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Belleza cautivadora
Situado a menos de 10 km de San Sebastián, al noreste del Territorio Histórico de Guipúzcoa, Lezo es el pueblo más pequeño y alejado de la comarca de Oarsoaldea. Pero sus reducidas dimensiones no le privan de tener una belleza cautivadora, admirada por el mismísimo Víctor Hugo. El casco antiguo despide un aroma medieval sujeto en dos pilares: suelo adoquinado y edificaciones con fachadas llenas de ventanales de madera y balcones con flores. Entre este bonito marco destacan las casas solariegas del siglo XVI. En lo referente a monumentos, el Cristo Imberbe es el personaje más conocido de la población porque es uno de las tres únicas estatuas de un crucificado barbilampiño de toda Europa. Está en la Basílica del Santo Cristo, a un paso de la no menos importante iglesia de San Juan Bautista. Las dos poseen ese aire sobrio y majestuoso de los templos vascos.
Lezo asimismo posee una luz de tonos cálidos que dota a este pueblo de tradición marinera de un ambiente único. Ambiente al que se une a su exuberante naturaleza, sirva de ejemplo la cumbre del monte Jaizkibel, que se ve desde casi todas las calles del pueblo y que al recorrerlo ofrece la sugerente bipolaridad de la dureza de los acantilados de piedra ganados por el verde lima y la dulzura del azul vaporeo del Cantábrico, todo ello en rutas como la que llega a Hondarribia o la que va desde Xoxolurra a Alarguntza. Ambas llevan hacia una serie de interesantes restos prehistóricos, caseríos y torreones de las Guerras Carlistas. Aparte, como buen territorio vasco, Lezo goza en su zona rural de una excelente red de bares, sidrerías, restaurantes y baserris (caseríos) restaurados para ofrecer lo mejor de una gastronomía famosa por sus marmitakos, pintxos o bacalao al pilpil.