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Flanqueado por el barrio Gótico y el parque de la Ciutadella, con la brisa marina recorriendo sus calles, aunque desde aquí no se vea el mar, el Born se mantiene siempre atento a la última vanguardia e impregna con ella sus tiendas, sus restaurantes, sus galerías y hasta a sus vecinos, que se olvidan de la moda hipster para crear su propio estilo, el del Born.
Nos proponemos comprobarlo en persona y por eso iniciamos nuestro recorrido en uno de los lugares que más visita la vecindad, el mercado de Santa Caterina (a solo unos metros de la Catedral). Aunque su tejado ondulado y multicolor lo convierte en un imán para turistas, a diferencia de La Boquería, aquí todavía se mantiene el espíritu de mercado tradicional, aquí todavía se puede pasear y llenar la cesta tranquilo. Damos una vuelta y nos tomamos un desayuno en uno de los bares de su entorno, el Bar Blau, que de buena mañana sirve cappuccinos y a mediodía auténtica pizza italiana.
Tras saciar el apetito, emprendemos nuestro paseo hacia el Museo Picasso recorriendo la concurrida calle Montcada. Una calle estrecha que a cada paso nos transporta al pasado y presente de la ciudad. El pasado se esconde entre las piedras de su edificios, que nos sumergen en plena Edad Media, el presente llega de la mano de los miles de turistas que cada día toman el centro de Barcelona.
Así, entre tiendas de souvenirs y galerías de arte, llegamos al número 15 y una larga cola de visitantes, que se adentra en un patio repleto de arcos, nos anuncia que aquí está pasando algo grande. Es el museo Picasso, ocupa cinco palacetes y recoge más de 4.000 obras del artista, entre ellas sus primeros trabajos, los que anticipan los primeros trazos que dibujan el perfil de un futuro gran genio.
La calle Montcada nos lleva hasta uno de los templos más hermosos de la ciudad, la basílica de Santa María del Mar. A su alrededor, el bullicio de las tiendas con las marcas de ropa más reclamadas, las cafeterías y los bares que ahora sirven refrescos y por la noche gintonics. Nuestra vista se detiene en una peculiar plaza, el Fossar de les Moreres, donde una llama baila perpetua al ritmo del viento, es el homenaje de la ciudad a los caídos el 11 de septiembre de 1714 durante la Guerra de Sucesión. A solo unos metros de ella, una tienda para llevarnos un souvenir de los buenos, la Botifarrería, aquí encontramos butifarras para todos los gustos y colores.
Rodeados de los muchos Erasmus que han hecho del barrio su lugar predilecto, recorremos el Passeig del Born, con la vista puesta en uno de los últimos atractivos inaugurados aquí, el Centre de Cultura i Memòria. Se trata de la rehabilitación del antiguo mercado del Born, un impresionante edificio de hierro (el primero de esta material que se construyó en la ciudad) que conserva en su interior un curioso yacimiento arqueológico, los cientos de casas que se demolieron aquí en el año 1700. Más allá de ser un espacio de exposición y divulgación, su cafetería es ideal para tomar el aperitivo en un entorno único.
Llegado el mediodía, dónde reponer fuerzas es una decisión complicada porque aquí estaríamos en un continuo receso gastronómico. Podemos decantarnos por Ten’s, la propuesta de tapeo de Jordi Cruz (tres Soles Repsol), frente a la estación de França, donde es imprescindibles probar las patatas bravas con alioli espumoso. Y para hacer la digestión, un paseo hasta la plaza de Sant Agustí Vell, para descansar a la sombra de los árboles en una de sus terracitas.
¿Y a qué dedicamos la tarde? Podemos callejear sin rumbo por el barrio o llevar nuestros pasos hasta la calle Flassaders, donde antiguamente se aglutinaban los fabricantes de mantas de Barcelona. Son apenas tres metros de ancho por un kilómetro y medio de largo… con una de las mejores ofertas comerciales de la ciuda. Uno podría pensar que se trata de esas calles que un turista no debería visitar de noche pero, lejos de eso, esta calle es sencillamente encantadora. A cada paso, un alto en el camino: la pastelería Hoffmann, con uno de los mejores cruasanes de España; el teatro-café La Seca Espai Brossa, con una agenda de actividades de lo más completa; el Almacén Marabi, donde doman a la fauna a base de fieltro y agujas de coser; o Manuel Dreesmann, una tienda de bolsos y accesorias de cuero que hacen a mano en su taller.
Con la vista cansada tras tanto escaparate buscamos un refugio en la barra de Tapeo Born, de nuevo en la calle Montcada. No hay cansancio que se resista a unos canelones de butifarra con setas o unos huevos trufados con foie y setas de Daniel Rueda. Cocina de autor en plato pequeño, sabor en vena. Como hemos recuperado fuerzas y la noche es joven, nos tomamos la última en el Disset Graus donde igual podemos tomar el último gintonic de moda como una copa de vino, en su bodega tienen más de 60 referencias. Brindamos por habernos contagiado de la magia del Born, brindamos por volver a este rincón con estilo propio en la Ciudad Condal.