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Doscientas figuras realizadas por el taller del Maestro Mateo, el hombre más importante e interesante del románico, que agrupó a su alrededor a los mejores artistas del siglo XII. Y todo ello bajo los auspicios del arzobispo Pedro Muñiz, el Nigromántico, seguramente un intelectual de la época, amante de los libros y la sabiduría, lo que le valió las sospechas supersticiosas de los más retrasados.
Esas ganas que tienes de inclinarte ante el genio o ante la grandeza creada por el hombre para tratar de entender el universo ya la sintieron miles de peregrinos que desde hace 800 años llegaban hasta aquí, se arrodillaban ante la columna del parteluz -el árbol de Jesé, el que cuenta la genealogía de Jesús de Nazaret- y, tras recuperarse del impacto, comenzaban a entender.
La base del parteluz, una columna enorme a ras de suelo, es un buen sitio para comenzar a entender tras el primer shock. A tus pies, una cabeza de alguien -¿Adán, Sansón, Gilgamesh, el rey de Uruk en Mesopotamia...?- que sujeta a dos leones con la boca abierta. Adán -supongamos que es él- mira hacia arriba también, tratando de entender.
Las fauces abiertas de los leones sirven de respiraderos de la cripta, otra joya de Mateo que tienes bajo tus pies. Detrás de Adán -o Sansón- y los leones, está Mateo, arrodillado ante el altar. Conocido como el Santo dos Coques, ya no puedes arrimar tu frente a la suya, pero sí admirar. Los basamentos de los otros dos arcos que hay a los lados tienen también figuras parecidas y animales, entre mágicos y reales, muy terrenales. Dicen los sabios que quizá lo que quiso Mateo es mostrar que esta parte de abajo, la tierra, está llena de bichos feos. Tiene lógica... pero a saber qué pensaban el genial Mateo y el Nigromántico.
Cuenta Ana Laborde -conservadora y restauradora del Instituto del Patrimonio Cultural de España y coordinadora del proyecto de conservación/restauración del Pórtico de la Gloria- que, cuando sus hijos eran adolescentes, una forma de acercarles a estas obras era la de animarles a convertirse en alguien tipo Indiana Jones, y que estaban buscando algún tesoro entre tanta belleza extraña. Es un método, cada uno puede elaborar su propia leyenda, cuento o cómic. O Historia Sagrada, porque pocas cosas tan apasionantes como la historia de las religiones, desde los dioses egipcios a los que habitaban el Olimpo o Cristo y su Trinidad.
Subir del basamento por este bloque enorme de granito de la columna de Jesé, donde están tallados los antepasados de Cristo, es una pasada. Y la primera vez que se hace en la Península Ibérica, según los escritos de la catedral. No solo es la historia en sí de un Cristo humano que tenía bisabuelos y tatarabuelos -el rey David y el rey Salomón entre ellos- sino porque en el parteluz y su capitel se pueden apreciar los maravillosos detalles de la restauración realizada entre 2008 y 2018.
La policromía, protegida lo más posible -aunque también retocada, cómo explica la restauradora- y los rasgos de las figuras talladas, que están cerca de nuestra mirada, son alucinantes. Culmina con Santiago el Mayor, sentado, recibiendo a los peregrinos. Era uno de los preferidos de Jesús. Hijo de Salomé y Zebedeo -también representados en otro lugar de la catedral- y hermano de San Juan, el rubio guapo de la sonrisa hermosa, el más retratado desde que se restauró el Pórtico.
Santiago el Mayor, que fue decapitado por Herodes Agripa -nada que ver con el que ordenó la matanza de los inocentes cuando Jesús nació, los Herodes son una dinastía-, tiene un rostro amable, un pelo y una barba rizada y rubia, acoge a los peregrinos transmitiendo paz. Y según San Juan, alrededor del trono de Cristo, cuatro seres. “El primer ser es como un león; el segundo, como un novillo; el tercer ser tiene un rostro como de hombre; el cuarto es como un águila. Hay que fijarse en la policromía de las llagas de Cristo, muy bermellón, del siglo XVIII".
Al lado de San Juan con el águila, los bienaventurados. Uno sujeta la corona a otro. Todos inocentes que rezan con manos juntas o en el pecho. Según San Juan y su texto del Apocalipsis -y según las guías de la catedral- estos niños representan el Pueblo Santo, cantan un cántico nuevo delante del trono, de los cuatro seres y de los ancianos…
Las caras de los cuatro evangelistas que rodean a Cristo son maravillosas, tallas increíbles para la época, según Ana Laborde. Por eso este arte románico es pregótico. Según los cristianos, estos cuatro personajes anunciaron al mundo que iba a venir el Mesías y el Maestro Mateo se esmeró con ellos. El Cristo, Maiestas Domini, tiene un tamaño importante. Su rostro es sereno, pero sus llagas en pies, manos y costado recuerdan lo que hizo para salvar a la humanidad.
¿Los Ancianos? Sí, los veinticuatro músicos que coronan el Apocalipsis, la gran arquivolta que cierra arriba esa Jerusalén Celestial que Cristo ha traído de nuevo a la tierra. Maravillosos, únicos. Se oye su música, cada uno con un instrumento en su mano. Si observas sus dedos y sus caras verás cómo los escuchas. Para los aficionados al Pórtico de la catedral de Santiago de Compostela, algunos dicen que compiten con los evangelistas en atención y belleza, incluso con las estatuas-columna de los apóstoles y evangelistas, por sus expresiones. El detalle que fascina ya del todo, por el cuidado puesto en ellos, es que una de las arpas está al revés. Solo la podía tocar un zurdo.
Realizados por parejas, los veinticuatro ancianos, “con vestiduras blancas y coronas de oro sobre sus cabezas” que relata San Juan, se miran, se entienden, interpretan unas melodías que se escuchan hasta tal punto que, como recuerda siempre Jaime Mera, el responsable de relaciones de la catedral, se han reproducido esos instrumentos.
Puedes verlos en el Museo de la Catedral y con ellos se han dado conciertos de música medieval. Y se darán. Como detalle, hay dos arpas -el instrumento más antiguo, de origen celta- y dos arpas salterio (triangulares), además de cítaras, violas, laúdes... El de estos músicos es un tema introducido en Galicia por el Maestro Mateo, que luego se extenderá a otros lugares de la península y fuera de ella.
Cuando los restauradores se pusieron manos a la obra, en 2008, ya sabían que había pintura de diferentes épocas. La más apreciada, para hacerse una idea de lo que debían de sentir los primeros peregrinos que llegaron cuando Mateo y sus artistas terminaron la obra, era la original. Pues bien, la policromía de aquellos tiempos, el famoso lapislázuli que admira aún a los artistas, se conserva sobre todo en el ángel que sujeta la columna, al lado de los de la cruz, en el arco central.
La segunda policromía se dataría entre el siglo XVI y el XVII, se encuentra en la decoración de los mantos y túnicas que llevan los cuatro apóstoles -a la izquierda de Santiago-, donde mantos y túnicas tienen brocados y dorados con la técnica flamenca, como recuerda Laborde, la coordinadora de la restauración. Consiste en imitar el relieve de los ricos tejidos bordados con oro de aquella época.
También el lapislázuli de los ángeles que llevan los otros instrumentos de la crucifixión es original de la época de Mateo, aunque se retocaron posteriormente. De todas formas, los restauradores han utilizado el principio de tocar lo menos posible. Pero el gran trabajo de restauración -premio a la mejor restauración de Europa en el año 2018- ha aflorado la belleza que ha soportado años de deterioro.
Contaba el escritor Álvaro Cunqueiro, y recuerda la restauradora, que Mateo escogía las figuras de gente que iba y venía, que tenía a su alrededor. El parecido de San Juan Evangelista con Daniel, el profeta de la sonrisa, al otro lado, no es extraño. Claros y rubios, el camino era una senda abierta de la que llegaban gentes de toda Europa, especialmente desde Francia e Italia.
Los capiteles de las columnas son increíbles, pero lo que más juego da es el arco de la derecha, el del Juicio Final, donde se representan los tormentos y castigos del infierno. La maldad es atractiva. Ahí, por ejemplo, está la famosa talla con la mentira o la blasfemia, contra las malas lenguas y embustes que hacen tanto daño. ¿Alguien pensó que eran un invento de estos siglos? Pues no, ahí está, y en el Juicio Final se castiga así de duramente, arrancando la lengua.
¿Qué más da que te lleven al infierno, si la empanada que te estás comiendo está tierna, crujiente, con rica cebolla, atún, salsita y bien templada? Eso es lo que parece que debía pensar este glotón que aparece en el arco de la derecha. Para el imaginario de los gallegos, la primera representación de una empanada, comida con gusto pese a las amenazas del fuego eterno.
La verdad es que este arco de la derecha, el del Juicio Final, destinado a asustar a los pecadores o a los que aún no lo han sido -pero por si se les ocurre-, es una de las piezas más entretenidas por todo el morbo que tiene codearse con la maldad. Los tormentos de los condenados frente a la conducción al cielo de los bienaventurados -en el arco derecho- son verdaderas obras maestras que inspirarían hoy a los más grandes dibujantes de cómic. Ya estaba todo inventado en cuanto a la plasmación del mal. Los pecados capitales, las torturas, los dolores, la angustia... Cómo para equivocar el camino.
En los fondos del Juicio Final han sobrevivido también algunas policromías, como en esta donde un demonio -o similar animal fantástico- se traga la cabeza de un pecador. Durante siglos, el Pórtico permaneció abierto, expuesto al agua, el viento, la humedad y el salitre. Es un milagro que haya sobrevivido.
Tras pasar el rato bajo el Pórtico, cuando ya se ha dirigido el shock de tanta belleza e inteligencia para crear semejante composición, conviene no salir de ahí sin mirar a la espalda. Frente a las columnas de los apóstoles descubrirás a Esther o la Reina de Saba -no hay una conclusión definitiva- voluptuosa, hermosa aún. Pero un obispo ordenó rebajar sus pechos porque creía que ese era el motivo de la sonrisa del joven profeta Daniel.
La imagen de San Andrés es la única cabeza de mármol que hay en el Pórtico de la Gloria. Durante la restauración ha quedado claro, pues, que lo más seguro es que tanto Mateo como sus otros alumnos de su taller -el Obradoiro- quizá emplearon alguna imagen que ya existía antes en la iglesia o fue traída de las inmediaciones.