico y de Historia de Elche (MAHE), que ocupa el Palacio de Altamira y un sótano de la plaza de Traspalacio.
Más allá de esta pieza artística y de otras tantas joyas urbanas (los Baños Árabes en el convento de la Merced, la torre almohade de Calahorra…), el buen tiempo se mantiene en estas fechas, por lo que será perfecto explorar su naturaleza. Empezando por el mayor palmeral de Europa, declarado Patrimonio de la Humanidad; continuando por las Salinas de Santa Pola, ideales para avistar aves; y terminando por las playas como la del Pinet, con un alto valor ecológico.
Despojada ya de los curiosos ocasionales que se acercan a descubrirla, esta región andaluza compartida por Granada y Almería, este rincón escarpado que se desparrama por las faldas de Sierra Nevada, recupera su carácter solitario, casi místico. Porque en La Alpujarra, que fue el último baluarte de los moriscos en España y el refugio de Boabdil después de perder Granada, sus pueblos blancos como copos de nieve están tocados por el exotismo árabe. Pueblos que están aferrados a pendientes imposibles y que por su privilegiada posición a espaldas de la Alhambra y a un paso del Mediterráneo, enamoraron a los escritores románticos del siglo XIX.
Nada hay como una ruta por estos parajes congelados en el tiempo entre carreteras serpenteantes y huertos que se asoman al abismo. Lanjarón, la población del agua; Órgiva, con su iglesia mudéjar; Trevélez, con sus secaderos de jamón; y las encantadoras Capileira, Pampaneira y Bubión, recostadas en el Barranco de Poqueira, son algunas de las paradas imprescindibles por este territorio fascinante.