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Como decía Juan Gómez Soubrier en su libro Museo del Prado: Una visita enamorada, "hay tantas maneras de visitar El Prado como formas de vida,estados de ánimo o humores del cuerpo".
La figura de la pintora flamenca Clara Peeters despierta muchas intrigas ya que se sabe con poca exactitud datos de su vida y se habla de "activa desde 1607 a 1621" fue contemporánea de Jean Brueghel, el Viejo. Y si a ello le añadimos la rareza de encontrar, en esa época, una mujer ejerciendo profesionalmente su oficio de pintora saltándose las limitaciones existentes.
El director de cine belga Jacques Feyder recreo maravillosamente ese Flandes del siglo XVII en su pelicula La Kermesse Heroica, una comedia inolvidable, poniendo a "ellas" frente a la invasión de unos elegantes españoles.
Sabemos que ejerció en Amberes, ciudad importante en la que se desarrolló el género del bodegón, en un momento donde las industrias relacionadas con el lujo comenzaban a florecer, después de la rebelión contra el rey de España (Felipe II). Los Países bajos se dividieron en norte y sur. Al norte Holanda y al sur Flandes, unos protestantes otros católicos.
Pero en la mesa no había diferencias, antes que bodegón se usaban los términos banquetes o desayunos de manera intercambiable haciendo referencia a los alimentos dispuestos sobre una mesa. Es la elección de los objetos y su disposición la que nos informa de las costumbres y hábitos de las ricas élites flamencas.
La importancia de la comida no es exclusiva de nuestros días, fueron muchos los libros y dietarios publicados entre 1470 a 1650, con numerosas traducciones y reediciones. Ellos nos han permitido saber que había alimentos indignos como el pan de centeno frente al pan blanco o consejos nutricionales como que la carne no debía freirse, o modas como comer la fruta al principio de una comida o al final.
Se dejan atrás las ollas y los pantagruélicos asados medievales para dar a luz a la cocina moderna de la mano de Bartolomeo Scappi, cocinero de Pio V. Veneciano que sentó las bases en su tratado Del arte de cocinar, conocido como la 'Biblia del arte renacentista', donde se recogen las normas de servicio y presentación de las mesas palaciegas y los principios generales del arte culinario.
En ese tiempo en España tenemos los primeros recetarios de Domingo Hernández de Maceras (1607), Francisco Martínez Montiño (1611) y Diego Granado (1614), cocineros coetáneos de Cervantes.
Entre las especialidades de Clara Peeters encontramos la pintura de pescados tan importante en la dieta de aquellos días debido a regulaciones eclesiásticas, porque la carne estaba prohibida durante al menos seis semanas de Cuaresma, además de los viernes, los sábados y en algunos lugares los miércoles y otros días santos.
Recoge Alejandro Vergara en el catálogo la anécdota de un mayordomo del futuro Felipe II en su viaje por los Países Bajos en 1549, asombrado de ver a los peces de agua dulce conservados en barriles, y comenta que no eran tan sabrosos como los que se podían comer recién pescados, pero añadía "que era tan bonito ver llegar el pescado a la cocina saltando".
Las variedades que podemos contemplar en sus cuadros son más de río que de mar como carpas, lucios, gobios, anguilas, ostras, quisquillas, cangrejos de río y de mar y arenques en salazón. La comida principal era la del mediodía y consistía en dos o tres platos: el queso y la mantequilla se consumían al final como postre para "cerrar el estómago".
En estas mesas nos podemos encontrar quesos Gouda, producidos en Holanda del norte con leche de vaca; Edam, de un color verdoso producido por una hierba o planta con clorofila (perejil), añadida a la leche durante el proceso de fermentación. A veces coronaba estas montañas de queso con un platillo con mantequilla, llamada entonces 'manteca de Flandes'.
De España se importaba la sal, el vino, la verdura, frutos secos y frescos, naranjas, granadas, aceitunas, higos, uvas, almendras y a cambio nos enviaban tejidos, manufacturas en metal, queso, mantequilla, carne y pescado en salazón. Rinconete y cortadillo llevaban queso flamenco entre sus provisiones.
Un elemento sorprendente en sus cuadros es la manera de pintar las alcachofas, consideradas como afrodisíacas, partidas por la mitad mostrando su interior delicado y rosado. Aunque exóticas se sabe que se comían ya en Italia y se encontraban también en las cantinas de Amberes provenientes del norte de África a través de España.
Otro de los temas retratados es la caza y las aves, la cetrería era una actividad definitoria de una clase social, derecho exclusivo de la nobleza, considerado como un deporte. Nos encontramos en sus cuadros azores, gavilanes, becadas, estorninos, pinzones, un martín pescador con sus plumas rojas y azules o un halcón peregrino (valían como un castillo). La caza debía realizarse por ley con perros y aves, a esta manera se la llamaba "piel con piel y pluma con pluma".
Los invitados a una comida llevaban su propio cuchillo, en las casas importantes solo habían un par de ellos: uno trinchador porque saber trinchar era símbolo de buena cuna; en las clases populares, la navaja no podía faltar. Los tenedores se empezaron a utilizar más tarde y no eran de uso diario, se utilizaba la punta del cuchillo para pinchar el alimento y llevárselo a la boca o para coger un poco de sal.
Clara Peeters nos habla de un cuchillo especial, el cuchillo nupcial, con mango repujado y escenas bíblicas o alegóricas, que solia ser un regalo de bodas con el nombre de la novia y la fecha o un corazón en llamas. En él, Clara Peeters deja inscrito su nombre.
Como elementos suntuarios en esas mesas no podemos dejar de hablar de los platos y cuencos de porcelana de Kraak, donde presenta las exquisitas viandas. De color azul y blanco, tan holandesa, pero en realidad importada desde Indonesia (Bantam), donde los chinos comerciaban con ella.
Ni de las copas de vino de vidrio soplado a la manera veneciana aflautadas o en saleros de plata, resaltando así el valor de un producto caro y necesario o las copas roemer llamadas así "vidrio del bosque" por su color verdoso importadas de Alemania para beber los vinos blancos del Rhin. Las caracolas que deja sueltas sobre el mantel de Damasco recién abierto y almidonado y unos pétalos de rosa por aquí y una ramitas de romero por allá.
La precisión con la que pinta el pan dejando un agujerito en el centro para que escape el aire o el rastro de la cala del afinador en un Gouda o los hermosos pasteles contenedores de viandas dulces y saladas, de guisos de caza y frutas confitadas y las galletas de almendra y los palitos de azúcar y los Pretzel, esas roscas de pan que algunos nos traemos como recuerdo en imanes de nevera y alguno con forma de P, de Peeters, reafirmando así su paso firme por este frágil mundo por otra parte tan pequeño.
La exposición El arte de Clara Peeters estará hasta el próximo 19 de febrero en el Museo del Prado.