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Benvinguts a la ciudad Condal. Si has llegado en AVE o en autobús a la estación de Sants posiblemente tardes poco en llegar a un barrio más céntrico, próximo a los atractivos turísticos y con más opciones de alojamiento y restauración. Pues quizás te estás equivocando. Es cierto que los alrededores de la estación de Sants no van a acumularte centenares de corazones en Instagram pero si quieres marcarte un tanto, o mejor dicho, colgarte una medalla, no puedes perderte la "carrera" de la calle Vallespir. 500 metros lisos de felicidad gastronómica desde la Plaza del Centre hasta la Plaza Joan Peiró (una de las salidas de la estación). Que no te engañe la corta distancia, esto es un auténtico maratón con muchas paradas para avituallamientos.
Que este tramo de Vallespir concentre tantas buenas vermuterías es, en gran parte, mérito del 'Bar-Bodega Bartolí', el establecimiento con más solera de la calle, que abrió sus puertas en 1939. El barrio ha cambiado mucho desde entonces, pero no el interior del local, que continúa espantando a los vástagos del conde Drácula con ristras de ajos colgando del techo. Si no fuera por este detalle, las sospechas recaerían sobre Albert que, desde la barra, recibe a la clientela desde hace una eternidad. "Estas luces fluorescentes me han visto más que la luz del sol", nos confiesa.
Y es que él y su familia se han dejado en este bar la piel e incluso la voz, "estoy operado de un pólipo en el cuello, de cantar los platos". Una tradición a la que no renuncian porque "no se pueden tener cartas ya que los platos van cambiando mucho". En lugar de la carta, un menú del día de 15 primeros y 20 segundos de cocina tradicional catalana que la señora Marina empieza a preparar a las 6 de la mañana desde hace más de 50 años y que no pasa de moda pese a la apertura de nuevos establecimientos. "Que abran lugares que funcionan como 'La Mundana', para nosotros de coña, Marc viene mucho a comer aquí y es un concepto diferente".
"Si me tuviese que quedar con un sitio de Vallespir te diría el 'Bartolí', voy bastante, y también al 'Celler de Gelida' son los más emblemáticos", replica Marc Martín que, junto a Alain Guiard, gestiona dos locales en esta calle: 'La Mundana' (Recomendado por Guía Repsol) y 'Santa Burg' (Vallespir, 51).
En este último empezaron allá por 2011 como hamburguesería gourmet, pero solo era el calentamiento. "Empezamos a experimentar y teníamos tantas ganas de cocinar que ya no empezaba a encajar lo que hacíamos con el concepto de hamburguesería y por eso decidimos abrir 'La Mundana'”.
Aquí sí que echaron el resto: pusieron una brasa japonesa, se hicieron con una caja de madera de castaño para ahumar y crearon una carta que empezó como vermutería clásica. Así, ha terminado derivando en un gastrobar de fusión mediterránea-francesa-asiática.
La cocina a la vista permite observar cómo se preparan platos como los 3 intocables: las bravas, el arroz de cap i pota y los calamares. Pero que no confundan estos nombres típicos, porque detrás de ellos hay elaboraciones que están muy lejos de ser mundanas. El alioli ahumado, lima rallada, mayonesa de kimchi o salsa teriyaki aportan el factor sorpresa a las recetas. Pero para platos imprevistos, los que se encuentran fuera de carta, porque aquí disfrutan compitiendo con productos de temporada y superándose a sí mismos.
Y aunque de la vermutería al uso cada vez quedan menos rasgos, hay algo a lo que no quieren renunciar: "Yo soy muy fan de los vermús, puede ser también porque no me guste la cerveza, entonces hago lo que a mí me gusta y por eso tenemos una carta de 16 vermús". Y, poco a poco, también han ido creando una carta de vinos donde predominan los naturales, ecológicos o biodinámicos. Nadie prometió nunca que el comensal saldría derecho, pero sí satisfecho, y esta posición de líderes en la calle les permite preocuparse poco por la proliferación de otras vermuterías: "Cuantos más locales haya alrededor nuestro mejor, la gente llama a más gente".
Con intención de seguirle el ritmo a 'La Mundana', nació el 2017, 'La Europea' (Vallespir, 96), que, además de las propuestas habituales vermuteras, ofrece una amplia selección de cervezas artesanales y también otros platos como shakshuka (huevos al estilo hebreo) o salmón a la escandinava.
En frente, haciendo esquina con la calle Melcior de Palau, se puede coger fuerzas en 'Trencalòs' (Melcior de Palau, 111), una vermutería que reivindica el embutido catalán y saca a relucir una gran variedad de quesos con medalla en competiciones internacionales. Y si se busca algo más informal y trasnochado, cerca de la línea de meta puedes parar en el 'Bar Kwai' (Vallespir, 18) que, con el letrero de vermuts, copes y rock'n'roll, deja claro que debes acercarte si te va la marcha (y no precisamente atlética).
De títulos y reconocimientos va sobrado Toni Falgueras, cuarta generación del 'Celler de Gelida', cuyo nacimiento tuvo lugar dentro de la actual tienda de vinos y licores, y cuya pasión y negocio han heredado Ferran y Meritxell. "Mis hijos se han aficionado porque íbamos de vacaciones donde había vino, ron o algo que aprender y con esto hemos visitado casi 75 países", cuenta.
Casi la totalidad de la geografía vinícola mundial está representada en esta bodega, que cuenta con más de 100 añadas de vinos con ejemplares que alcanzan los 4.000 euros pero también un popular vino de bota a 2,60 euros el litro. Pero no todo es vino, "tenemos 125 destilerías diferentes de whisky de malta, hay poca gente que tenga eso y ediciones especiales como el Jack Daniels de Frank Sinatra".
A su manera, Toni ha ido acumulando tal volumen de vinos, cavas y licores (aproximadamente 4.000 productos) que ha tenido que comprar el edificio de enfrente, con una sala para realizar catas y actos en la primera planta y un subterráneo con centenares de cajas por destapar y recuerdos de otras épocas. "Me dieron un premio en la primera muestra de vinos de Cataluña", alardea este corredor de fondo, "he visitado más de mil bodegas, nunca me ha hecho daño el vino, estoy fantástico del hígado".
Un verdadero campeón que no vende nada que no le convenza, porque sabe que ser honesto es clave para llegar a la cima, desde donde ahora puede relajarse y hacer sus experimentos: "el vino casero me queda bien pero ahora que tengo más tiempo hago ratafía o licor de cereza, el otro día fuimos a buscar 50 tipos de hierbas para probar". Y lo hace en esta antigua carpintería que aún conserva la nevera de hielo, el primer televisor y el reloj de la casa de los abuelos. Guiños a un pasado que ya no volverá a este negocio cambiante que se ha tenido que adaptar a los tiempos, "hay casi más trabajo en el despacho que en la tienda, nos compran mucho de países asiáticos, y no piden botellas, ni cajas, sino palés".
Aún así, Toni no abandona el cara a cara y sigue explicando al cliente los tipos de uva, ofreciendo talleres exprés de distinción de whiskies, o simplemente conversa un rato para repartir juego en esta calle que siente como suya. "Ojalá nos vinieran 10 Mundanas. A veces viene Serrat camuflado con una gorra y me dice: 'vamos a hacer unas anchoas y nos vamos al 'Bartolí''. Ah, y el etíope también lo hace muy bien".
Abraham y su familia habían superado una verdadera carrera de obstáculos cuando llegaron a Barcelona hace 18 años refugiándose de la guerra en su país. Pero no les flaquearon las fuerzas y fueron ágiles abriendo el segundo restaurante etíope de Barcelona, el 'Addis Abeba', porque "la comida etíope es buena y siempre ha funcionado en cualquier parte del mundo". Sus costumbres aún no eran muy conocidas aquí y el barrio de Sants era ideal para darlas a conocer: "no solamente quisimos traer la comida, también la forma de comer. Aquí tienes que ponerte de acuerdo porque traemos toda la comida junta, se comparte y se come con las manos".
El momento de la comida es en 'Addis Abeba' todo un ritual que empieza con la complicidad de los once empleados –"algunos son mis hermanos de sangre y otros de corazón"– y continúa con una bandeja en la que los comensales agarran un trozo del pan etíope, injera, para atrapar con él alguna de las delicias compartidas.
La carta no es muy larga porque "es mejor tener pocas cosas y que estén frescas y hechas al momento"; las legumbres y verduras son esenciales en su gastronomía y de hecho, muchas familias vienen con niños porque es el único lugar en el que se deleitan comiendo verde. Gran parte del secreto reside en las especias, por ejemplo, cocinan mucho con berbere. "Es una mezcla de 27 especias que nos prepara la familia en Etiopía y nos vamos trayendo", explican.
Pero no es lo único que importan del país africano, también la cerveza, la St. George; las mesas de mimbre que parecen canastas o los pequeños taburetes redondos con tres robustas patas de madera. No falta detalle, y si faltara, lo remediaría el padre de familia, de avanzada edad, que aparece a veces ofreciendo ayuda a sus hijos o trayendo algún utensilio nuevo. Es de lo más genuino que puedes encontrar entre los restaurantes de comida internacional de Barcelona, aunque reconocen que han adaptado algunos aspectos al gusto local: "el concepto postre no existe para nosotros pero no podemos decir que no hacemos postres". Así que puestos a hacerlo, mejor dejar bien alto el listón: su tarta de queso, de zanahoria o el brownie están para chuparse los dedos. ¿Quién necesita cubiertos así?
La comida africana no es la única de otro continente que podemos descubrir en esta multicultural calle, de hecho Abraham nos señala a sus vecinos de la 'Taberna Maido' (Vallespir, 19). "Compartimos muchos clientes, es un japonés un poco diferente, no se basa en el sushi, hace una sopa miso buenísima y tienen sake auténtico". Pero hay más establecimientos asiáticos que merecen un alto en el camino, también abrió 'Enjyu' (Vallespir, 28) en 2016 con comida tradicional nipona de calidad a precios razonables. Y podríamos seguir, pero a estas alturas estamos reventados y sí, son solamente 500 metros pero... ¿a que ya no puedes más?