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El Proyecto Canyet se inició en el año 2000 por la Fundación FAPAS con el objetivo de reintroducir el buitre común o buitre leonado (Gyps fulvus) en la Serra Mariola. En el año 2005 el Canyet de les Pedreres de San Cristóbal se declaró reserva de fauna y, hoy en día, su población de buitres es todo un referente en España, consolidándose una población de 80 ejemplares de buitre común. La buitrera se encuentra en una antigua cantera, lugar desde el que en los años 40 se extrajo la piedra para construir el Preventorio de Alcoy, que se encuentra más abajo.
Resulta fácil divisarlos mientras hacemos nuestra ruta senderista, sobrevolando el Barranco del Cint, en cuyo entorno anidan 28 parejas. Si queremos tener una experiencia de observación de aves o hacer una visita en grupo y poder mirarlos desde un hide -una casita de madera preparada para verlos escondidos-, tenemos que aprovechar una de las jornadas abiertas de birdwatching que se organizan desde el Ayuntamiento de Alcoy, ya que el hide se encuentra en una zona vallada a la que sólo se puede acceder acompañados por algún guía del proyecto.
Nosotros tuvimos la oportunidad de acompañar a Pablo Blanes, técnico de la Concejalía de Transición Ecológica del Ayuntamiento de Alcoy, cuando los alimenta. Un día a la semana se recogen los desechos de industrias cárnicas de la comarca y los animales muertos en las ganaderías y Pablo los lleva a la buitrera. Aparcamos nuestro coche en una pista forestal, ya que únicamente la furgoneta puede acceder al interior. “A mí ya me reconocen”, nos comenta Pablo, quien les lleva semanalmente la comida, llueva, nieve o haga calor.
El camino hasta llegar a la buitrera es un agradable paseo por la pista forestal entre pinos y unas impresionantes vistas. En el camino encontramos paneles informativos y carteles que nos piden silencio para no molestar a las aves.
Una vez instalados en el hide, con su cristal oscuro que funciona como lámina espejo, Pablo nos limpia el vidrio para que podamos tomar buenas fotos, saca la carne de la furgoneta y se sienta con nosotros en el interior. Es importante señalar la participación de las industrias cárnicas cercanas, los ganaderos e incluso cazadores que aportan la carroña, obteniendo un beneficio mutuo a nivel ecológico y económico.
Por una parte, al alimentarse los buitres de animales muertos y, en algunos casos, enfermos, ayudan a limitar la diseminación de patógenos entre los animales, lo que evita así enfermedades y virus en el ganado. De otro lado, al evitar el tratamiento de los residuos cárnicos en plantas industriales se consigue un ahorro económico y una reducción del nivel de emisiones de gases de efecto invernadero.
Cristal limpio, cámara lista, bolígrafo en mano, un montón de carne en el suelo, silencio y mucha paciencia. Estar en la caseta no es garantía de que vayamos a ver nada. Como nos asegura Pablo, pueden bajar hoy, mañana o cuando quieran, son animales libres y no tienen prisa.
En nuestro caso estuvimos cerca de cinco horas hasta que se dignaron a bajar. Antes vemos acercarse a otras aves, como a las oportunistas urracas y a los cuervos, que también son especies carroñeras. Las urracas, además, funcionan como aviso de que hay comida para los buitres, ya que al ser blanquinegras y de plumaje brillante, su vuelo es visto como una señal intermitente desde lejos por los buitres: ese parpadeo es la señal de que la comida está servida. También acuden petirrojos y gorrioncitos, que se alimentan de las moscas y los insectos que van acudiendo. Mientras tanto, se van congregando todos los buitres en un pino seco ubicado frente al hide.
Acude en primer lugar un buitre joven y hambriento, que picotea un poco en solitario y se marcha. Pasan las horas e intentamos ser pacientes y estar en silencio. En un momento dado, por sorpresa, aparece un zorro que bebe agua y rápidamente se lleva un trozo de carne. Horas después volverá un segundo zorro a repetir la operación.
Pablo nos cuenta en voz baja como son las tareas de conservación y el anillado que realizan una vez al año. Así se dan cuenta de que a esta buitrera acuden individuos de otros lugares de España como, por ejemplo, algún buitre negro procedente del País Vasco.
Cuando ya llevamos más de cuatro horas en el hide, muertos de aburrimiento y a punto de abandonar, los buitres bajan del pino en el que llevaban horas concentrándose y esperando, y vienen todos en grupo hacía la comida. Causa una tremenda impresión ver a esos animales tan grandes caminando con sus patitas hacia nosotros.
Comienza entonces el festín y, en menos de una hora, vemos desaparecer ante nuestros ojos los 60 kilos de carne. Parece que a veces se pelean, abren las alas para imponerse y escarban en las tráqueas.
Un buitre curioso se mira en el espejo del vidrio del hide. Son enormes e imponentes. La larga espera ha valido la pena, hemos presenciado uno de los espectáculos más apasionantes de la naturaleza. Fuera del escondrijo, el sonido del batir de alas de decenas de buitres es estremecedor.
Los buitres tienen muy mala fama; neciamente perseguidos durante décadas, este carroñero entró en peligroso declive y estuvo en peligro de extinción al cambiar los usos ganaderos y la actividad de pastoreo tradicional. Y eso pese a que desempeñan un servicio crucial, aunque no siempre bien valorado, para los ecosistemas: la limpieza y el reciclaje rápido de los animales muertos. A pesar de su mala prensa, hoy hemos aprendido que resultan unos animales fascinantes y muy interesantes de observar.
En estas horas de observación y espera en el hide, pudimos conocer muchas cosas sobre los buitres comunes o leonados. Aquí va una lista con algunas de las más interesantes.
Los buitres vuelan utilizando las corrientes térmicas -aire caliente ascendente- para levantarse y ganar altura dando vueltas, lo que les permite volar largas distancias entre corrientes térmicas sin tener que batir apenas las alas. Es decir: planean evitando usar la energía que les costaría batir las alas. Así que, si quieres ver buitres en la montaña no hay que madrugar, lo mejor es ir hacia el mediodía, cuando suben las temperaturas.
Los buitres se emparejan para toda la vida. Tienen un primer apareamiento que, si da crías, se consolida como pareja y, si no funciona, se rompe y buscan una nueva pareja. La época de reproducción es desde diciembre hasta abril. Los nidos los construyen entre ambos sexos en las repisas, grietas o cuevas de los acantilados. La cópula la efectúan en el nido o muy cerca de él. La hembra pone un solo huevo, que incuba durante 50-58 días, turnándose ambos sexos a intervalos de 24 a 48 horas. Ambos progenitores también alimentan al polluelo, regurgitando la carroña a medio digerir.
Los buitres poseen una fuerte acidez junto a unas bacterias en su estómago, que les permiten comer carroña incluso de animales enfermos. Gracias a los buitres se eliminan los focos infecciosos de los animales muertos, que propagan enfermedades. Al controlar las bacterias y microbios, el buitre evita que otros animales se afecten y que se dispersen las enfermedades en el medio natural. Son los héroes del ecosistema que eliminan plagas. Se sabe que pueden destruir el Ántrax y el patógeno causante del cólera.
No son cazadores, únicamente se alimentan de animales ya muertos, por eso tienen un largo cuello y un pico en forma de gancho que les permite “escarbar” dentro de los cadáveres y sacar la carne de entre los huesos. Sus garras son planas para poder sostenerse firmemente mientras se alimenta. Se calcula que un buitre adulto puede comer unos tres kilos de carne por semana, aunque pueden estar mucho tiempo -hasta semanas- ayunando a la espera de su presa.
Muchos mueren por los tendidos eléctricos y las colisiones con aerogeneradores de plantas eólicas. También los buitres que comen en vertederos pueden acabar intoxicados o con obstrucciones gástricas debido a elementos plásticos. En ocasiones mueren de inanición, al no encontrar cadáveres, o envenenados por productos químicos.
El 90 % de todos los buitres de Europa se concentran en la Península Ibérica. Aunque sigue siendo un animal protegido, la población de buitre leonado, que se encontraba al borde de la extinción hace unas décadas, se ha recuperado en España. Su población ha pasado de 8.000 parejas en 1980 a 31.000-37.000 parejas en la actualidad. El número total de ejemplares podría situarse entre los 95.000 y 122.000 buitres, según el censo nacional realizado por SEO/BirdLife en 2018.
Estos gigantes del aire son una de las aves más longevas de Europa, ya que viven entre 30 y 50 años. Un buitre leonado puede tener una altura entre 95 y 110 centímetros y su envergadura, es decir, con las alas abiertas, puede ser superior a los dos metros y medio, mientras que su peso oscila entre los seis y nueve kilos.
Suelen vivir en colonias y necesitan de sus compañeros para sobrevivir. Los buitres siempre parten en grupo hacia sus patrullas y se separan durante el vuelo para poder inspeccionar mejor el territorio. Cada uno observa el suelo y la actitud de sus vecinos cercanos. Son desconfiados y tienen mucha paciencia, cuando uno localiza un cadáver, los buitres pasan largas horas observando el lugar y asegurándose para mayor tranquilidad. Cuando comen parece que pelean entre sí, pero en realidad están colaborando para desmenuzar la carne. A veces se separan del grupo y se van unos días a otra buitrera o con otro grupo, pero después suelen volver a su nido.