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Camino Portugués por la Costa (Tramo1): selfie desde el Mirador del Parque da Alameda (Tui)

Camino Portugués por la Costa: de Tui a Baiona (Galicia)

La aventura del peregrino frente al Atlántico

El Camino hacia Santiago de Compostela es la aventura, peregrinación y leyenda más hermosa desde hace 2.000 años. Da igual la vía que escojas, será única. Tras un año muy difícil, ya comienzan a verse de nuevo las conchas colgadas de la mochila y a sentirse los bordones golpeando el suelo. El Camino Portugués, que una Reina Santa se marcó hace 696 años, ha sido el primero en activarse con la apertura de la frontera y la llegada de los turisperegrinos desde tierras lusas. Nosotros hemos elegido la variante de la costa, diseñada hace 10 años, que hemos dividido en tres grandes tramos, pero sugiriéndote los desvíos imprescindibles. No son tiempos de prisas, sino de disfrute. En este primero, que arranca en Tui y continúa en A Guarda hasta llegar a Baiona, la bravura del Atlántico y los paisajes de ensueño son los compañeros más fieles del peregrino.

Todos los caminos llevan a Santiago. Y todas las aguas del Camino Portugués por la Costa empapan al caminante. Es una especie de baño iniciático que cae del cielo, transcurre por las orillas del río Miño, salpica con las olas fantásticas del océano Atlántico y moja las botas en los humildes arroyos que se esconden en los bosques de los tramos del camino. Parece que Santiago el Mayor quiere que estas gentes que regresan al peregrinaje lleguen limpias a Compostela, dejando atrás todos los pesares, que no han sido pocos.

Tui: paseo medieval en la frontera del Miño

En Tui y A Guarda, los dos lugares desde donde se puede arrancar el Camino Portugués en Galicia, los musgos y verdines de sus milenarias calles y edificios chorrean por los cuatros costados. La lluvia y el viento arrastran a las profundidades los tiempos oscuros. Eso es lo que creen, esta mañana de mayo del 2021, José Pedro, Sofía, Alexandra y Filipe, los jóvenes portugueses, íntimos desde la infancia –dos de ellos son hermanos– que desayunan en 'Ideas Peregrinas', el hostal de Mónica y Silvana, las hermanas Crisóstomo, unas imprescindibles del Camino Portugués.

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Ante los cuatro lusos, el buen desayuno –la comida más importante para peregrinar– anima la charla, sin hacer mucho caso del tiempo ahí afuera. "Hemos esperado mucho para hacer este viaje. Lo pensamos desde muy jóvenes, pero la pandemia nos ha empujado". Han aprendido mucho en los meses del gran encierro, otra forma de vivir.

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Son de Santa María da Feira (Oporto) –"tenemos la fortaleza medieval más increíble y hermosa", puntualiza Filipe– y ayer entraron en Galicia por Tui, cruzando el Puente Internacional. No hay peregrino, venga de Francia, Alemania, Portugal o cualquiera de los caminos, que no sienta el cosquilleo en el estómago cuando pisa suelo gallego. Es estar más cerca de la meta, de la tierra que acoge la leyenda del cuerpo mártir del Apóstol.

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Mientras Mónica sigue preparando los desayunos, Silvana hace la cuenta de los dos alemanes que llegaron anoche. Arrancaron en Lisboa, el inicio del Portugués. José Antonio, alto, flaco, ojos azules, pasada la treintena y ¡peregrino español!, examina una parte del excelente material que hay en el café-tienda-comedor. Este malagueño, que ha aterrizado ayer en Vigo procedente de Las Palmas, donde curra, sonríe con ganas. Sabe que es, sino el primer peregrino español que estrena el Camino Portugués tras la caída del estado de alarma, uno de los primeros. "No es mi primer camino. El primero que hice fue el Primitivo. Y ahí me aficioné al placer de caminar solo, una de las mejores experiencias de mi vida".

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Desde su peregrinaje inicial a Santiago, ha pateado solo parte de Argentina, Bolivia, Perú o Colombia. Responde con una sonrisa al tradicional "¡Buen Camino!" cuando se echa la mochila al hombro. Sabe mejor que nosotros que estos caminos dan muchas vueltas. Mientras los cuatro portugueses van a continuar por el camino interior, saliendo de Tui, el malagueño se lanza por la variante de la costa, que en verdad empieza en A Guarda y se vuelve a unir al principal en Redondela.

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No son las 8.30 de la mañana y en el acogedor comedor-bar-tienda de las Crisóstomo la atmósfera transpira algo tan ansiado como la vieja normalidad. Además de algún paisano del pueblo, entre ellos el alcalde Enrique Caballeiro –desea tanto como todos los personajes que hay en este lugar a estas horas que lleguen los peregrinos; "dan ganas hasta de besarlos", dice uno de los presentes– hay oficinistas, gente que trabaja en negocios, casi todos vinculados al camino. Día a día, los rostros van recobrando alegría.

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Siguiendo los consejos del gran Alfredo Merino, hay que ganar –no perder– un par de horas en Tui. Lo merece, nos da el contexto para respirar adonde vamos. De 'Ideas Peregrinas' a la catedral de Santa María de Tui, lo primero, solo hay que girar una esquina, pasar por la puerta del antiguo hospital de peregrinos. Y allí está este enorme templo de corte románico y retoque gótico, que ya en el siglo VI fue una iglesia levantada en tiempos del rey suevo Teodomiro.

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Ante las escaleras del templo, tan alto que abruma, Geles –junto con Águeda, las guías de la Oficina de Turismo– nos aclara esa sensación de peso. "La portada es el primer conjunto escultórico de estilo gótico de la Península". Allí debajo nos advierte: "No todo está siempre delante nuestro". Y volvemos la cabeza para descubrir una hermosa virgen embarazada que transmite un sentimiento terrenal. Esta Portada Occidental, la principal, relata la historia de la virgen María y la Anunciación.

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Alegría detrás del torno por ver de nuevo peregrinos

El Camino también está hecho para perderse en recodos misteriosos. Es parte de su riqueza. Geles lo sabe y nos guía al convento de "Las Encerradas", el de las clarisas. La misma orden en la que se retiró la reina Isabel de Portugal y Aragón, luego Santa Isabel –conocida como La Peregrina–, la mujer que inició el Camino Portugués en 1325. Aunque no se conoce su trayectoria exacta, comenzó en Lisboa hasta Santiago.

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Para llegar a las clarisas hay que rozar las calles de la judería de Tui, una ruta hoy recuperada, porque los judíos fueron clave en esta ciudad, que hoy forma parte de la Red de Juderías de España. En el claustro gótico de la catedral se conserva grabada una menorá, o candelabro de los siete brazos. El callejón que lleva al convento, pegado a la muralla, lo paseó otra reina, doña Urraca I de León, otro de esos personajes que quizá utilizaba el túnel secreto que se supone existe entre España y Portugal. Parte de ese túnel, según la leyenda, está en este rincón hoy habitado por las monjas de clausura.

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Jarrea aún cuando una de las tres hermanas clarisas atiende detrás del torno. Es imprescindible llevarse la caja de peces de almendra –una receta de origen sefardí como explica la madre superior, Herminia López Andrade–, los bollos de coco –los más ricos según los posteriores catadores– y las pastas de almendra. Las otras dos clarisas, las hermanas Concepción Valera y Mercedes Matellán, están tan contentas como la superiora. Algo empieza a moverse entre los peregrinos. Herminia y Concepción ya están vacunadas del todo, a Mercedes le tocará pronto la segunda dosis. Es más joven.

La celosía del torno oculta el rostro de la madre Herminia, que seguramente luce arrugas. Con sus más de 70 dignísimos años, ha recorrido todo lo rápido que ha podido, desde la biblioteca hasta el torno –el convento es enorme–, el tramo hasta llegar a atender con sus dos compañeras. Oír gente es una alegría también para ellas. Las clarisas de Tui son únicas, y no solo por sus pececillos de almendras.

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A la salida del oscuro zaguán del convento, hay que asomarse a 'Ultramarinos Alonso', uno de esos colmados históricos, que hoy comparte espacio con el estanco, para llevarse el pimentón ideal para el pulpo o una bolsita de hierbas para controlar la diabestes y conocer su historia, esa que llena de tristeza la mirada de Lucía Campo, la descendiente de las dos mujeres fundadoras, María y Emilia, que arrancaron con este negocio a finales del siglo XIX y que llegó a ser 'el casino obrero'. Al lado, la tienda de artesanía 'Porta da Pía' ofrece algunas piezas de artesanía –joyas, alfarería, altavoces cerámicos– de artistas gallegos que son la primera tentación para incluir en la mochila.

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Quedaba pendiente recuperar lo que la noche anterior solo se vislumbraba, la vista desde el Parque de la Alameda, en la trasera del Convento de Santo Domingo. Allí se impone el selfie sobre el Miño, con el Puente Internacional como fondo. Acabado en 1884, es asombroso comprobar cómo se integran la piedra y el acero. El paseo fluvial que discurre al pie del río, desde el Club Náutico de San Telmo hasta el mismo puente, es un escándalo. Es mayo, aves y plantas –especialmente la retama enorme, amarilla, que nos acompañará todo el viaje– cantan y aromatizan el lugar, hasta el punto de que tanta belleza resulta algo excesiva.

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A punto de dejar la ciudad camino de A Guarda, vemos girar por la esquina a los tres madrileños. Guillermo, Sergio y Álvaro viven en Montecarmelo, son maridos y padres, se conocen por el cole de los chicos. La tarde de antes cenaban en 'A Muralla', felices de empezar una aventura que nunca habían recorrido. No han tardado ni 24 horas, tras levantarse el estado de alarma, en meter palos, bordón, capas para el agua, pesar sus mochilas –dos de ellos llevan 6 kilos, otro 10, pero argumenta que es el más fuerte– y plantarse en Tui. Demetrio, el dueño de la taberna, les ha dado un buen banquete a base de pulpo a feira, los primeros pimientos de Padrón de la temporada y unos tomates corazón de buey que son puro pecado, mientras la lluvia machacaba el techo de la terraza.

A Guarda: la mirada se embruja sobre el Monte Tegra

El camino portugués, en su variante por la costa, comienza en A Guarda y transcurre paralelo a la N-552. A la izquierda, la grandeza del Atlántico; a la derecha, la carretera y los bosques. Es más reciente (de 2011), pero al primer vistazo se entiende el porqué tanta gente elige esta variante hasta Redondela y sube hasta aquí. Sencillamente, la mirada se embruja sobre el Monte Tegra –o Monte Tecla– y la desembocadura del Miño. No solo son los fascinantes asentamientos de la citania –en estos castros vivieron 3.000 personas–, aunque en la reconstrucción de alguno se han excedido un poco; es que basta girar la mirada alrededor, con la grandiosidad del Miño y las impactantes olas del Atlántico que baten la costa pontevedresa, para comprender por qué fenicios y griegos ya mencionaban el lugar.

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Si las piedras hablaran, este sitio daría para series que recorrerían los milenios del hombre neolítico hasta nuestros días, la historia bastante aparcada del reino suevo, las luchas por las fronteras y los emplazamientos mineros que nos rodean; soldadesca, guerrilleros, contrabandistas, piratas, peregrinos, turistas y todas las especies que el personal ha ido desarrollando a lo largo de siglos, mientras Santa Tegra, el Miño y el Atlántico soportaban los movimientos de esta extraña especie que es el hombre.

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Un aviso de las fuerzas de la naturaleza

De vuelta al Camino, en esta N-552 las olas del Océano compiten con los chaparrones del cielo. Y cuando crees que ya está todo perdido, que las piernas empiezan a pesar y los gemelos a cargarse, un golpe de gloria, un rayo de sol, se cuela entre los nubarrones. Entonces, la foto del paisaje y el selfie dan un subidón de adrenalina. Caiga lo que caiga, hay que parar para contemplar el Monasterio de Santa María de Oia, el lugar que los cistercienses tienen más pegado al mar.

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Bayona se anuncia a lo lejos con el cabo Silleiro, un lugar emocionante por la belleza y el recuerdo. Conocido como el Mirador de Thalassa, entre los faros de Silleiro y Vello, en este punto se recuerda aquella noche del 31 de diciembre de 1948, cuando un yate noruego, el Thalassa, se hundió. Habían atracado en Vigo y captado la atención de los locales, con su espectacular árbol de Navidad en la cubierta y sus villancicos acompañados por el ritmo de sus acordeones. Su destino era las Islas Galápagos, y retomaron rumbo el último día del año. El temporal les arrinconó en la ría y un golpe de mar destrozó el barco. De los quince tripulantes, solo sobrevivió una niña de 10 años, Arnhild.

La belleza del océano y el recuerdo de la embarcación noruega rezan como un aviso de las fuerzas de la naturaleza. Un poco más allá, la aparición de las islas Cíes entre la bruma y las ráfagas del viento es otro paso más para recordar que llegamos pronto a la bella Bayona o Baiona. El subidón de adrenalina es notable, pese a la cuesta que rompe las piernas de los peregrinos.

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Baiona: los primeros en conocer el descubrimiento del Nuevo Mundo

Aún no hemos cerrado la boca tras la primera mirada sobre las Islas Cíes, cuando se nos echa encima el castillo o Fortaleza de Monterreal de Baiona, hoy 'Parador Conde de Gondomar'. Para muchos, el que más compite en belleza con el de Girona. Además de ser testigo de las batallas entre Juana la Beltraneja e Isabel la Católica (este camino es muy femenino, como explicará su fundador, Celestino Lores, no solo por la Reina Santa Isabel), desde sus torres algún afortunado vigía vivió un hecho histórico al ver un barco algo desvencijado que traía al Viejo Continente la noticia del Descubrimiento de América. Ahí queda eso.

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La Pinta, unas de las tres carabelas que partieron con Cristóbal Colón para Las Indias, entró en el puerto el 1 de marzo de 1493. Baiona fue el primer lugar del mundo que se enteró de la, aún para muchos, mayor noticia de la historia: Colón había descubierto otro continente, América, el Nuevo Mundo. La Niña, con Colón al mando, llegó cuatro días después a Lisboa, pero para entonces Baiona ya había convertido en héroe al capitán Martín Alonso Pinzón y el rastro del honorable marino está en todo el interior de la villa, mezclado con el aroma del Camino.

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Antes de llegar a la calle Conde, la principal y por donde transita el camino, hay ya tiendas, restaurantes y hoteles que recuerdan al marino de Palos de Moguer. Tampoco hay ocasión de olvidar el gran acontecimiento, porque en el puerto, al pie de la fortaleza, luce una réplica de La Pinta, que hace las delicias de niños, abuelos y peregrinos, porque da pie a contar muchas batallitas. El asunto es elegir entre el selfie desde el Parador o con La Pinta al fondo. Subir a Instagram ambos da juego seguro.

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Pero no es la fortaleza y Pinzón lo único apasionante. En Baiona, los peregrinos que suben por la costa tienen la oportunidad de encontrar la Iglesia de Santa Liberata, Librada o Liberada, con la imagen en lo alto de la nonelliza crucificada por su padre. La historia de esta mujer –que parece que hasta 1969 fue santa y luego repudiada– es una de las más curiosas de la iglesia. Liberata puede ser la primera anoréxica reconocida.

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Decidida a no casarse con el hombre que le había asignado su padre, dejó de comer. Le salió barba y bello por el resto del cuerpo, le crecieron las uñas... en fin, un desastre. Su padre ordenó crucificarla. Es patrona de los matrimonios no deseados, de los divorcios y uno de los personajes que una parte de la comunidad gay reivindica. Su imagen ha sido aparcada en algunos lugares, pero se la encuentra, como en Baiona o la catedral de Sevilla.

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Para no seguir los pasos de Liberata, nos podemos dar un buen homenaje de marisco en el histórico 'Rocamar', en la entrada del municipio, o darle buena cuenta a las zamburiñas churruscadas de 'La Boquería', que se sirve con salsa marinera –cebolla, pimiento verde y rojo, laurel, vino blanco y ligada con pan rallado–. Verónica, una de sus camareras, también aconseja el taco de bacalao gratinado con crema de patata y un alioli de tomate o el canelón de ossobuco (jarrete) de ternera que prepara Carmiña en la cocina. Hay que cargar fuerzas, porque aún quedan kilómetros hasta Santiago de Compostela.

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