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Patear las calles medievales de las pequeñas villas en las que se asentaron los hippiosos y multiculturales personajes de la vanguardia catalana es una alternativa al numeroso turismo que se lanza a las transparentes calas de la Costa Brava.
Aquí, en el interior –a 20 minutos de la costa– se respira un cruce de embrujos que justifica la pasión por la que para muchos es la Toscana española, para otros, La Provenza y para quienes tienen la suerte de asentarse en esta zona por voluntad, simplemente el Ampurdán, un lugar del que aún quedan cosas por descubrir.
En Sant Martí de Vell, la torre de la Iglesia, la calle medieval solitaria y un golpe de gloria entre las nubes de una primavera-verano generosa en lluvias llevan al visitante a esperar a que por la esquina doble un campesino de ropas medievales, con un burro cargado de cacharros de barro y paja.
El pueblo de Elsa Peretti, musa y amiga de Dalí, diseñadora de Tiffany's e hija de un multimillonario del petróleo italiano, produce esa ensoñación. Es comprensible que la italiana quedase atrapada por el lugar el día que Colita le enseñó sus calles, intactas desde hace cinco siglos.
El regreso en el tiempo se acentúa cuando chirrían los goznes y una puerta se abre; se cuela el olor del guiso, puchero puesto al fuego, aunque el rostro de Peretti, dama con más de 80, no se esconda tras los visillos. Las deportivas, los vaqueros y el yeso blanco en las manos y la cara del albañil que aparece devuelven al personal a la realidad.
La glicinia, la buganvilla y los campos de colza, amarillos y tardíos en la temporada, extienden alfombras alrededor de los pueblos romanos, medievales, milenarios. Las encinas, los alcornoques, los pinos que rodean a los montes de Les Gavarres, se divisan desde las esquinas del pueblo. Peretti ha presumido en más de una ocasión de que debajo de su iglesia han encontrado restos del siglo II.
Sant Martí de Vell, Monells o Madremanya son pueblos del Baix Empordà que ponen de manifiesto que hasta aquí, en las ricas tierras bajas del antiguo y romano Ampurdán, aún se encuentra el silencio. Más allá de Peratallada, Pals, Begur, Cadaqués, Palamós… lo más conocido de la comarca, aún se puede cultivar la ilusión de algo menos explotado, aunque el turismo de la zona es bastante racional y civilizado.
"Mucha gente criticó a Elsa Peretti por comprar el pueblo prácticamente entero, pero gracias a ella está intacto. Pasear por sus calles y experimentar esa sensación de auténtico viaje a siglos atrás es de agradecer". Roser Pla regenta una masía, 'La Lolita', a tiro de piedra de San Martí, Púbol y La Pera. Hace cinco años, con su compañero, Quin Famada, decidió emprender la aventura. "La crisis me había tocado en mi trabajo y nos arriesgamos. Quin quería hacer esto hace tiempo".
Y se comprende. Echar a andar desde la casa hasta San Martí de Vell, dejar a los payeses que se defendieron de los franceses en sus iglesias fortalezas para sustituirles por la imagen de la Peretti –también amiga de Andy Warhol– paseando estilo por esas calles con lo más granado de la intelectualidad y las artes catalanas, da juego.
La diseñadora de Tiffany's y Dalí se convirtieron en vecinos casi al mismo tiempo. El pintor de Cadaqués compró a Gala el castillo de Púbol a finales de los 60, cuando ambos –el pintor y Galuchka, la exesposa del poeta Paul Eluard– temían ya las sombras de la vejez y de la muerte.
Púbol es una pequeña delicia. El genio y el amor por las extravagancias de Dalí quedan retratados, envuelto por el temor al más allá. La visita merece la pena –poco que ver con el museo Cadaqués o la tumba del pintor, pero también agradable– por el lugar, el maravilloso jardín romántico, tan geométrico e inspirado en los jardines de Bomarzo que amaba el pintor; los elefantes de ese jardín, que para Dalí significaban la protección de Gala –Elena Ivanova, ucraniana– cuando estaba allí sola, son puro genio.
Por no hablar de las 14 caras de Wagner –Tristán e Isolda sonaba a menudo en el castillo– que decoran la fuente del fondo o el Datsun que conducía Gala para bajar a hacer la compra. Junto al Cadillac con matrícula de Mónaco, que terminaría por transportar a la musa embalsamada hasta su morada final.
Dalí regaló Púbol a su 'golondrina', para que viviera "los años de juventud que le quedaban", cuando ambos ya eran setentones. Lo rodearon de la mezcla de espectáculo y magia que les caracterizaba, sabiendo que todo lo que tocaban se convertía en oro. Lo que fuera con tal de evitar la vulgaridad. El paseo por Púbol, imaginando las visitas de Marcel Deschamps –de las últimas que el genio soportó jugando al ajedrez– y repasar los vestigios en el castillo de la familia Gispert que Dalí respetó, sumado, a las puertas en trampantojo, pintadas para combatir las supersticiones de Gala, resulta gratificante.
Cada viernes, en la cercana La Bisbal, la capital de la comarca, se celebra un mercadillo recomendable, que se puede sumar al obligado paseo por la calle central –y carretera nacional– del pueblo, entrando y saliendo de las tiendas que venden la reconocida cerámica de la zona.
Pero el mercadillo se extiende desde la placita de la Iglesia a las calles del casco histórico de La Bisbal, digno de una visita. Aún hay restos de la judería. Los puestos ofrecen todas las delicadezas de la zona –además de las de ropa, comunes a toda la península– con especial incidencia en los embutidos. Esa butifarra que te llama a media mañana, colgada del puesto y al lado de una panceta que te grita, mientras la longaniza llora para que le pegues un mordisco…¡Señor!! No hay lugar en la bolsa para meter tanta degustación.
Un poco más allá, para aligerar, están los puestos de fruta y hortalizas, bien colocados, limpios. Y las especias. Sí, claramente algo del gusto estético de la vecina Francia se ha colado en esos tenderetes, que lucen sus productos con mimo. Tras el paseo por los puestos, un café en la plaza, al pie de la Iglesia, para asombrarse de la osadía de la casa con fachada verde medianera con la Iglesia y el paso por la pastelería de la esquina. Todo listo para empezar otra jornada por las calles o las sendas del Baix Empordà.