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A esta hora de la mañana todavía no han puesto ni las calles. Más que madrugón, se podría decir que es trasnocho, a la vista de la soledad y oscuridad con la que nos recibe la avenida por la que se accede al puerto del Grau de Castelló. "Bienvenidos al Paraíso", saluda Pedro con tono lozano –a él eso de levantarse a las 3.30 horas de la mañana ya no le afecta– a los pies de su barco, bautizado con ese exótico nombre. Rápidamente el marinero quita heroicidad al gesto de abandonar tan pronto las sábanas: en la mano lleva una bolsa con pan, cruasanes y magdalenas recién horneados en la panadería del barrio: "¡Esos sí que madrugan!". Será cuestión de consolarse...
En la cubierta de la embarcación, la tripulación prepara las maniobras para zarpar. Por segundo día consecutivo, toca poner rumbo a los caladeros del sur que se despliegan frente a las costas de Valencia. El primer lunes de junio se levantó la veda de dos meses y esperan contar con una buena jornada como la de ayer en la captura de langostinos, quisquillas y cigalas.
Pedro toma el timón en el puesto de mando de 'El Paraíso', donde no falta el pequeño altar a la virgen del Carmen, mientras su hermano Lorenzo mete las coordenadas de navegación en el radar. Son la cuarta generación de marineros de la familia Guzmán. "Empezaron en Peñíscola, después bajaron a Burriana y, finalmente, acabamos en el puerto del Grau", en Castellón de la Plana, que vive sus horas más bajas. "Hace una década éramos unos 26 barcos de arrastre (bou, en valenciano), de los que apenas quedamos la mitad; lo mismo que ha ocurrido con las trailleras (trasmall), que recogen sardinas y boquerones por la noche", señala mientras nos cruzamos con alguna de estas embarcaciones que regresa a puerto a falta de unas cuantas horas para que despunte el sol.
Los hermanos reconocen que ahora "no se faena con la dureza de nuestros antepasados, pero del mar no se gana mucho dinero y el que puede, huye como de la peste de este oficio". No hay relevo generacional, y los Guzmán son un ejemplo. Ellos trabajan desde hace muchos años con la misma tripulación formada por Enrique, Pablo, Paco y Javier, que descansan en el pequeño camarote que hace de cocina-comedor o echan un cigarrillo en la cubierta durante estas horas de navegación al caladero.
Son una pequeña familia que comparte un espacio de 28 metros de eslora y 7,6 metros de manga. Muchas horas juntos, en algunas ocasiones "pasándolas canutas" –cuando el mar enseña su cara menos amable– o en jornadas interminables, "como aquella vez que pasamos 22 días parados en alta mar a la espera de que nos avisaran para arrastrar una jaula con atunes; las cartas perdieron hasta el dibujo de las partidas que jugamos", recuerda el capitán.
Desde hace dos años, algunos días de faena les acompañan turistas. 'El Paraíso' es, junto a otro barco de Vinaroz, el único que ofrece la actividad de pesca-turismo en la provincia de Castellón. "Es verdad que está muy enfocado a personas que se sienten muy atraídas por el mar y este oficio; no hacemos las salidas ex profeso, por lo que deben hacerse de lunes a viernes, ajustándose a nuestros horarios, destinos y a las posibles inclemencias del tiempo", aclara Lorenzo. Verano y Semana Santa suelen ser sus fechas top –el primer año embarcaron a medio centenar de pescadores ocasionales–, "aunque en invierno, como pilles un buen día, el Mediterráneo está como una piscina", añade ante las primeras quejas del vaivén que nos acompaña ya hace rato.
A las dos horas de zarpar, asoma tímidamente el alba, aunque el sol, en esta ocasión, se esconde temeroso tras las brumas. Con la luz de la mañana se contempla mejor el batir de las olas contra el casco y la inmensidad del mar, que pone en evidencia lo diminuto que es uno ante ese paisaje. Los marineros ya han mojado las magdalenas en el café y en breve comenzarán unas maniobras rutinarias que despliegan por la cubierta en una coreografía de gestos de manos y cabeza, en un silencio roto solo por alguna advertencia al puesto de mando.
Pedro reduce los once nudos (más o menos unos 20 km/h) a los que hemos navegado y la tripulación lanza las redes por la popa. Dos hombres al mando de la máquina encargada de soltar cuerda, y otros dos coordinando, a cada lado, la colocación de las boyas, los mosquetones que ajustan las pesadas cadenas y las puertas de acero –que mantendrán abierta la boca de la red–, las gruesas sogas y el cable de acero. "Hasta los 300 metros de profundidad", marca el capitán, que mantendrá la velocidad a unos dos nudos durante otras dos horas de arrastre.
A partir de ahora será más común la compañía de las gaviotas y los charranes, con su pico rojizo. En esa búsqueda de hacer más livianas estas horas muertas, uno se entretiene siguiendo el sinuoso planeo de las aves en paralelo a la embarcación. Aunque el aroma de la cocina nos saca del ensimismamiento. Javier remata al fuego el rancho del almuerzo: un guiso de potas y volaores con una salsa a base de cebolla, tomate, coñac y la melsa (o bazo) del propio cefalópodo. El marinero-chef confiesa que fue cocinero durante cinco años en el restaurante que montó su madre en el puerto, "donde servíamos nuestros famosos calamares al terreno", en realidad, confiesa, eran hembras ovadas y eso le daba el punto especial.
A las 11.15 horas arranca la recogida del primer lance. Durante media hora, respetando las posiciones, el mismo proceso pero a la inversa: cadenas, sogas, puertas, cadenas, boyas y la red. Al fondo se ve algún delfín, que ha bajado al copo para comerse algún pez enredado y cientos de gaviotas con sus graznidos de alegría por el festín que aventuran que se van a dar.
Sobre la cubierta se desparraman cigalas, galeras, langostinos, quisquillas, gambas blancas y rojas, los autóctonos sepionets de la punxa, salmonetes, bacaladillas, molleras, besuguitos, merluzas (llus, como se le conoce en esta zona), pulpos que se siguen retorciendo, pintarrojas (gatet) y rapes que seguirán durante rato dando bocanadas fuera del agua. En temporada, también pescan doradas, jureles, caballas, pajeles y calamares. La tripulación va seleccionando por especies y tallajes en cestos y bandejas, que guardan con hielo en las cámaras frigoríficas.
Lo mismo que pescaban sus bisabuelos, abuelos, padre y tíos, excepto una cosa: los plásticos. Entre los animales y las redes se han colado tapones de botella, envoltorios de caramelos, bolsas de compra, paquetes de patatas fritas, pajitas, restos de bidones, latas de refrescos... "Nos estamos cargando los océanos; nosotros lo vemos cada día en el Mediterráneo", advierte Pedro. Hace un par de meses, 'El Paraíso' colaboró en un proyecto de Ecoembes para hacer un mapa de residuos en esta zona del Levante. Alguna vez también han atrapado tortugas y la experiencia de los años les ha enseñado que no deben lanzarla al mar directamente, sino que hay que avisar primero a emergencias para que la traten en el Oceanogràfic de Valencia.
Tras este primer calado, se repite la misma operación de echar las redes, pero ya el arrastre será rumbo al Grau. La media de una jornada de pesca son unos 400-500 kilogramos. En esta jornada la cosa no ha ido tan bien como se esperaba. "Estamos en la segunda jornada tras dos meses de veda y hemos sacado la mitad de cigalas y langostinos que ayer. Y eso que estamos faenando por la zona solo dos barcos", se lamenta el mayor de los Guzmán. "Los parones biológicos deberían ser más largos, de uno o dos años, para salvar a las especies", se atreve a aventurar.
La larga jornada va dando sus últimas puntadas. Aún quedan dos horas más de navegación, pero el cuerpo (quizá gracias a la carga extra de Biodramina) se ha adaptado al meneo entre estribor y babor. Además, la comida tradicional marinera ayuda a levantar el ánimo. "En el mar no hay pescado malo; solo hay que saber cocinarlo", sentencia Javier durante la breve masterclass que ofrece mientras prepara un pulpo tornaet al oli y un ajoaceite con el que acompañar la fideuá de cigalas y langostinos. Hay quien aprovecha incluso para tomar el sol en el puente e ir cogiendo moreno preveraniego.
En Grau, los bou de arrastre no puede salir a faenar hasta después de las 6 de la mañana y hay que regresar antes de las 4 de la tarde –aunque las que se desplazan a los caladeros de Valencia, como en esta ocasión, tienen un margen más amplio–. Normalmente, el primero que llega a puerto consigue mejores precios, pero los marineros reconocen que con la salida de la crisis no se han recuperado los precios de antaño. La lonja abre a las 15:30 horas, y por el radar, Lorenzo controla a la competencia y vigila los recorridos que han hecho para no pasar por los mismos fondos.
En el puerto nos recibe una bandada de gaviotas resabidas, que saben que aquí hay garantía de éxito, y un grupo de pescadores jubilados, que a falta de obras se vienen a echar la tarde para evaluar la captura de los antiguos colegas, echar una mano en la descarga y, si hay suerte, sacarse un par de bacaladillas a la bolsa para la cena como detalle de la tripulación. Esa camaradería de los marineros, según confiesan, todavía no se ha perdido.
'PESCA-TURISMO EL PARAÍSO' - Puerto del Grau, Castelló de la Plana. Tel. 667 67 14 34.
Máx. 7 personas. 75 € cada uno, con desayuno, comida típica marinera y visita a la lonja.