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Son las 10 de la mañana. Una veintena de personas se agrupa en torno a Camino, la responsable de las bodegas PradoRey (Burgos) que guiará al grupo. La mayoría de asistentes son urbanitas y nunca antes han hecho esto. Y es que, según la Asociación Española de Ciudades del Vino, el enoturismo crece cada año en nuestro país, concentrándose sobre todo en fines de semana y puentes.
Los que llegan hasta estas bodegas en Aranda de Duero (Burgos) no son grandes entendidos del vino sino más bien aficionados que se sienten atraídos por visitar los viñedos, hacer degustaciones y disfrutar de la gastronomía de la zona. "Son visitantes que buscan un buen plan para un día especial", nos confirma Tamara, la responsable de enoturismo de la compañía bodeguera. "El 70 % de la gente que viene aquí nunca ha pisado una bodega. Los profesionales vienen entre semana", asegura.
También hay gente que le gusta y repite. Como un matrimonio de Valencia que ya estuvo en agosto y ahora ha traído a sus amigos de Gales. "Cuando vinimos en verano no era temporada de vendimia, pero lo pasamos de maravilla visitando la bodega y hemos querido volver para traer a nuestros amigos porque allí no hay nada parecido. Ellos son más de sidra".
"A los amigos nunca se les invita a vendimiar", avisa Camino con humor, "porque no es de buen amigo". La vendimia real es muy dura. Son jornadas enteras bajo el sol, en posturas incómodas con las que acaba doliendo la espalda y los riñones. Además, en la época de nuestros abuelos, para llegar a la viña había que andar mucho desde el pueblo. Nada que ver con la actividad de hoy, dedicada no a sudar sino a disfrutar.
Empieza la jornada para los adultos, con una suave caminata de seis kilómetros por los viñedos más grandes del norte de España y con un poco de historia para ambientarnos. Estamos en una finca conocida como 'Real Sitio de Ventosilla', en la ribera del Duero, a 10 kilómetros de Aranda, ciudad famosa por sus bodegas subterráneas.
Los terrenos que pisamos han producido vino desde la época de los romanos, que lo utilizaban para abastecer a sus tropas. Pertenecieron en su día a la reina Isabel la Católica y casi un siglo más tarde, el duque de Lerma construyó un Palacio Real que disfrutó Felipe III. De hecho, el nombre de la bodega viene de un pago que se llama Prado del Rey, porque está documentado que ahí cazaba el monarca. En este palacio se puede dormir hoy en día, ya que ha sido reconvertido en una posada rural con 18 habitaciones.
Durante el camino aprendemos que, curiosamente, "la mejor uva sale de la peor tierra". Y a pie de viña probamos ese vino en el típico almuerzo; no en bota, como se hacía antiguamente, sino en vaso y con un poquito de queso y embutido. Después de este ritual, empieza (ahora sí con niños incluidos) la vendimia. Nos reparten guantes y batas blancas para evitar que nos manchemos, tijeras para los adultos y unos cestos grandes que tenemos que llenar con uvas seleccionadas. Aprendemos a cortar bien los racimos y a deshechar los que no estén en óptimas condiciones.
Hay gente de todas las edades y varias familias con niños e incluso, con carritos. Julia es la más pequeña de las vendimiadoras ocasionales de la jornada. A sus ocho meses mira hipnotizada cómo su hermana Carmen recoge las uvas con su padre, el verdadero vendimiador del grupo que se ha tomado en serio la tarea. Pero son los niños de más edad los que mejor se lo pasan. Juegan sin juguetes: encontrando el racimo más grande y divirtiéndose con algo tan simple como llevarlo al cubo.
Los adultos también disfrutan rodeados de viñedos infinitos. Buscando, cortando, seleccionando... comentando la tarea con el amigo o la pareja. Es realmente fácil olvidarse de todo en este momento... si no fuera porque los gritos de mi hijo me devuelven a la realidad: "Ya tengo el cubo lleno", anuncia feliz, como si le fuesen a dar un premio.
Y el premio llega en forma de pisada. Hay que lavarse los pies para prensar la uva recolectada. Los niños, reticentes al principio, acaban saltando en los barriles y salpicándose de motas violetas. Los mayores bailan agarrados sobre la fruta. Poco a poco va saliendo un mosto que se puede degustar en el momento. Es la fiesta del vino. Y si los romanos decían que el vino había que disfrutarlo con los cinco sentidos, a nosotros ya solo nos queda brindar. ¡Por vosotros!