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La Plaça, la masía y el restaurante que regentan Jaume Vidal y su mujer, Asunta Puig, alargan esa sensación de pasado, mezclada con la de sosiego que transmite su casa, la de todos, con las once habitaciones que ofrece la antigua casona, datada entre finales del siglo XII e inicios del XIII.
"La masía estaba dividida en dos, no como se ve ahora. Durante la Guerra Civil fue colegio y cárcel, todo cabía en un lugar tan grande. Tenía dos hornos de pan, uno para los dueños de la casa y otro para los empleados. En Madremanya había media docena de casas muy grandes". Sentado en una mesa del comedor, bajo los poderosos arcos que dan muestra de lo importante que fue la masía y sus dueños –en el Empordà se dedicaban sobre todo al grano– Jaume cuenta cómo llegaron a hacerse con toda la vivienda.
"Yo soy autodidacta en esto de la restauración. En realidad, soy maestro. Pero nunca ejercí, empezó la mili, los papeles. Ya empezaba el desarrollo del turismo a finales de los 80 y mi mujer es de Madremanya. Yo de Palamós. Nos vinimos y comencé trabajando en La Rivera –Serrat estaba entre los accionistas– pero en casa todos sabemos cocinar. Mi abuela, mi madre, mi mujer... así que abrimos el restaurante en la planta baja, donde estamos".
En la actualidad, el restaurante lo lleva el chef Vicenç Fajardo, uno de los más reputados del Empordà, que saltó los tabiques de sus cocinas ya en 'Can Pipes'. Fajardo, crecido en Australia, es capaz de mezclar toda la historia de la cocina ampurdanesa con sabores menos conocidos, pero sin perder de vista el producto.
Con Fajardo en la cocina y Mónica Ferre como jefa de sala, Jaume Vidal y Asunta se dedican a mimar a sus clientes en el detalle. "Dicen que esto es una mezcla de la Toscana y La Provenza, yo creo que es tres cosas a la vez: la Toscana, La Provenza y el Empordà, sobre todo el Empordà. A 20 kilómetros de las calas de la Costa Brava, aún hay pueblos como este, Monells o San Martí Vell, en donde se puede vivir y soñar con esta vida", cuenta Jaime, mientras encamina sus pasos hacía el huerto.
Un huerto donde "ahora solo sembramos unos tomates, algunas aromáticas y verduras para nosotros. Para la cocina no daríamos abasto. En verano hay lista de espera para cenar en la terraza". Su tono no está exento de orgullo, al tiempo que abre la cancela que da paso a la zona de la piscina, una preciosa alberca con el tamaño suficiente para quedarse en 'La Plaça' cualquier día de sol, cuando la pereza por el gentío en la costa le invada a uno.
Amuebladas con calidez, buenas vistas y ¡hasta lámparas a los lados de los cabeceros para poder leer!, en esas habitaciones se puede resistir cualquier asedio, dure menos de un año como el último de los bonapartistas a la capital o como el del imperio carolingio. Los muebles, una mezcla de estilo antiguo –en algunos cuartos se han recuperado los magníficos armarios roperos y las viejas cómodas bien restauradas–, mezclados con los cabeceros modernos, con frases en la pared o diseño del siglo XXI, y la pulcritud del lugar en todos los rincones, logran el objetivo de cualquier buen alojamiento: no echar de menos tu casa.
Los bosques de los alrededores, donde crecen el pino blanco, el almendro y las viñas –cada vez menos– junto al alcornoque y la encina, invitan a dar un paseo por los alrededores. Los árboles son importantes en la masía, tanto que cada una de las habitaciones "lleva el nombre del árbol que más se ve desde ella", reconoce Jaume, a quien le gusta organizar marchas y paseos por los pueblos pequeños de los alrededores, que no salen en las guías.
Para quienes no les importa compartir compañía –nunca multitudes–, pueblos como Púbol –el castillo que Dalí compró para Gala– Monells o Sant Martí de Vell, están intactos prácticamente y merecen una visita, lo mismo que el Santuario de los Angels.
En cuanto a las compras, a 10 kilómetros está La Bisbal, la capital del Baix Empordà, donde se pueden comprar las clásicas y modernas cerámicas de la zona. Cada tienda es un espectáculo de colorido y, aunque se repiten, basta con dedicarle un rato a unas cuantas para encontrar cosas ligeramente diferentes. No solo en barro, porcelana y con los clásicos colores vivos de antaño, sino con diseños renovados. También hay un par de pastelerías dignas de tener en cuenta.
De vuelta a la habitación en 'La Plaça', queda claro que si los habitantes de Madremanya resistieron en la iglesia fortaleza esperando a los franceses, los viajeros de estos días podrán hacerlo con menos mérito en sus cuartos.
HOTEL LA PLAÇA - C/ Sant Esteve, 17. Madremanya, Girona. Tel. 972 49 04 87.