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Basta cruzar el vestíbulo del 'Hotel España' para darse cuenta de lo especial que es este lugar. No por sus lujos, ni por estar a pocos pasos de La Rambla, del Mercado de la Boquería o del Gran Teatro del Liceu. Lo que realmente te atrapa es el esplendor modernista que respiran sus diferentes espacios, convirtiéndolo en una auténtica obra de arte incluida en muchas visitas turísticas de la ciudad que se acercan al barrio del Raval. El plus es poder venir aquí a dormir o a cenar, no sólo a mirar.
Una columna de mármol sostiene una llamativa lámpara de latón con dos leones de diseño heráldico. Unos pasos más, frente al piano, se exhibe un pergamino enmarcado con un premio concedido por el Ayuntamiento de Barcelona en 1904, que atestigua el valor arquitectónico que entonces ya tenía este alojamiento. Comenzó a alojar huéspedes como 'Fonda España' en 1859, aunque su auténtica fama llegó en 1903 con la reforma del reputado arquitecto Lluís Domènech i Montaner -autor también del Palau de la Música o la Casa Lleó i Morera, entre otros-, apareciendo incluso en las guías de viajes extranjeros.
Cruzando el patio, llegamos al Salón de las Sirenas, sin duda el mejor decorado para tomarse el primer café de la mañana. Las paredes te zambullen directamente en un mundo de fantasía bajo el agua, con sirenas de dos colas, olas en relieve, conchas y otros motivos marinos. Todo el esgrafiado es obra del pintor Ramón Casas, que se inspiró en la famosa “Gran ola de Kanagawa” de Katsushika Hokusa para dibujar una cenefa superior que conecta con la superficie.
La luz natural envuelve el espacio gracias a una gran claraboya artesanada. Da la sensación de estar en una pecera, nombre original de este singular salón. En la pared, un entramado de madera con percheros protege una bella cerámica vidriada blanca y azul con escudos de antiguos señoríos de la aristocracia española, procedentes de la fábrica Cristòfol Guillamont de Alcora.
Con la última reforma de 2011, se añadieron al salón unas lámparas doradas que emulan unas elegantes burbujas flotantes, las mismas que encontramos en el Patio de las Monjas -justo encima-, una zona más moderna que toma ese nombre por un antiguo convento que había junto a este alojamiento de 4 estrellas.
Las 83 habitaciones del hotel, decoradas con estilo contemporáneo por la interiorista Mercè Borrell, nos devuelven al siglo XXI. Repartidas en cinco plantas, y con unas dimensiones que oscilan entre los 16 y 30 m2, son estancias cómodas y funcionales. Muchas de ellas se asoman al gigantesco jardín vertical que pone el toque verde al entorno urbanita barcelonés. Tres de ellas cuentan con su terraza privada para disfrutar de las azoteas de la ciudad, y su única suite, con 76 m2 y una espléndida bañera, es la joya moderna con la que todos sueñan.
Salir de la habitación es volver a cruzar la línea del tiempo, sobre todo si optas por dejar el ascensor y descubrir su escalera, en cuyo suelo se conservan varios mosaicos romanos originales protegidos por cristales. Según subes o bajas sus escalones, podrás ver en perspectiva el patio interior que hay junto al vestíbulo, con sus delicados esgrafiados que aluden a la naturaleza y los mensajes de buenos augurios dirigidos a los huéspedes.
El sueño modernista que proyectó Lluís Domènech i Montaner continúa en los espacios dedicados hoy al restaurante del hotel: 'Fonda España'. El salón principal es digno de postal, con sus muebles antiguos, su artesonado de madera, sus mosaicos en paredes y techos, sus hermosas lámparas de época y sus zócalos terminados con trabajados colgadores de motivos vegetales. Cada detalle es digno de atención.
Al otro lado se encuentra el Bar Arnau, proyectado primero como sala de lectura y tertulias, después como bar y, desde la pandemia, como segundo salón del restaurante ofreciendo un espacio más íntimo que el principal. Su mayor reclamo es la fastuosa chimenea de alabastro de 5 metros de alto que preside la sala. Obra de Eusebi Arnau, la escultura es toda una oda a la familia y a las edades del hombre, integrada a la perfección con la decoración sobria del espacio.
Ya en los fogones, el chef Germán Espinosa lleva siete años ejecutando con maestría los platos ideados por Martín Berasategui y poniendo a la altura del espacio una cocina con mirada contemporánea que bebe de la tradición. Destacan snacks como el salmorejo emulsionado con tartar de atún -o de vieiras- con huevas de trucha, aceite de gamba y brotes frescos; o el pequeño tartar de calamar sobre crujiente de arroz y holandesa de tomillo.
Bocados coloridos, delicados y divertidos a los que se suman el mejillón en escabeche presentado sobre una tosta crujiente; o la coca de recapte, una focaccia escalibada con sardinas que Germán transforma en un pan de pimentón con sardina ahumada y gelatina de escalibada. Todo para comer con los dedos.
En la barra que separa los dos salones, terminan el cremoso de Idiazábal, duxelle de champiñones y champiñón laminado. Acompaña un caldo concentrado de setas, tomillo y lima kaffir. El siguiente pase es un salpicón de marisco con pan de panacota de berberecho, pil pil de frutas de la pasión y cuajo de agua de tomate.
Los raviolis de gamba roja de Palamós son uno de los hits de la carta cuyos ingredientes cambian según la temporada. En verano, lo acompañan con gazpacho de pimiento verde y botarga; en otoño, con salsa de setas, aire de trompetas de la muerte y emulsión de rábano raiford. Productos que adquieren cada día en el cercano Mercado de la Boquería.
Se nota que en los postres son chocolateros: triunfan el mousse de chocolate blanco relleno de frutas de la pasión, esferificaciones de menta, sorbete de fruta de la pasión y espuma de ginebra cítrica con piña; y el ganache de chocolate negro, salsa de naranja y tomillo, brownie de nueces caramelizadas y espuma de Cointreau. Para terminar, y si el tiempo acompaña, puedes tomarte un rico cóctel en la Terraza Alaire Ramblas del hotel.