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Frente al Atlántico en el cruceiro del cabo de Fisterra.

El Camino a Finisterre (tramo 1): De Santiago a Negreira (Galicia)

Una verde bacanal antes de llegar al fin del mundo

Actualizado: 16/06/2021

Fotografía: Sofía Moro

La naturaleza te engulle y empiezas a notar clorofila, en lugar de sangre, correr por tus venas. Según avanzas por este camino, que tiene el morbo añadido de no ser oficial, la seducción del frondoso follaje y el furor del agua exaltan los sentidos. Los sonidos del bosque desperezándose, los abruptos acantilados y el inquietante palpitar de las aldeas resultan adictivos. Solo cinco etapas para ir despojándote de todo lo superfluo antes de llegar a Fisterra y sentirte el rey del mundo.
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Flores silvestres tapizan el camino a cada paso si te decides por emprenderlo en primavera. Disruptivos brochazos amarillos de retama azotan el verde, que en los paisajes más cercanos a la costa se sustituyen por las tonalidades lilas y rosáceas de la hierba de enamorar, o el elegante blanco de las calas al borde de arroyos y salpicando las aldeas. Entiendes de pronto el auténtico significado de bucólico pastoril. Y por qué tantos peregrinos sucumben a los cantos de sirena de una naturaleza salvaje en la que se desatan las emociones primarias.

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La climatología te sorprende varias veces a lo largo del día. Puede amanecer lloviendo a mares, salir el sol al rato, orvallar un poco más tarde, soplar un viento con el que luchar a brazo partido y despejarse al ocaso, para que nadie de crédito a tus fotos de Instagram. Este catálogo de fenómenos meteorológicos es un aliciente. Y obliga a pararse en lugares insospechados para entrar en calor o dejar que los rayos te sequen tras una tormenta exprés. Da para iniciar una y mil conversaciones sobre el buen tiempo que ha estado haciendo justo hasta que tú llegaste o está previsto para cuando te vayas, al cruzarte con alguien en un puente o coincidir en la barra de un bar. Así tendrás excusa para quedarte un día más y ver si logras pillar un día caribeño, que también los hay.

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Este Camino culmina en Finisterre o puede también comenzar allí, en el lugar de los 1.000 naufragios, donde se consideraba que acababa el mundo hasta finales del medievo, el Finis Terrae, cuando se creía que la Tierra era plana. La punta más occidental de la Europa continental. Aquí se rendía culto al Sol y las legiones romanas acudían en tropel a ver cómo se consumía en el mar. Cargado de leyendas, se cuenta que el propio apóstol Santiago destruyó el altar celta de culto pagano Aras Solis. A Finisterre llegaban también peregrinos marítimos que concluían en Santiago y hoy en día sigue siendo una opción realizar el Camino Inverso.

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A comienzos de mayo iniciamos la ruta con la mente muy abierta a que el propio camino nos dirija, a pesar de haber estado preparándolo previamente con detalle. Acaba de terminar el estado de alarma y los peregrinos se animan a volver. En las aldeas reciben con alegría a aquellos que con la mochila y el bordón en la mano pasaban a cientos hasta marzo de 2020. Albergues y hoteles están ya listos. Los bares siguen abriendo cada mañana hasta en las parroquias más diminutas y los lugareños se mezclan de nuevo con los caminantes.

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Del Obradoiro en 360º a Alto de Mar de Ovellas y su fuente evocadora

La plaza del Obradorio, donde todos los caminos se vuelven uno, es por una vez el punto de partida en lugar del de llegada. "Mira, ¡peregrinos!". Los santiagueses que la cruzan comentan la novedad como síntoma de que la normalidad ha regresado a nuestras vidas tras un año con tal sequía de visitantes. Merece la pena dar un giro de 360º antes de echar a andar y contemplar el catálogo de estilos arquitectónicos que confluyen en ese simbólico lugar donde uno tiene el pálpito de ser parte de algo muy grande.

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La euforia la provoca la fachada oeste de la catedral, de estilo barroco y meta de los caminantes, millones de veces fotografiada y ahora recién nacida como una Venus. El renacentista colegio San Xerome, sede del rectorado de la universidad, con su portada románico gótica o el neoclasicismo francés del pazo de Raxoi, con soportales ideales para resguardarse de la lluvia. Y el imponente Hostal de los Reyes Católicos –hoy parador de turismo– con su fachada plateresca. Justo por esa cuesta abajo, en la rua da Trindade arranca el periplo.

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Aquí cobra sentido el famoso '¡Ultreia!' –Más allá– con que antes se saludaban los peregrinos, ahora sustituido por '¡Buen Camino!'. Y es que hacia el Más allá vamos de cabeza, embarcándonos en un viaje en el tiempo hacia los confines del mundo. Toparse con el mojón que marca la distancia hasta Fisterra en la Carballeira de San Lorenzo es un subidón: 89,586 km. La espesura de los robles te saca mentalmente de la ciudad, encauzándote a la vida rural que está a punto de absorberte y de la que te costará salir. Desde la aldea de Sarela de Abaixo echas el último vistazo a las torres de la Catedral superpuestas a las dramáticas nubes gallegas. Y sacando pecho clavas el bastón con energías renovadas.

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El optimismo, tan embriagador como el penetrante aroma de los eucaliptos, aguanta solo hasta que comienzas en Augapesada el ascenso al Alto de Mar de Ovellas, ya en el concello de Ames. Tras alcanzar los 270 metros sobre el nivel del mar a la sombra de robles, lánguidas ramas mentoladas y helechos, la meta es parar en la fuente do Breixo, llenar la cantimplora y sentarse a descansar mientras vuelves a respirar, sin bufidos, y tratas de descifrar las letras grabadas en la piedra comida por el liquen. La luz que entra tamizada por el frondoso bosque es ideal para captar una evocadora imagen del Camino, de las que desatan el deseo de plantificarse allí ipso facto.

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De Trasmonte, la aldea de la Bella Durmiente, al puente que enamora: Ponte Maceira

Nada más descender, en la aldea de Trasmonte, el bar 'Casa Pancho' aparece congelado en el tiempo, como esperando a que la Bella Durmiente despierte, y con ella toda la comarca. Apoyado sobre la barra de zinc, José va percibiendo cómo se anima el trasiego de peregrinos "que ahora pasan con cuentagotas", dice mientras un vecino con copa de coñac sobre la mesa, asiente con la cabeza. Sus bocadillos de tortilla francesa con tiernas hojas de lechuga y tomate del huerto son muy demandados.

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Los ladridos de los perros acompañan a los trabajadores del camión de la basura que recorre las aldeas a diario, también empiezan a notar un poco más de ese ritmo que había resucitado las economías de tantas mini poblaciones. Aunque para el caminante supone una experiencia única gozar de la comunión con la naturaleza en soledad.

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Teresa, sonriente con un ramo de berzas en los brazos, forro polar y botas de agua recuerda que "desde mi cocina da gusto ver pasar a los grupos de peregrinos, por aquí hay muchos pequeños negocios que viven de eso", comenta esta señora acostumbrada a charlar y orientar a quienes lo necesitan.

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Huertas, castaños, robles y emparrados en las fachadas de esta aldea de menos de 50 habitantes, donde el mugido de reses nos conduce a 'Fisterra Bovine World'. Allí, una conocida empresa cárnica anunció a bombo y platillo en 2019 un experimento único, juntar a 28 reses de razas distintas –Angus Aberdeen, Wagyu, Simmental, Galloway, Hereford, Dexter, Highland, Cachena, Limiá, Sayaguesa, Maronesa, Frisona y Rubia Gallega– y alimentarlas con pastos naturales y maíz autóctono, para al cabo de unos años sacrificarlas y realizar una comparativa sobre su carne. Quedan algunos ejemplares y llamativos retratos bovinos pintados en los muros de los establos. Una de esas cosas singulares que jalonan el Camino a Fisterra y que contribuyen a pensar que te mueves por las páginas de un libro juvenil de aventuras.

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Ponte Maceira es el éxtasis. Por mucho que hayas leído, no imaginas la belleza rotunda del vigoroso Tambre al atravesar los cinco arcos del Ponte Vello, que lleva ocho siglos coleccionado pisadas de peregrinos. ¿Cómo no vas a creer que el puente original se derrumbó milagrosamente al atravesarlo los discípulos del Apostol Santiago que huían de los romanos cuando portaban su cuerpo decapitado para enterrarle? Algo inexplicable sucede ahí.

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Te sientes un privilegiado y deseas bañarte entre truchas, lampreas o anguilas, saltar de roca en roca y pasear abriéndote paso entre la vegetación silvestre, rodeada de pie de oso –Heracleum sphondylium–, ranúnculos amarillos, margaritas y aromáticas. Vuelves a ser un crío despreocupado capaz de disfrutar con lo más sencillo.

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Observas con sana envidia el moderno pazo de Balandrón, edificado entre 1945 y 55, de propiedad privada, delante de la represa del río que hace catarata, donde John Malkovich pasó unas vacaciones pescando y en cuyo interior reposa una de las nueve esculturas del maestro Mateo que se desmontaron del Pórtico de la Gloria cuando se decidió poner unas puertas para cerrar la catedral hace 500 años y hubo que achicarlo.

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Cruzando el puente, tras visitar el molino, aparecen felices Carmen y José Manuel, dos peregrinos sevillanos que no se pensaron dos veces hacer el camino a Fisterra. "Estábamos el sábado en las ruinas de Itálica y como vimos que acababa ya el estado de alarma, al día siguiente llamamos a nuestros trabajos para avisar que nos cogíamos una semana de vacaciones y nos vinimos a Santiago. Esta mañana hemos arrancado. Ya hicimos el Camino francés hace 20 años y teníamos ganas de hacer este sin ningún tipo de presión".

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Las vistas desde el restaurante, que se llama igual que esta aldea, no tienen nada que envidiar y son ideales para una comida contemplativa o una refrescante cerveza, antes de continuar el camino por la ribera del Tambre bajo la sombra de los robles hasta Negreira.

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La chuleta con club de fans de Negreira

Superada la pereza de sustituir la compañía y el cobijo de tantos seres orgánicos por seres humanos entramos en esta villa asentada en el Valle del río Barcala, que con cerca de 7.000 habitantes es el centro comercial de la comarca. Hay una foto genial, cruzando el paso de cebra con la triple arcada de piedra del pazo de Cotón de fondo, como Beatles peregrinos, y que además es antiguo Camino Real. La terraza del 'Bar Panadería Ríos', en la misma plaza de Cotón, es ideal para tomarse un tentempié, ya sean sus empanadas o sus tiernos bocadillos, mientras te contagias de la quietud del pazo.

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Aunque para platos fuertes, el restaurante 'Casa Barqueiro' en donde los hermanos Rogelio y Fran Rial son famosos por la carne a la piedra. En una finca familiar a solo tres kilómetros de allí crían medio centenar de bueyes de rubia gallega, y sus chuletas maduradas entre 40 o 50 días tienen club de fans.

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Para que cada comensal le dé su punto en la mesa, solo usan piedra del Xallas, "que es más lisa, no suelta tanta arenilla y no seca la carne", tal y como explica Rogelio, orgulloso de ofrecer un producto excepcional. El mismo que encandila a chefs reconocidos que cada año reúne en agosto para un evento solidario, como los Hermanos Torres, Martín Berasategui, Elena Arzak o Eneko Atxa, entre otros, todos con 3 Soles Guía Repsol.

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