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El enamoramiento súbito que impulsó a Francisco hace 40 años a comprar en el acto ese pedazo de tierra tan especial, es el mismo que experimenta cualquiera al llegar a 'Entre os Ríos'. "Mi padre había venido a comprar vino a granel con un amigo y bajó dando un paseo hasta el río, lo cruzó por las piedras y allí estaba la casa. Al volver, mi madre le preguntó si traía el vino y él respondió: no, pero he comprado una isla. Yo me imaginaba como Huckleberry Finn", cuenta José Crusat volviendo a esos momentos.
Allí, los tres hijos de la maestra Mª Teresa González Sarasquete y del abogado y alto funcionario, Francisco Crusat –que se habían criado en Canarias con toda la libertad del mundo– podían reproducir esa vida salvaje en medio de una naturaleza turbadora. Entonces había que atravesar un túnel de maleza, alumbrarse con velas y acceder vadeando el río por las piedras, pues todavía no existía el puente que construyeron ellos mismos y del que cuelgan ahora racimos de palomino.
Hoy, el confort más cariñoso reina en la antigua casa de molinero cargada de personalidad, a lo que contribuye la colección de arte moderno gallego que luce en las habitaciones, el jardín y las zonas comunes. "Fui un mal artista pero un gran admirador del arte. Poco a poco adquirí obras a amigos y a artistas locales. Aquí solo hay una pequeña parte, el resto está almacenado. Tengo esculturas de Francisco Pazos, Ángeles Valladares, Álvaro de la Vega y hasta de Jazeh Tabatabai –en otro lugar– y obras de Laxeiro, Cabezas, Rafael Alonso, Antonio Mir o Eugenio Peña, entre otros", relata orgulloso Francisco. En la de la bisabuela hay tres, junto con un lavabo de porcelana inglesa del siglo XIX.
Es verano aún y los anfitriones charlan con una pareja que ha llegado desde Cataluña para conocer mejor los vinos que elaboran. Probaron el KomoKabras y pretenden llenar el maletero del coche, aunque se tendrán que conformar con lo que queda porque está casi todo vendido. Y es que en este peculiar lugar, se hace vino con mucho sentido y sensibilidad. "Tanto mi padre como yo queremos hacer vinos que se identifiquen con la tierra y el entorno", explica José sobre los viñedos de albariño procedentes de antiguas cepas del Convento de la Merced, de principios de 1800. Su padre comenzó a hacer vino en 2004 y él, diez años más tarde. "Empecé a hacer pruebas, locuras, cosas que no hacíamos y surgió Komokabras".
El 70 % de la uva es propia y el otro 30 % se les compra a los mismos viticultores desde hace diez años. Unos racimos que en esta zona son más pequeños y más prietos y procuran menor rendimiento, entre 8.000 o 9.000 kilos por hectárea. Por algo tienen una IGP (Indicación Geográfica Protegida) propia: Barbanza-Iria. Las viñas están casi a punto para recolectar, sin herbicidas ni insecticidas, con sus rosales en la cabecera para marcar enfermedades. Aquí se practica una viticultura natural y artesanal para que el Atlántico estalle en boca.
"Con los mismos vinos hacemos cosas distintas. La diferencia está en las decisiones de bodega. Un desfangado de cuatro días. Mes y medio o dos de fermentación natural sin levaduras, a bajas temperaturas, y luego decides, quiero que haga maloláctica o no. A este le voy a trabajar la lía y al otro no. Suavizas la acidez. Nuestros vinos no tienen un perfil super aromático", explica José mientras probamos directamente de los depósitos.
Entre los vinos de Francisco, el padre, Altares de Postmarcos es el que más destaca. Es un vino de guarda, untuoso y potente, con una acidez controlada, de crianza sobre lías. Tiene 94 puntos en la Guía Peñín. El Vulpes, vulpes representa el esfuerzo por recuperar la uva albarín o raposo que se estaba perdiendo por su escaso rendimiento, 5.000 l. por ha.
Las locuras del hijo, José, han puesto la bodega familiar en el punto de mira de la modernidad. El Komokabras ha entrado a saco en jóvenes bares de vinos, donde se buscan botellas con sello personal. "Hay siete Komokabras. En el de 2014 lo metí en barrica buscando periodos pequeños de oxidación, hice lo contrario de lo que dicen los libros. En 2015 busqué un chute sulfuroso, crianza larga en barrica 10 meses. Quería acidez y frescura, que entrara hasta el fondo. El Komokabras verde era un 2014 pero me lo guardé tiempo, salió en el 16. Tenía un depósito con fermentación maloláctica sobre lías y otro depósito más fresco, con acidez, Y los junté".
En 2016 probó con el Komokabras naranja. Solo 300 botellas, fermentación con pieles en tinaja y crianza de 10 meses. Después se embarcó en un espumoso degollado, porque si no estaba turbio, de cinco meses sobre lías. El Komokabras rojo es un caiño fermentado fuera de la bodega. Y el Komokabras rosado usa mencía de Xuño. Solo con pasar una tarde con José, comprendes su capacidad y pasión para poner en marcha todas sus ideas.
La hiperactividad del vástago contrasta con la tranquilidad de sus padres. Tanto Mª Teresa como Francisco saben que la gente viene a desconectar a un entorno que se presta a cambiar de registro nada más llegar. El agua fluye pizpireta jugando a saltar las piedras que dan nombre al río, con una musicalidad relajante. Los desayunos ricos en el lareiro, con huevos, fruta, pan gallego recién horneado y con mermeladas caseras y quesos de la zona, las charlas alrededor de la mesa de piedra, bajo el emparrado o la visita a la bodega, evidencian una atención que excede lo habitual.
En las habitaciones, cada una diferente, licor de hierbas y café, que los dueños acompañan con un libro de regalo para que se acuerden cada vez que lo vean. Los tres perros, que con sus alegres ladridos reciben al llegar, te siguen en la despedida. Hasta Kaira, Bebé y Golden muestran su educada hospitalidad hasta el final.